Mes: febrero 2021

La libertad de expresión como excusa

Parece que en Cataluña nos ha dado para normalizar la violencia. Gente organizada, convenientemente promovida y con buena cobertura mediática crea escenas dantescas y de pánico en las calles, con profusión de quema de mobiliario urbano, destrozos de comercios y espacios públicos y ataques inusitados y feroces hacia una policía que por no contar no tiene ni el apoyo de sus jefes políticos. Llama la atención el grado de vandalismo, pero aún más la justificación y legitimación que hacen, en Cataluña, los líderes independentistas, así como la «brunete mediática» local, dispuesta a bendecir todo conflicto y caos en nombre de poner en jaque el sistema político español y cargarse de razones de cara al gran objetivo de la separación. Las imágenes de estos días recuerdan muchos episodios reiterados los últimos años, con jóvenes y no tan jóvenes impelidos a la violencia para demostrar que «las calles serán siempre nuestras». El contexto lo facilita. Presidentes que gritan «¡apretad!» y políticos que afirman cínicamente que quemar contenedores, atacar la policía o hacer barricadas no es violencia, sino «autodefensa». Resulta irresponsable estar en el gobierno y al mismo tiempo afirmar que no hay ley ni autoridad que valga. Los mismos que dirigen (es un decir) los Mossos d’Esquadra. Todo ello, la muestra de la degradación del país y de la ruptura con cualquier atisbo de sentido de la realidad, la moderación o la decencia. La violencia no es nunca justificable y, en todo caso, se puede entender que sea inevitable y se produzca cuando se sufren situaciones muy extremas. No es ni mucho menos el caso. Quién protagoniza los disturbios con impunidad política y social no son la gente con penurias y problemas económicos y de pobreza serios. No son los excluidos, que los hay y muchos en Cataluña, sino clases medias que, una vez abandonado ningún sentido de las proporciones y de los límites, se divierten, viven una aventura nocturna haciéndose multitud de fotografías para presumir ante los amigos. Esto es una fiesta. Por el camino dejamos la credibilidad de país, trituramos aún más la sociedad y nos instalamos en un desgobierno que lo que hace es jugar muy a favor de lo que justamente dicen combatir. Manifestarse es un derecho; no usar la violencia, una exigencia y una obligación democrática. Culpar a la policía del desbarajuste organizado, una insensatez.

Una reforma innecesaria para frenar el vandalismo | Vida & Artes | EL PAÍS

La libertad de expresión es algo muy serio. Un aspecto clave de los sistemas y la cultura democrática. No cabe banalizarla y menos crear falsos mitos que no soportan ni una mirada superficial. La libertad de expresión es absolutamente contraria al discurso del odio y de la apología de la violencia y del terrorismo. Esta línea roja que no se debería atravesar y está establecida en todas las sociedades democráticas. Cuando más exigente y escrupuloso se es en la defensa de la libertad de opinión, más estricto se acostumbra a ser en no admitir las llamadas a practicar crueldad o la vindicación de la confrontación. Una cosa es condición para la otra. En los países serios, este límite está presente en el código penal justamente para evitar que se pueda incitar y practicar una violencia que lo que hace es inducir a callar, a no poder expresarse libremente, a muchos ciudadanos. Resultan bastante elocuentes las entrevistas en caliente a elementos que estos días protagonizan los disturbios en la calle. Los más prolíficos y expansivos afirman estar porque «han encarcelado a alguien por cantar canciones» o que «España es una dictadura». Una prueba de que, entre otras muchas cosas, no funciona muy bien en este país el sistema educativo. Ya no digamos la defensa de la libertad que hacen aquellos que intentan incendiar la redacción de un diario, atacan periodistas o saquean las tiendas de marcas del Paseo de Gracia. Al final, gente utilizada por aquellos creadores de contexto que ahora quieren caos porque creen que les resulta rentable políticamente. Aquí por unas razones y por una gente y en Madrid por otros argumentos y diferentes finalidades. Nos haremos daño, mucho daño. Preocupa especialmente el relativismo moral de una parte de la sociedad que acepta esto de manera benevolente y justificatoria, que lo legitima, pero resulta aún más indignante cuando se azuza desde consejerías de la Generalitat o desde vicepresidencias del Gobierno de España. Esto debería inhabilitar para gobernar.

Quizá sería hora de gobernar

Las elecciones del domingo en Cataluña no han resuelto nada, al menos de manera concluyente, pero han evidenciado poderosos movimientos de fondo. El efecto Illa le ha funcionado al PSC, pero de momento es una victoria moral más que un cambio de paradigma fáctico. Medido en los tradicionales conceptos «processistes», la suma independentista puede hacer valer la mayoría, tal vez incluso conformar un Gobierno, pero difícilmente gobernará. Esto es algo muy diferente. La legislatura se terminó hace un año (presidente Torra dixit) por que los dos socios de coalición no se soportaban, se peleaban y confrontaban varias veces cada día. El desgobierno ha sido notorio y especialmente lamentable teniendo en cuenta los tiempos de pandemia. Ahora, los mismos, dicen que harán gobierno y que además será fuerte y estable. Se ve que para que esto sea posible incorporarán a la CUP que, como es sabido, es un tradicional partido estabilizador de sistemas. Las pretensiones políticas de unos y otros, especialmente en el terreno económico tienen tanta similitud como los huevos con las castañas. No hay que tener una gran imaginación para ver que, para Waterloo, lo que menos interesa es un gobierno efectivo y estable cuyo beneficiario sería ERC y a ellos se los condene al olvido. Laura Borràs irá doblando la apuesta para hacer las cosas imposibles y forzar unas nuevas elecciones que, entienden, podrían ganar una vez liquidado el PDCAT. Este es el cálculo y este es el relato. Otra cosa es que no se pueden permitir quedar como los que imposibilitan un gobierno independentista, porque lo pagarían en las urnas. La piel de este tipo de elector se ha demostrado muy fina. Tienen a ERC subyugada y en sus manos, en campaña se incorporaron a su estrategia y marco mental (mantenimiento estricto del bloque y cordón sanitario a los socialistas). ERC parece no haber entendido que siempre irá un paso atrás en la radicalidad, que tiene la batalla perdida. 

Resultat d'imatges per a "desgobierno"

Hay otra posibilidad, que es el de hacer un gobierno de izquierdas. Aunque esto pueda ser muy importante de cara a las políticas a implantar, lo es más que significaría romper la infernal y castradora lógica de los bloques y de la confrontación. El PSC y los Comunes han hecho su parte de este trabajo de desescalar el conflicto. Han propuesto en campaña, justamente y a pesar de los improperios que se les ha dedicado, superar el callejón sin salida de la melancolía y dotar al país de un gobierno transversal, fuerte, que busque puntos de encuentro, de consenso y acuerdo, para responder a lo que la sociedad catalana requiere ahora mismo. Pareciera que esto era posible hace unos meses o tan sólo unas semanas. En los últimos días de campaña a Esquerra le temblaron las piernas y los temores a la derrota le hicieron virar la estrategia y comprar el marco mental de la unilateralidad y de la polarización al que los llamaba el independentismo más recalentado del «lo volveremos a hacer «. Les ha servido para vencer en el combate interno del independentismo, lo que pasa es que el precio ha sido comprar el producto del adversario y perder centralidad y capacidad política. A veces el independentismo parece presentarse como una categoría por encima de la realidad y de los conflictos de clase, como si el elemento identitario obedeciera a una pulsión mística y bondadosa que superara proyectos ideológicos y de sociedad contrapuestos. ERC, no es sólo que pueda elegir o bien a derecha o izquierda y de entrada elige derecha, sino que significa apostar por mantener el conflicto, la polaridad y la fractura del país. Pero también para mantener la inestabilidad y el desgobierno que es inherente a los planteamientos de JxCat o bien de la CUP. El tripartito de izquierdas no significaría sólo ocupar el gobierno, que es sólo a lo que puede aspirar la estrategia independentista monolítica. Gobernar es otra cosa. Y esto, ahora y aquí, pasa por un acuerdo con Illa y con Albiach. Se puede hacer decir lo que se quiera a los resultados electorales, lo cierto, sin embargo, es que el voto independentista ha pasado de 2 millones de votos a 1,3 y representar sólo un 26% del censo electoral. Se precisaría valentía y aceptar la realidad plural y diversa de Cataluña. Poner el país por delante de los miedos ancestrales a ser tachado de «traidor». El patriotismo, concepto complejo y de dudosa existencia, tiene mas que ver con la grandeza de espíritu y la generosidad que con la justificación de misérrimos intereses particulares.

Volver a la realidad

La sociedad catalana, o al menos una buena parte de ella, ha estado instalada durante años en una realidad imaginaria, en un mundo paralelo en el que, decían, compartíamos una identidad fuerte y unitaria y en el que buena parte del mundo estaba pendiente de nuestra lucha para constituir una república emancipada del dominio colonial de uno de los viejos estados europeos y así convertirnos en un estado nórdico a pesar de estar ubicados al borde de la mediterránea. Poco importaba que el país estuviera hecho de sentidos de pertenencia más diversos y variados, que se vulnerara toda noción del Estado de derecho o bien que lo último que le podía convenir a la Unión Europea fuera que se abrieran conflictos de soberanía dentro de sus estados constituyentes. El balance de tantos años de estar descentrados con relación a lo que era realmente importante es bastante evidente: declinación económica, retraso, pérdida de competitividad, la marca país deteriorada y ruptura de la convivencia y cohesión social imprescindible. Si el fracaso político de tal aventura es bastante evidente no habiéndose logrado ninguno de los románticos objetivos que se nos decía teníamos a mano, la desorientación que sufre aquella parte de la sociedad que comulgó con estas ruedas de molino, a base de propaganda muy insistente y reiterada, es ahora total y absoluta. Hoy en día y a las puertas de unas elecciones, resulta sorprendente como ninguna de todas y cada una de las opciones independentistas reconoce haberse equivocado, plantea nada nuevo, no corrige el disparo, sino que pretende reiterar en el error y que sus antiguos electores los sigan en una aventura hacia la nada. En esto marca claramente el paso JxCat. Su candidata habla desde un mundo de fantasía donde se volverá a declarar la independencia, como si no fuera con ella los años de desgobierno que llevan a sus espaldas, la confrontación cainita con sus socios y la incapacidad manifiesta para dirigir y gestionar el país real. Hace unos días que el periodista Jordi Amat definió el imaginario de Laura Borràs como «mundo lisérgico». Al menos, lo parece. 

Resultat d'imatges per a "realidad paralela"

Es bastante evidente que la ciudadanía de Cataluña se juega mucho en estas elecciones del domingo. Se nos plantea la posibilidad de abandonar el «realismo mágico» y de recuperar la realidad positiva. Se puede optar entre una construcción fantasiosa o bien por el país realmente existente. Entre mantener aspiraciones siempre frustradas o afrontar las necesidades perentorias de nuestra sociedad. Esta es la verdadera confrontación política a estas alturas. Podemos recuperar el principio de realidad para afrontar y buscar soluciones a los problemas que tiene la gente y dar respuesta a los numerosísimos retos planteados en los ámbitos económicos, sociales, medioambientales y de la salud; o bien continuar girando en una noria con la que no es posible extraer ya agua mientras nos hundimos en el terreno del desengaño y nos recreamos en la melancolía. Deberíamos salir de esta situación varada, irreal e hipnótica en la que se nos ha situado y recuperar aquella noción de la política como la práctica del arte de lo posible, que hace suyo lo que resulta necesario y que no tiene la pretensión de salvarnos del alma. Ahora mismo quien representa el «retorno» a la sensatez es la candidatura del PSC, y quizás también la de los Comunes, aunque a veces parecen estos sufrir epifanías. Proyectos para la Cataluña concreta, cierta, fáctica, y que resultan inaplazables. Salvador Illa, además de un proyecto sólido y creíble para salir de la situación de bloqueo, aporta una actitud y una predisposición a superar la cultura de los bloques que resulta muy necesaria: no contribuir a la polarización, evitar el griterío, buscar elementos comunes y de posible consenso y, sobre todo, la voluntad de pasar página sin ningún tipo de revanchismo. Hay demasiados grupos políticos para los que el terreno de juego deseado es la confrontación y la pretenden continuar. Irresponsabilidad en grado superlativo. En esto coinciden tanto los independentistas como Ciudadanos, el PP o Vox; todos aquellos a los que el choque, el combate y la colisión abierta los alimenta y da sentido a su existencia. De hecho, se necesitan. Convendría que el domingo no nos confundieran falsas emocionalidades y cogiéramos billete para un tren que nos devuelva a la prosaica realidad. 

Economía de casino

Llevamos ya varias décadas viviendo peligrosamente. Desde los años noventa en los que se impuso la desregulación del sector financiero, este dejó de ser un instrumento al servicio der la economía para convertirse él mismo en un sector económico. Y no una actividad cualquiera, sino en la más importante y trascendente. Ligado a esto, el dinero dejó de ser un depositario de valor para convertirse en una mercancía con la que poder especular, mientras cualquier operación de crédito no hacía sino crearlo en abundancia. Quedó atrás la vieja noción de una economía productiva que era la base de la riqueza económica, constituida por actividades industriales o de servicios que creaban valor, con un sector financiero necesario para asegurar los flujos de dinero y los sistemas de pago pero que no añadía valor, a una realidad en la que no se trata de disponer de activos o crearlos, sino de utilizarlos como depositarios de apuestas. La riqueza financiera -que en realidad no es tal riqueza- rebasa en mucho el capital realmente existente. Si el PIB mundial, antes de la pandemia, era de 86 billones de dólares, el capital financiero era ya de 200 billones de dólares. Como se puede suponer y la crisis de 2008 lo hizo bien patente, los movimientos de este volumen de dinero generan burbujas especulativas sea cual sea la dirección que tome en cada momento. Los grandes gestores de fondos son ahora más determinantes para la economía mundial de lo que lo son los estados o incluso las grandes corporaciones empresariales. Cuando van de compras, se hacen con el dominio de sectores enteros de las economías de los países y fijan las condiciones. Las veinte mayores gestoras mueven 34 billones de dólares -para que nos entendamos, el doble del PIB de la Unión Europea- y Blackrock, que es el operador principal, juega con el equivalente a cuatro veces el PIB español.

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Justamente, las posiciones en España de Blackrock ilustran muy bien las maneras de actuar de estas compañías. Están convirtiendo, silenciosamente, algunos sectores como el bancario o el energético en un oligopolio. Participa en 21 empresas del Ibex-35 y es el mayor accionista individual de los bancos Santander, BBVA, Caixabank y Sabadell. En estas circunstancias, el concepto «competencia» queda francamente diluido. Precisamente, la estrategia de estos grupos consiste en esto, constituir de facto situaciones oligopolísticas en las que las empresas participadas acaban por concertar precios y condiciones bajo la consideración que competir no resulta eficiente. Hay unos perjudicados: los consumidores. Su inversión, además, es puramente funcional y en ningún caso a largo plazo. Priman lo que llaman la «creación de valor» para el accionista, es decir apuestan porque los gestores de las participadas prioricen el reforzar el valor bursátil de la compañía, recorriendo a menudo por ejemplo a la recompra de acciones. El objetivo está claramente marcado. Cuando se atraviesa el umbral de ciertas plusvalías, se abandona todo vendiendo y marchando para repetir la operación en otro lugar. En realidad, como explica muy bien el economista italiana Mariana Mazzucato, lo que hacen no es crear valor en las compañías, sino desarrollar un desvergonzado sistema de extraerlo. Estamos ante un capitalismo absolutamente financiarizado, sin ningún sentido de responsabilidad respecto a los efectos de las decisiones económicas que se toman. Quizás el ejemplo más extremo son los fondos de cobertura –hedge fund en la terminología inglesa al uso-, los cuales se hicieron tristemente famosos en el desencadenamiento de la crisis de 2008. Son para inversores a gran escala, desinhibidos y ambiciosos, que no se quieren contentar con tasas de beneficio moderadas. No aprendimos nada. Vuelven a mover entre 6 y 8 billones de dólares. Fondo buitres y agresivos que especulan con el empobrecimiento evidente de los demás. Operan en el que en la jerga se conocen como «posiciones a corto». Es decir, cogen en préstamo títulos de manera condicionada, vendiéndolos a precios elevados y recomprando a la baja. Apuestan a la caída del valor, haciendo una especie de profecía que inducirán a que se cumpla. Grandes apuestas, juego, riesgo y efectos demoledores. La economía queda lejos de eso, pero aún más la decencia, la ética o la moralidad.