Mes: octubre 2021

La reforma laboral como arma

Las formas y el proceso que se sigue por la elaboración y aprobación de una ineludible reforma laboral en España no es la más recomendable. La pugna al respecto entre los diversos actores del gobierno está dificultando su éxito y enturbiando su trascendencia. La forma se impone al fondo. La imagen que se da es de controversia y conflicto, pero nadie ha conseguido explicar las divergencias reales, si es que están ahí. Más que nada lo que existe es un conflicto entre relatos confrontados. Todo el mundo quiere el protagonismo en un tema de especial sensibilidad entre los votantes de izquierdas, un espacio que hacia final ya de legislatura rivalizan el PSOE y Podemos. El peligro de tanta pasión por capitalizar esta reforma de la legislación laboral es que se acabe rompiendo el juguete y el relato que quede sea de desgobierno, a beneficio del Partido Popular y el conjunto de las derechas. La escenificación de división gubernamental da alas a la oposición y resulta una mala forma de encarar la negociación y acuerdo con los agentes sociales. De hecho, de lo que se trata es de hacer una contrarreforma a las leyes laborales del Partido Popular que significaron más que una liberalización del mercado laboral una auténtica genuflexión del trabajo frente al capital, una flexibilidad que ha comportado el triunfo de la precariedad y de los puestos de trabajo temporales y de baja calidad.

Así pues, en un país que sigue liderando el paro en Europa, resulta más necesario que nunca promover legislaciones que impulsen la economía, proporcionen empleo estable y de calidad y faciliten el establecimiento de rentas salariales suficientes e inclusivas. Tenemos todavía un paro del 14% y con tendencia a convertirse en crónico y un dramático desempleo juvenil del 33%. Un paro de larga duración como lo indica que más de 1 millón de personas llevan ya más de 2 años en esta situación, o bien existen más de 600.000 familias en las que no hay ningún ocupado ni ningún tipo de prestación o ingreso. De la gente que tiene trabajo, muchos lo tienen sólo a tiempo parcial y con niveles de salarios que les obligan a pasar por el Banco de Alimentos después de la jornada laboral. Sí, hay empleos que coexisten con las colas del hambre. Gracias a la primacía del concepto de flexibilidad en la legislación laboral vigente, el 90% de los contratos que se firman son temporales y justamente esta temporalidad que no da ni estabilidad ni seguridad para desarrollar un proyecto de vida a medio y largo plazo ya está globalmente en España de un 30% de los contratos cuando, por ejemplo, en Alemania sólo es de un 8%. El establecimiento de suelos salariales con mínimos dignos resulta ineludible tanto por una inclusión social que es de justicia como para garantizar niveles de consumo que estimulen la demanda agregada y el conjunto de la economía. Los datos son claros. Si hace diez años los salarios representaban el 66% del PIB español, hoy son ya sólo el 59%. Justamente, para restaurar el peso de los salarios es necesario reequilibrar los sistemas de negociación colectiva, y contrariamente a la legislación actual que prima los convenios de empresa, es necesario dar prelatura a los convenios sectoriales, sistema que asegura que ningún trabajador, especialmente los de empresas subcontratadas, quede fuera de cobertura y de las exigencias laborales básicas.

Forges | Entrevista de trabajo, Viñetas, Chistes de forges

Ciertamente, una buena y justa legislación laboral no hace milagros. Si queremos empleo suficiente y de calidad son necesarias políticas económicas que incentiven actividades productivas de mayor valor añadido y con puestos de trabajo cualificados y de elevada productividad. Mantener estrategias basadas en actividades intensivas de mano de obra no calificada y mal pagada para producciones destinadas a la exportación o insistir en el predominio del turismo y las externalidades negativas que genera no nos llevará por un camino de progreso económico suficiente y equilibrado ni proporcionará bienestar a la mayoría de la población que debería ser lo que se impusiera. Sin embargo, una adecuada regulación del mercado laboral resulta absolutamente necesaria. En aras de acabar con las rigideces y en pro de la flexibilización, se instauró a partir de las leyes laborales de Mariano Rajoy del 2012 el sálvese quien pueda y el triunfo del empobrecimiento y la precariedad. Hoy debe revertirse. Resultaría imperdonable que la izquierda en el poder no fuera capaz de hacerlo porque que se lo impidieran disputas de protagonismo.

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ETA y el largo camino para su superación

Se cumple una década del final de la organización terrorista vasca. Visto desde hoy, parece mentira que un sector tan rancio del nacionalismo vasco engendrara una organización armada que asesinó 864 personas, que hirió a miles y que llevó al sufrimiento a una buena parte de la ciudadanía vasca y española durante cincuenta años. Provocó, además, un desgarro de la sociedad vasca que hoy sólo se ha superado de forma aparente. Una normalidad que no es tal. Serán necesarias muchas más décadas, muchos mas gestos y bastantes más arrepentimientos para que esto sea posible. El primer paso era acabar con la violencia, con los asesinatos y con su miserable justificación, pero para reponerse de estas heridas, de la gran cantidad de surcos en la piel creados de manera tan intensa y durante tanto tiempo se requiere que los verdugos reconozcan a las víctimas y ,especialmente, que la sociedad que reaccionó al fenómeno con tibieza cuando no miró ostentosamente hacia otro lado acepte también su equivocación. Si la inmensa herida no se drena convenientemente, difícilmente se desplegará una sociedad sana, plenamente democrática. El terrorismo vasco nació de las veleidades emancipatorias de la década de los sesenta, producto de lecturas mal digeridas sobre las bondades de la violencia revolucionaria que cultivó una izquierda imbuida de planteamientos anticoloniales que en la Europa Occidental estaban fuera de lugar y resultaban patéticos. Tenían al amparo de las sacristías y pretendían justificar su opción por la existencia de la dictadura franquista, lo que les reportó simpatías y a veces complicidades de una cierta cultura de izquierdas española y catalana. Una barbaridad que se pagaría muy cara, pues serviría de coartada y justificación de unas acciones armadas que, no lo olvidemos, se produjeron de manera muy dominante y abrumadora ya en tiempos de democracia, precisamente para hacer entrar en crisis este régimen. No hay estrategia armada que sea más justa ni aceptable, pero cuando se optó por lo que se llamó «socializar el sufrimiento» se dio un paso especialmente `profundo y miserable. Todo el mundo podía ser víctima y se trataba, justamente, de generar el mayor sufrimiento posible creyendo que así se lograría derrotar el Estado. Difícil olvidar Hipercor, el atentado del cuartel de Vic, Miguel Ángel Blanco o bien el significado especialmente doloroso y cínico de acabar con la vida de Ernest Lluch.

33 años del atentado más sangriento de ETA en Madrid: 12 guardias civiles  muertos en la plaza de la República Dominicana

Tras el retrato novelado de todo ello por Fernando Aramburu con la magnífica y sobrecogedora Patria, pocas cosas se pueden añadir al que significó todo ello en una sociedad que quedaría marcada y condicionada para siempre. El reduccionismo pueril, las miserias y maldades sobre las que se asienta la estrategia terrorista de ETA y el mundo abertzale, la pobreza mental del discurso identitario y el absoluto desprecio por los valores de respeto e inclusión que deberían ser inherentes al mismo concepto de sociedad. El mal ni empieza ni termina en aquellos que han utilizado las armas. Va mucho más allá y abarca aquella parte de la política que construye el discurso y la estrategia basada en el terror, la angustia y la práctica de la violencia. Después de todo, ETA no era más que el brazo armado de una estructura política que pretende ahora que esto no iba con ellos, que sólo eran espectadores o, como mucho, intermediarios. Tiene que ver, también, con aquella parte de la sociedad que justificaba en nombre de quién sabe qué idea de país el hecho de que, como decía el cínico Xabier Arzalluz, es necesario que algunos muevan el árbol para que los demás puedan recoger los frutos. La versión profundizada de la autonomía vasca descansa sobre este principio. El concepto de «rentabilidad» política del terrorismo ha hecho mucho daño en Euskadi y por extensión a toda España. Por suerte, las copias que se hicieron fuera de allí quedaron sólo en intentos torpes. Demasiada gente, fuera por miedo o por comodidad, no estuvieron a lado de todos aquellos que tuvieron que convivir con el terror y que pudieron sobrevivir en un simulacro de libertad recluidos en la protección policial y debiendo mirar los bajos de su coche cada mañana. Miedo de morir y al mismo tiempo tener que soportar el abandono y el ostracismo de gran parte de sus conciudadanos. Superar esto requiere de mucho tiempo además de la voluntad de no olvidarlo. Sustanciar y hacer reencontrar de nuevo toda la sociedad requiere que los culpables, todos ellos, reconozcan el error mirando los ojos de las muchas víctimas. La sociedad actual vasca parece haber bajado el telón del olvido sobre el tema. Los jóvenes actuales cuando son preguntados al respecto no saben casi de que se les habla. Impera la desmemoria. No parece ésta la mejor cura para conseguir que no se repita. Nunca más.

Servicios que ya no lo son

La conjunción de la pandemia y el proceso de digitalización han llevado a que algunos servicios, públicos o privados, lo sean menos para los ciudadanos. Se da un proceso acelerado de negación de la atención personalizada, en vivo y en directo, de forma presencial. No es que eso sea del todo nuevo ni que sea el resultado de la prudencia con el fin de ahorrarnos el riesgo de contagio en dependencias que antes eran de uso común y de libre concurrencia. Sencillamente, no nos quieren ver y si intentamos que lo hagan como habían hecho toda la vida, abiertamente se niegan. Si insistimos considerándolo un derecho, lo más probable es que nos humillen. Cuando esto pasa, que nos dan con la puerta en las narices y no entienden de razones para facilitarnos las cosas, aducen como si nos hicieran un favor que ahora las cosas se deben hacer online y de manera digitalizada. En la post pandemia, se han mantenido maneras y actitudes que se podían entender en su punto álgido pero que luego expresan mala educación, falta de espíritu de servicio y, sobre todo, una política de reducción de costes económicos a base de disminuir el personal. Exigir cita previa concertada por internet, establecer muchos filtros de acceso no son sino maneras de hacernos desistir de nuestra demanda y necesidad que se nos atienda. Digitalización se ha convertido en síntoma de no-atención. Hay cosas, preocupaciones, que no son reducibles a formularios informáticos como hay personas que por edad o formación no saben operar con una tecnología que, se olvida, no a todo el mundo le resulta fácil.

La banca se ha especializado hace mucho en la no-atención personal. No quieren que vayamos a unas oficinas en las que no nos hacen ni caso, pero para evitar la tentación de que a pesar de todo lo hagamos las han reducido a la mínima expresión. Todo debe hacerse por internet y los cajeros automáticos son cada vez más escasos. Sacar dinero en metálico es ahora casi una odisea si, además, lo quieres hacer directamente en tu entidad bancaria para ahorrarte pagar comisiones. Para conseguir cita prácticamente tienes que estar en gracia de Dios y dar mil explicaciones a los filtros telefónicos puestos para que no lo concretes y lo dejes correr. Para hacerte la ilusión de atención, te comunica tu acceso digital que tienes un gestor personal a tu servicio. No es necesario que lo llames, te responden desde un call centersituado en Casablanca.

Momo y la burocracia | Matanzas, Varadero y más...

Y que no decir de la dañada sanidad pública. Degradada y faltada de personal y recursos mucho antes de la pandemia víctima de la dejadez institucional y de torpes intentos de privatización, hizo su personal una gran función y inmensos sacrificios para hacer frente el virus. Pero ni ha recuperado la normalidad asistencial y parece que tampoco se pretende que lo haga. La desatención resulta notoria justamente en la atención primaria e incluso tienes dificultades para ser atendido si tienes un problema de urgencias. Muchas enfermedades se dejaron de diagnosticar en su momento y ahora numerosas personas pagan las consecuencias. Los médicos de cabecera ya casi sólo te atienden por correo electrónico, por el «canal salud» o bien telefónicamente. Desde la Generalitat, no dicen que esto sea temporal y que pondrán más personal sanitario sino justamente lo contrario: un administrativo decidirá a partir de una llamada si somos merecedores o no de ser atendidos presencialmente, algo que sólo sucederá muy de vez en cuando.

Antes una comisaría de policía era un lugar visible y para tener en cuenta, una referencia segura por «si te pasaba algo». Denunciar haber sido víctima de un robo no es un hecho que se pueda prever, se hace de manera inmediata si tienes la mala suerte de que te ocurra. Quizá no te resolverán nada, pero se obtiene auxilio y un cierto confort. Hay cosas que parecería que no admiten demora. Ahora, si te presentas a una comisaría de los Mossos agobiado y pidiendo un poco de atención te exigirán dos cosas: o bien tener una cita previa, o bien que presentes la denuncia si este es el caso por internet. En esta segunda opción, te exigirán que la pases a validar físicamente en el plazo máximo de dos días a no ser que quieras que esta decaiga, pero para ello deberás previamente solicitado y obtenido la famosa «cita previa». Un circuito que, para ser educados, podríamos decir que es kafkiano.

Se podría continuar con los ejemplos o sugerir que, si un día se le quema la casa, no avise a los bomberos a no ser que antes no haya concertado cita previa por medio de una página de internet. La atención personalizada, inmediata y directa es hoy en día una posibilidad muy rara y remota, en proceso de extinción. Los servicios van perdiendo justamente la denominación que les daba sentido. Los aplicativos tecnológicos y la atención remota resultan una excusa perfecta para dejar de atendernos.

Facebook

Definitivamente, la última ha sido una mala semana para Facebook. El apagón del pasado lunes con el que se dejó sin servicio a miles de millones de usuarios no sólo de esta red social sino también de Instagram, WhatsApp, Messenger y la plataforma de realidad virtual Occulus de la que es propietaria puso en evidencia la fragilidad tecnológica tan de las plataformas de las que dependemos y entregamos una parte importante de nuestras vidas. Lo absurdo de una dependencia que se ha convertido además de insensata en absolutamente adictiva. La paralización de la actividad provocó que ingentes cantidades de personas, especialmente los jóvenes más apegados, entraran en pánico y se sintieran totalmente perdidos e incomunicados. Si lo que daba gran parte del sentido y el entretenimiento en sus vidas dejaba de funcionar, sólo quedaba lugar para la histeria y el colapso mental. Lo curioso del caso, es que la compañía no dio ninguna explicación de lo que pasaba de forma inmediata ni aclaró unos porqués que los avezados a la tecnología han tenido que deducir. Aclaraciones que habría hecho rápidamente cualquier proveedor de servicios en el mundo analógico. En el mundo digital, sin embargo, todo es diferente, todo se produce como si fuera un juego. La aparente gratuidad del aplicativo hace que no se adopte el papel convencional del prestador de servicios, sino que, de manera arrogante, se nos hace un generoso regalo que no nos da derecho a la queja si temporalmente se nos priva del acceso. Que la inmediata caída de la cotización en bolsa de Facebook le hiciera perder a su propietario Mark Zuckerberg cinco mil millones de dólares de patrimonio en una tarde, no deja de ser anecdótico: para él, además de que los recuperá rápidamente, no deja de ser poco más que el chocolate del loro.

CASO FACEBOOK: Mark Zuckerberg asegura que la regulación de las redes  sociales es inevitable | Internacional

A Facebook hace tiempo que le acompaña el escándalo y se ha convertido en la representación del peor de las plataformas que dominan la red. En 2016 se reveló el tema de Cambridge Analytica por el que Zuckerberg tuvo que dar explicaciones en el Senado de Estados Unidos, ya que los datos de los usuarios se habían vendido y utilizado sin control durante la campaña que en 2016 llevó a Donald Trump en convertirse en presidente de Estados Unidos. Ahora, y coincidido en el apagón de servicio del pasado lunes, esta empresa que usan 3.600 millones de consumidores en el mundo tiene que hacer frente a las acusaciones públicas de una empleada que ha decidido dar a conocer las prácticas poco éticas y peligrosas de la compañía, consistentes en dotar a sus algoritmos de connotaciones propiciadoras de la adicción y de estímulo a la creación de polaridad social y política. Incitación al odio y levantamiento de pasiones. Esta «garganta profunda» ha explicado y ha aportado documentos que evidencian la falta de moralidad y principios de la compañía, su peligrosidad y la falta de autocontrol ante la Subcomisión de Protección del Consumidor y la Seguridad de Datos, poniendo de manifiesto unas malas prácticas de la tecnológica que sabía que sus aplicaciones empujaban a los adolescentes hacia el abismo de los comportamientos suicidas y los trastornos alimentarios no haciendo nada para evitarlo. Asimismo, ha detallado los sistemas de amplificación de la división, el extremismo y la polarización, fomentando la violencia y poniendo en cuestión el propio sistema democrático. Poco ha importado que las informaciones internas de la compañía hayan alertado reiteradamente sobre los efectos perversos de algoritmos pensados ​​y imaginados para ampliar el espectáculo de la confrontación y de los sentimientos extremos. Ningún sentido de la responsabilidad: el dinero es el dinero.

Frances Haugen, que es el nombre de la ingeniera denunciante, explicó el círculo vicioso y extraordinariamente perverso de una tecnológica dispuesta crear reacciones de dependencia del usuario lo que obtiene mejor con contenidos que inciten al odio y levanten pasiones, es decir, teledirigido nuestros pensamientos y emociones con informaciones falsas o tergiversadas para llevarnos a la expresión de lo peor de nosotros mismos. No es extraño, pues, que la denunciante pida a los legisladores que actúen y regulen como se hizo con la industria del tabaco, la obligatoriedad de los cinturones de seguridad en los coches o el actuar contra las farmacéuticas responsables de la epidemia del consumo de opiáceos. Que pongan normas y frenos, a una actividad que es notoriamente nociva y practicada desde la más completa y absoluta mala fe.

La Palma como evidencia

La impactante erupción del volcán de esta isla canaria nos ha cautivado durante las últimas semanas. La demostración de fuerza y ​​la capacidad destructiva de la naturaleza fuera de control han coexistido con la generación de imágenes de una gran belleza estética. Nos hemos sentido desbordados por algo superior a nosotros y todas las capacidades de previsión que podamos tener, pero a la vez asustados de como con pocas horas muchas vidas pueden quedar absolutamente a la intemperie. Fenómenos como estos nos despojan de nuestras seguridades impostadas y evidencian la extrema fragilidad humana. Grandeza y miseria siendo presentes y fusionándose en unas mismas fotografías. El desbordamiento y la impotencia como sentimientos dominantes. Habrá pocas cosas peores como el tener que contemplar expectante cómo se destruye todo lo que has construido y que había formado parte de tu paisaje vital. La explosión repentina del volcán Cumbre Vieja y el relato cambiante sobre su comportamiento y su evolución con el paso de los días ha puesto de manifiesto lo poco que sabíamos y las limitaciones del conocimiento científico en algunos ámbitos, así como la escasa expertez de los que nos tenían que informar. Nada ha pasado como se nos iba diciendo que pasaría y las explicaciones de los más doctos al respecto no han pasado de consideraciones de observadores de barra de bar. La vulcanología, se ha demostrado una ciencia muy inexacta. A pesar de los estudios realizados durante años y la teórica monitorización del volcán desde hacia tiempo, no se había previsto nada ni se tenía ni la más remota idea del impacto y duración que tendría su despertar. Oscilaba entre días o bien meses y la lava que tenía que llegar al mar el primer día -a las ocho de la tarde aseguraban-, ha tarde diez días en hacerlo. Quizás es bueno que la naturaleza siga siendo imprevisible y aún nos pueda sorprender, pero no estaría de más que fuéramos más prudentes y modestos cuando nos referimos a ella.

La catástrofe humana del volcán de La Palma obliga a diseñar un plan de  rescate público excepcional

Otra evidencia de esta erupción ha sido la imparable tentación a turistizarlo todo en nuestro mundo, convirtiendo incluso la desgracia en un producto por comercializar. No se puede negar que las imágenes, sobre todo las nocturnas, de un volcán en erupción resultan atractivas, pero de ahí a decir que el daño que hacen los ríos de lava desbordados se compensará con el turismo que atraerá resulta una barbaridad. Ningún ingreso generado por visitantes atraídos por el morbo satisfará las formas de vida destruidas, las historias personales que quedan enterradas debajo las riadas de minerales incandescentes. La belleza resultante, estará vacía de vida y resulta un futuro muy poco atractivo para los agricultores que ya nunca más podrán cultivar plátanos, tener que convertirse en guías turísticos de desnortados visitantes. La pulsión a buscar impactos siempre nuevos y de querer estar presentes y hacernos selfies allí donde han pasado «cosas» ha terminado por que nos comportamos de manera bastante repelente. El «turismo de desgracias» tiene cada vez más predicamento y adeptos. Hay rutas turísticas por el Detroit de las fábricas abandonadas y en ruinas de los gigantes de la automoción, viajes expresos a las playas arrasadas del océano Índico por el tsunami de 2004 o bien, visitantes de París asisten a conciertos en la sala Bataclan sólo para revivir el brutal atentado terrorista de hace unos pocos años. De hecho, esta morbosidad actual y el convertir actividades poco agradables con un objetivo turístico no es del todo nueva. Marco de Eramo ha escrito como las rutas turísticas con más predicamento en el París del siglo XIX eran las que se organizaban por la zona de los mataderos donde el hedor resultaba insoportable hasta marear o bien por las cloacas de la ciudad donde, navegando, los visitantes se distraían con la caza de buenos ejemplares de inmensas ratas. Esto era de madrugada. Lo hacían compatible en ir por la tarde a pasear y comprar por los Campos Elíseos, así como por la noche asistir a la Ópera o distraerse frívolamente el Moulin Rouge. Bien pensado, somos muy raros.