Mes: abril 2023

El fácil recurso a la xenofobia

En Europa vuelve a haber un flujo migratorio importante que llega de forma entre dramática y trágica a sus costas a través de organizaciones mafiosas y con barcazas la mitad de las cuales se pierden o hunden antes de llegar. En estos momentos la presión y a la vez la polémica política se produce sobre todo en Italia. A los importantes contingentes de llegada se añade el tener un gobierno de extrema derecha que, hace años, manipula de manera demagógica este fenómeno de cara a sacar rédito electoral. Giorgia Meloni, la nueva primera ministra de Italia ha moderado su extremismo durante los primeros meses de gobierno, pero ahora no ha dejado pasar la ocasión de calificar la migración como una conspiración destinada a realizar una “gran sustitución” de la población occidental originaría.

Existe una gran dificultad para desmontar los mitos interesados que se construyen sobre la inmigración. A partir de ella, la derecha populista más extrema en Estados Unidos, Francia, Italia o España ha construido el concepto movilizador de “el gran reemplazo”. La inmigración entendida como un movimiento organizado de desplazamiento y marginación del hombre blanco hegemónico con la colaboración de una cultura izquierdista tratada de propensa y dócil al islamismo. En Alemania, un grupo de extrema derecha, Pegida, es el acrónimo de Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente. Así, en realidad, el discurso antiinmigración y de defensa de la hegemonía blanca y de la cultura occidental incorpora a la islamofobia como un elemento característico. Pulsión, por cierto, que desplazaría al ancestral antisemitismo del fascismo europeo de los años treinta. La xenofobia se utiliza para alentar el nacionalismo étnico, la hostilidad hacia los grupos que representan al “no nosotros”. Muchas veces, los medios de comunicación colaboran bastante en crear una imagen sobredimensionada del fenómeno migratorio. Las encuestas indican que, en países como Francia o España, la percepción sobre los cupos migrantes más que duplica los números reales. Además, la mayor parte de noticias que se publican o emiten lo hacen con tono negativo, lo que contribuye a reforzar la tendencia a criminalizar a los recién llegados. A la derecha, le basta con reforzar esta dinámica. El populismo representa una reacción de repliegue y exclusión, construir la fraternidad a través del rechazo de quienes no son similares. El «gran reemplazo» no tiene justificación demográfica ni estadística, pero su fuerza reside justamente en la simplicidad que le convierte en ideal para las teorías de la conspiración.

Para el populismo derechista, es relativamente fácil identificar a unas élites que se han desterritorializado y emancipado del conjunto de la sociedad como un grupo especialmente interesado en fomentar la llegada de población inmigrante que hace evolucionar a la baja el mercado de trabajo. Esto a costa de desnaturalizar la propia cultura del país de acogida, subvertir los valores y otorgándoles idénticos derechos y beneficios sociales que a la población autóctona. Para la derecha y sus bases sociales, las naciones han entrado en decadencia y la recuperación del poder y la cohesión social pasa por hacerse fuertes en los valores propios, denostando el modelo multicultural y cosmopolita de unas élites ya “desnacionalizadas”. Los eslóganes de cabecera lo dicen todo: «Francia para los franceses» según la Agrupación Nacional; “Volver a tomar el control” en el Brexit; «Nuestra cultura, nuestro hogar, nuestra Alemania» para Alternativa para Alemania; «Polonia pura, Polonia blanca» para el Partido de la Ley y la Justicia; o “Que Suecia siga siendo sueca” según los Demócratas Suecos.

También es cierto que existe un “buenismo” clasista y oportunista por parte de sectores que viven absolutamente al margen de la inmigración, salvo que los tengan como empleados precarios. Es difícil negar la importancia de los cupos migratorios para reequilibrar la dinámica natural de la población europea y de la aportación muy significativa de los nuevos ciudadanos. Pero también es cierto que el acomodo de grandes contingentes en poco tiempo es muy dificultoso. A menudo, no se adapta a las necesidades de trabajo y se tensionan los servicios públicos. Discutirlo para afrontar las dificultades sobrevenidas resulta imprescindible, e incluso terapéutico, pero existe una corrección política de tipo progresista que niega esta posibilidad, lo que permite que esto se traslade a las guerras culturales de nuestra sociedad polarizada. Debería ser posible hacer «políticas de inmigración», lo que no debe comportar perseguirla ni criminalizarla, sino sencillamente normalizarla y sacar estos flujos del control de las mafias y de los peligros que asumen para trasladarse a Europa. El sistema de contratos de trabajo en origen tiene bastante sentido, a la vez que establecer cupos que puedan ser incorporados en beneficio de todos. También, Europa y el mundo desarrollado deberían practicar políticas de mayor igualdad en los intercambios y ayudas al desarrollo en aquellos territorios que, al menos históricamente, desestabilizaron a través del colonialismo. Esto, sin duda, sí contribuiría a reducir estas trágicas dinámicas de fuga de la pobreza.

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La geopolítica existe

Muchos problemas actuales tienen una innegable dimensión geopolítica. La emergencia de China, su avance lento e imparable hasta obtener la hegemonía económica primero y militar después, es el contexto, se cierne sobre muchos conflictos vigentes. Estados Unidos se siente desafiado y sus golpes de palo de ciego en política internacional, especialmente evidentes bajo la presidencia de Joe Biden, pueden entenderse por la desazón que provoca la inevitable hegemonía futura del gigante asiático. El dinamismo de la economía, la creciente influencia internacional no sólo en Asia, sino en África o América Latina, su desarrollo militar, su capacidad financiera que la hace tenedora de buena parte de la deuda americana, la capacidad tecnológica o el diseño de la Nueva Ruta de la Seda, parecen señales claras tanto de la capacidad como de la voluntad de entrar en una nueva era.

China es una potencia rival para Estados Unidos y Occidente, y es difícil que no sea así teniendo en cuenta el papel histórico de Europa en el continente asiático. No sólo crece económicamente, sino que tiene un proyecto, una civilización que desarrollar en la que se confunden un capitalismo extremo con formas políticas autoritarias que, más que con Marx o Mao, tienen que ver con una ancestral cultura imperial. Pero, además, China es un producto de Occidente, consecuencia de la necesidad a partir de los años ochenta de obtener recursos y una mano de obra industrial abundante y barata. Occidente industrializó a China, fomentó una revolución industrial acelerada, la convirtió en la fábrica del mundo. Sólo era una cuestión de tiempo que quemara etapas y estuviera en disposición de cambiar las reglas del intercambio a la división internacional de la producción. No se entendió así, pero la deslocalización industrial significaba el principio del fin de la hegemonía occidental. Creer que la marca, el capital intelectual y la red de distribución nos haría inmunes fue un gran error. Se había pasado, en palabras de John Urry, de una primera modernización “pesada”, que requería la estabilidad proporcionada por un pacto localizado con el trabajo, a una modernización “líquida” en la que el capital ya no necesita compromisos territoriales ni pactos con el trabajo. Era crucial no estar en ninguna parte.

La estrategia de los bajos costes era perdedora a medio plazo. Con la pandemia y la carencia de capacidad de respuesta, el mundo occidental entendió, por primera vez, que había perdido la partida. Ni siquiera podía fabricar mascarillas o suero. El globalismo nos había hecho vulnerables mientras China comerciaba, ayudaba y ocupaba los territorios perdedores de la globalización. Y en esta situación, Estados Unidos vuelve a marcar el camino a una subyugada Europa. América pretende ampliar el horizonte de hegemonía luchando contra China, una postura compartida por todo el arco político. El futuro de Taiwán se presenta, así, como la gran piedra de toque. China ha sabido esperar. El momento de la ocupación no está lejos y será altamente simbólica. Estados Unidos, comprometido con la defensa de la independencia de la isla, podrá hacer poco más que exhibir su frustración.

Volver a la lógica territorial en el ámbito económico, deshacer el camino del globalismo, desmontar las cadenas de valor globales es una apuesta políticamente muy rentable, especialmente para el nacionalismo identitario que campa en las filas republicanas más allá de Trump, pero es un mal negocio para las grandes corporaciones. Significa renunciar a una parte no despreciable de los beneficios y, además, perder una parte importante del mercado mundial. China tiene un gran mercado interior que puede abastecerse con los recursos propios. La pandemia hizo valorar la posibilidad de reindustrialización occidental, y se han hecho cosas en este sentido, aunque no de forma sustancial. En lo fundamental, se sigue produciendo en Asia, la vulnerabilidad occidental se mantiene.

Parece evidente tanto en términos demográficos como de dinamismo y capacidad de innovación que Europa, como gran parte de Occidente, está en decadencia y que, quizás el Estado de bienestar fue posible en unas coordenadas históricas que en este momento ya no se dan. Respondía este concepto a la época de Guerra Fría y quizás más que un proyecto constituyó una anomalía histórica. El capitalismo se impone con los valores asiáticos. El “siglo de Estados Unidos” parece prácticamente terminado y sustituido por la potencia genuinamente autoritaria y capitalista, como China. Como lo plantea Slavoj Zizek, asoma una nueva Edad Oscura, en la que estallan pasiones étnicas y religiosas y los valores de la Ilustración retroceden ante un capitalismo de base autoritaria, ya sea en Corea, China, Rusia o Hungría.

Kings League

Es el tema de moda, el que sin duda se ha hablado más en estos días. Como ocurre con las cuestiones que son novedad y todo el mundo habla de ello, parece que se debe tener una opinión elaborada, que sea además clara y contundente, sin matices. Para unos, el invento de Gerard Piqué y el grupo de “famosos” que le acompañan es una genialidad, un producto de entretenimiento nuevo y fulgurante, moderno, que supera de mucho el interés que puede generar el aburrido mundo del fútbol tradicional. Una propuesta disruptiva que habría venido para quedarse y ocupar un lugar entre niños, adolescentes y jóvenes que se aburren en los campos de fútbol ya que pasan pocas cosas, no existe el ritmo cambiante y sincopado que requieren los acelerados nuevos tiempos. Para otros, estamos ante una ocurrencia frívola y sin sustancia, un entretenimiento de baja estofa que nada tiene que ver con el deporte. Una pretendida competición, que no lo es, ya que las normas son cambiantes sobre la marcha y donde las estrellas no están en el campo sino en el palco. Un espectáculo más bien esperpéntico formado por jugadores de fútbol de categoría regional, combinados con figuras decadentes que pasean su sobrepeso y falta de forma por un terreno de juego que, básicamente, es un plató. Poco tiene deporte o juego. Fundamentalmente una excusa para hacer un buen negocio y reforzar el ego de cuatro espabilados.

Yo soy más bien escéptico sobre la continuidad y el futuro de un espectáculo con poca gracia y menos sustancia. De momento tiene el beneficio de lo nuevo y de lo que todo el mundo comenta algo. Aparte de las redes, los medios tradicionales le han hecho la campaña promocional a base de hablar en todo momento, sobre todo porque se exhibían famosos. Un pez que se muerde la cola. Ciertamente llenar el campo del Barça y hacer aguantar a la gente seis horas allí, tiene cierto mérito. Habrá que ver cuántos repiten la experiencia de una competición donde los referentes son los presidentes de los equipos y no sus jugadores. Una sacudida al casposo mundo del fútbol no le vendría nada mal, no tanto por el juego en sí, como en unas estructuras organizativas que lo mejor que puede decirse es que resultan impresentables. Pero el cambio no vendrá de este esperpento llamado Kings League, que contiene todos los defectos del modelo deportivo que conocemos y al que sólo le añaden frivolidad y espectáculo de circo de segunda. A diferencia de los deportes, nada aporta con relación al esfuerzo físico, la estrategia o de belleza estilística. Aún menos vínculos emocionales y entrega del aficionado a unos colores o a determinados jugadores. Es un producto efímero como casi todo en el mundo digital. Una metáfora de los tiempos líquidos sin raíces ni atención persistente que predominan en nuestra época.

Una parte de los deportes actuales, de hecho, están mudando hacia el modelo americano de convertir los estadios en parques temáticos del entretenimiento y, a su vez, en grandes superficies comerciales. Impactos múltiples y en serie para toda la familia. Entretiempos constantes para beneficio de la publicidad televisiva y para exhibir en directo todo tipo de frikis mostrando habilidades de interés discutible, música pegadiza, animadores y, aún, chicas de buen ver exhibiendo cuerpo y dotes de bailarinas. Todo ello, intenso, aturdidor, nada interesante y de bastante mal gusto para gastar unas horas que más que de ocio, son de consumo. El comercio nunca descansa. Se trata de permanecer siempre absortos, depositarios de múltiples impactos cambiantes y nunca expectantes o reflexivos y disfrutando de una sola cosa. Kings League es la exageración de todo esto, una gran operación comercial acompañada de exhibiciones de protagonismo narcisista que sobran aún más. Aparecer en helicóptero en el césped del Camp Nou, denota el exceso de ego de algunos a la vez que una práctica que no veo demasiado compatible con la pretensión de la sostenibilidad que se exhibe únicamente como eslogan de marketing. Si Gerard Piqué es el modelo y ejemplo de nuestros niños y jóvenes, el emprendedor de referencia, estamos arreglados.