Gran Bretaña lleva años conviviendo con la inestabilidad política que suele ser inherente al fracaso económico y la falta de expectativas de futuro mínimamente claras. Una antigua gran potencia en declinación que no deja de dar golpes de palo de ciego para recuperar un estatus que ya no es posible. País desindustrializado donde la mayor fuente de riqueza es la actividad financiera que se realiza en la City de Londres actuando de plataforma hacia los paraísos fiscales. Tras la crisis de 2008, se focalizó el descontento en la Unión Europea, hasta alcanzar un Brexit que era una salida hacia la nada. El país fue liderado por un estrafalario Boris Jonhson que acabó cayendo no tanto porque la salida de Europa sólo les ha traído problemas, sino por sus alcohólicas fiestas privadas en tiempos de pandemia. Los conservadores, mayoritarios en el Parlamento, pero condenados por las encuestas electorales, ensalzaron a Liz Truss, una ultraliberal que planteaba recetas alocadas y disminución radical de impuestos en tiempos que se requieren Estados que den seguridades y no debilidad. Si Thatcher fue una tragedia para los británicos hace cuarenta años, su imitadora ha resultado pura parodia. Desde el principio algunos diarios británicos, cuyo humor es muy propio, especularon literalmente si llegaría a durar como primera ministra el tiempo de vida de una lechuga. El tema trajo mucho cachondeo e incluso apuestas. El resultado, tienen un ciclo de vida más largo las lechugas que esta debil primera ministra.
Sería un error creer que el problema de Gran Bretaña es que no tiene suerte a la hora de elegir a los mandatarios. Sería cómo decir que todos los problemas de Argentina provienen de la existencia del peronismo. Los dirigentes políticos suelen ser un exagerado reflejo de la propia realidad económica y social. Tienen un contexto. Y hace años que el del antiguo gran Imperio es de decadencia económica y de degradación de la cohesión social. Las políticas liberales extremas han triturado a las clases medias, así como a los sectores de trabajadores con salarios razonables y no precarizados. Animo a ver las dos últimas películas de Kean Loach (I, Daniel Blake y Sorry We Missed You), para entenderlo. El Estado de bienestar hace tiempo que ha naufragado en este país y cada vez es mayor el número de gente excluida. La polaridad social es extrema, mientras el laborismo ha sido, después de Tony Blair, incapaz de levantar un proyecto político emancipador creíble. Los malestares y rencores acabaron cristalizando en el movimiento que culpaba a Europa de sus resentimientos, de ser un mal negocio que les resultaba caro -lo que era mentira, pues eran receptores netos de fondos europeos-, proporcionándoles un refugio de identidad vinculado a la idea del “nosotros solos”. La Inglaterra profunda y la gente mayor compraron el discurso, mientras los sectores progresistas urbanos y los jóvenes se quedaban en casa. El resultado fue lo que fue.

¿Cambiarán las cosas con la elección ahora del multimillonario de origen indio? Poco, más allá de ser muy joven y reflejar la multiculturalidad británica. El tema de fondo no es reiterar con pequeñas variantes lo que no sirve, sino el cambiar el modelo y, esto, no puede hacerse sin nuevas elecciones. El tiempo del Partido Conservador y sus “genialidades” parece haber tocado fondo y con Rishi Sunak tiene poco más que un tiempo de prórroga. Éste, es un ultraliberal, que fue firme partidario del Brexit y que más allá de hacer políticas más previsibles que Truss, reiterará en la errónea pretensión de “enfriar” la economía para hacer frente a la inflación, si tenemos en cuenta que ésta no proviene del lado de la demanda sino de la oferta. Dicho de otra forma, los precios suben por efecto de aumento del coste de la energía y no por el exceso de consumo. Las recetas más liberales, que no se practican ni tan solo en Estados Unidos, lo único que hacen es llevar a la recesión, actúan de manera procíclica. Continuará con el nuevo dirigente el decantamiento cada vez mayor del país hacia el Atlántico, hacia Estados Unidos, en detrimento de su dimensión europea. Resulta curioso que en la muchas veces puesta como modélica democracia británica, se pueda ir cambiando de primer ministro con el voto de un par de cientos de diputados y sin pasar por las urnas. Así, al nuevo líder le falta algo que en democracia resulta básico, la legitimación.
Josep Burgaya