Mes: marzo 2021

Aval

Definitivamente, a la gente nos gusta ser engañados. En política, damos por buenas propuestas que sabemos que no se cumplirán y nos adherimos al primer charlatán que sabe conectar con nuestros malestares prometiéndonos la redención, aunque intuyamos que es poco más que un decorado de cartón-piedra. No sé muy bien porqué, pero la figura del estafador nos atrae, nos acaba por resultar simpática y le compramos el relato embaucador, aunque todo apunte a que es pura bisutería. Da igual, queremos creernos la historia que se nos cuenta, aunque sea poco más que papel mojado envuelto en purpurina. No hablo ahora de política, al menos no de la misma en el sentido literal del término. Me viene a la cabeza esta reflexión raíz del asalto al FC Barcelona que han perpetrado Joan Laporta y su camarilla, sea dicho de paso, por medio de unas elecciones y, hay que diría, de forma completamente democrática. Desde el primer día que anunció que quería repetir presidencia, ha contado con muchos medios para hacerse notar y proyectarse, con el apoyo incondicional y acrítico de buena parte del periodismo deportivo, de las inflamadas huestes independentistas, practicando una exitosa estrategia comunicativa digna de cualquiera de los movimientos populistas que campan por Europa. Ha obviado, y nadie le ha hecho reproche, de su historial en el club con despilfarros ostentosos de nuevo rico, uso de jets privados, los negocios particulares con la hija del dictador de Uzbekistán utilizando jugadores del equipo, movimientos de dinero con fichajes difíciles de explicar o, también, el derrumbe del Reus Deportivo después de su paso por él. Ha sabido conectar con la tendencia a la melancolía del aficionado azulgrana abstraído aún con «el mejor Barça de la historia» que se asocia a la época de Laporta y de Guardiola. Se podría recordar, pero creo que nadie lo quiere, que aquellos éxitos tuvieron que ver con una generación irrepetible de jugadores con gran talento y que la opción Guardiola fue la tercera después de que dijeran que NO apuestas prevalentes como la de José Mourinho.

Due Diligence: el Barça hace públicos los excesos de la 'era Laporta' -  EcoDiario.es

Con Laporta y su séquito, el socio barcelonista, más bien conservador y de una cierta edad que podría inducir a pensar erróneamente que sería más dado a la prudencia, se asegura mucha sobreactuación, declaraciones testosterónicas, un subido tono patriótico y una gestión económica que, probablemente, acabará entre mal y muy mal. El adulto del grupo en estos temas, Jaume Giró, se ha largado antes de empezar y quién lo sustituye es un nuevo rico que ha decidido «comprarse» el cargo haciendo una aportación al aval que necesitaba Laporta. Muy tranquilizador. Y es que el tema de cómo se ha llevado la cuestión del preceptivo aval de la nueva Junta directiva debería haber encendido las alarmas incluso a los más conformistas y no digamos de un periodismo deportivo que sigue sin decir nada, en un acto de complicidad que justamente no les correspondería. Según la ley del deporte, las directivas deben aportar en los clubes deportivos avales por valor del 15% del presupuesto. En este caso 125 millones de euros. Sorprende que la noche de la victoria no lo tuvieran ni siquiera apalabrado. Creyeron que, en caso de ganar, alguien lo pondría y, sobre todo, convertirían en un problema del club algo que le correspondía a Laporta y su corte. El Banco de Sabadell, prevenido, sólo puso 30 millones y aún con los consiguientes contravales pertinentes con el patrimonio de los miembros de la Junta. Es aquí donde aparecen avalistas de última hora que actúan como si compraran participaciones de una sociedad que se llama «Barça», exigiendo no contrapartidas de los avalados, sino del club el cuál además pagará los intereses pertinentes de esta aportación tan «desinteresada». Jaume Roures, ya sabemos cómo se lo cobrará. Dentro de no mucho se le entregarán los derechos televisivos y supongo que, como ha hecho en Francia, sencillamente no los pagará. Todo ello en un club en horas bajas: 1.100 millones de deuda, 850 millones de ellos a corto plazo; un fondo de maniobra negativo de 700 millones y el campo de juego para rehabilitar o hacerlo nuevo, además de tener que renovar una plantilla de valor muy deteriorado. A 30 de junio, las cifras serán de quiebra y alguien podría instar el concurso de acreedores. Entonces es cuando aparecerá algún fondo de inversión salvador, que probablemente ya está conectado y trabajando en el tema, y ​​ el “més que un club” terminará en manos de una sociedad anónima. Nadie se acordará ya del «socio», como decía siempre el expresidente Núñez. Al ser un tema pasional, la afición futbolística lo aguantará todo y, puede ser, que se encuentre la manera de culpar a los de fuera. Quizás nos lo merecemos. Hemos hecho todo lo posible para que nos tomen el pelo y se nos rían en la misma cara. Con estas apuestas que hacemos, ¿qué puede salir mal?

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Gambito de dama

El tablero político español en pocos días ha saltado por los aires. A pesar de que los discursos iban cogiendo un tono cada vez más agresivo y polarizado, la coalición gubernamental y la mayoría parlamentaria sobre la que se sustenta parecían no tener revuelo más allá de la estrategia de tensión constante de la cuerda por parte de Pablo Iglesias, el grado de inestabilidad inherente a la dinámica política catalana y las salidas de tono verbal de una derecha compitiendo para ser cada vez más extrema. Justamente, han sido las estrategias en competencia de la derecha las que han terminado por dinamitar el estatus quo y convertir así la batalla de Madrid en el gran campo de combate de la política española en los próximos meses y, quien sabe, si años. Ciudadanos ha sido el eslabón débil y desencadenante del conflicto. Fracasada la estrategia de Albert Ribera de sustituir al PP como referencia de derechas, de hacer un quimérico sorpasso, el decaimiento de los resultados y los intentos de volver hacia el centro el partido por parte de Inés Arrimadas, han implosionado su organización y los populares han salido a la compra del diputado para acelerar la derrota. Aparte del espectáculo lamentable de la exhibición de la parte más sórdida de la política, la posible desaparición de Ciudadanos no hará sino acentuar la polarización en la dinámica política española. El Partido Popular sólo podrá contar con Vox, partido con el que irá tomando semblanzas especialmente en el tono, mientras el PSOE no dispondrá de ningún socio alternativo al que tiene ahora. Bloques sólidamente configurados y confrontación que no dejará espacio a matices ni a la sofisticación verbal. La política española se catalaniza, pero no en el sentido regeneracionista en que se utilizaba este concepto en la época de la Restauración del siglo XIX, sino de caótico, de opereta, fantasioso y fracturador que hemos vivido en la política catalana, como mínimo, en la última década.

Crítica de Gambito de dama, con Anya Taylor-Joy más desafiante que nunca -  HobbyConsolas Entretenimiento

De hecho, Madrid se ha erigido como el gran baluarte de la nueva derecha española para desgastar y confrontarse con el gobierno de Pedro Sánchez y con cualquier planteamiento progresista que se les ponga por delante. Un gobierno madrileño de derecha pura y dura que ha seguido una estrategia de conflicto constante y sin miramientos, utilizando la pandemia para convertir las mentiras, las medias verdades y las invenciones en la base de un relato apocalíptico sobre la situación española. El inefable Miguel Ángel Rodríguez, jefe de comunicación del Aznar más duro, encontró en el perfil de Isabel Díaz Ayuso la persona adecuada para llevar a cabo una deriva populista de manual, emulando al que seguro son sus referentes como el norteamericano Steve Bannon o bien el británico Dominic Cummings. Su repentina y sorprendente convocatoria de elecciones fue un gesto muy teatral, pensado y, extrañamente, inesperado por sus contrincantes. El movimiento de fichas, a derecha e izquierda, es ahora enorme y, como en toda partida de ajedrez, resulta un desplazamiento con múltiples e inesperadas salidas. Subordina a Pablo Casado, que decía querer ir hacia el centro, a su estrategia populista, bronca e iliberal, pretendiendo sustituirlo como líder referente hacia el futuro. Provoca un movimiento atrevido pero inevitable de Pablo Iglesias de cara a evitar que su formación sea irrelevante, lo que satisface al PSOE ya que se deshace de una figura demasiado dada a la sobreactuación. Pero, sobre todo, minimiza la política catalana y la estrategia independentista de marcar la agenda política española. El personaje Díaz Ayuso, que ya se ha ganado las siglas IDA como propias, es un personaje singular y sólo comprensible como líder político en los kafkianos tiempos que corren. Su experiencia política no va más allá de haber llevado las redes sociales de Esperanza Aguirre, y entre ellas la cuenta de twitter de «Pecas», el perro de la anterior presidenta. No tiene ningún problema con blandir públicamente una inmensa ignorancia que lo abarca casi todo. Aparentemente frágil y de mirada inquietante, es una especie de combinación entre el derechismo iluminado de Sarah Palin del Tea Party y del tacticismo imprevisible y dado a la performance de Carles Puigdemont. Son tiempos en que el simplismo combinado con el descaro ayuda bastante a triunfar en una política que ya es poco más que un parque de atracciones de las emociones.

A los youtubers les gusta Andorra

Últimamente ha habido un cierto debate raíz de la «fuga» a Andorra del Rubius y algunos otros nuevos ricos hechos a la sombra de los negocios de internet, los cuales han tirado del argumentario individualista y egoísta más rancio de cara a justificar de manera insolente el no pagar impuestos, con el contrapunto muy digno de Ibai Llanos. Que los ídolos adolescentes hagan bandera de escaquearse de contribuir dice muy poco de ellos, pero resulta muy preocupante por la cultura que abonan.

De hecho, el debate sobre la cuestión fiscal y tributaria se produzca de manera siempre parcial, sesgada, mal planteada y confusa. Sin duda una manera interesada de hacerlo, para evitar que la ciudadanía pueda hacerse una composición de su trascendencia. También llama la atención la poca importancia que se da al tema en el debate político. No ocupa como debería la centralidad, e incluso las izquierdas de vocación transformadora, rehúyen hablar explícitamente del tema más allá de los lugares comunes habituales de perseguir el fraude fiscal como mecanismo de aumento de la recaudación. No entran, ya sea por miedo o por desconocimiento, a plantear el debate tributario en parámetros algo más allá del sí «subir o bajar» impuestos de manera genérica, que es la primera gran fórmula para generar desconcierto sobre el tema. No se entra en las diferencias de naturaleza entre los diversos tipos de impuestos y sus efectos correctores de la desigualdad o precisamente estimuladores de ella. Se considera la cuestión tributaria como una materia «técnica» que incumbe a «expertos» fiscalistas, como si detrás de cualquier normativa no hubiera un ineludible sesgo ideológico y político.

Con tantos años de propagandismo liberal, de individualismo extremo, gran parte de la ciudadanía ha interiorizado el concepto de la fiscalidad ligado a el de la «confiscación» que tanto vilipendian los ultraliberales. No se entiende la contribución tributaria como una acción necesaria y que revierte en el bienestar común y al sostenimiento de mismo concepto de sociedad, sino como una apropiación que el Estado malgasta. La misma contabilidad empresarial, no sitúa la tributación en el ámbito de los costes, sino como algo que recorta a posteriori el epígrafe de los beneficios. Nada es neutro. Los gobernantes y los que pretenden serlo, tratan a menudo la falta de rigor en la aplicación de las normativas fiscales, el porqué unos pagan religiosamente y otros no, como un descontrol inevitable debido a la complejidad del tema. Sorprende como el que para las rentas del trabajo resulta inexorable, para las rentas de capital se plantee como una cuestión de mentalización y de responsabilidad. Nadie explica, ni se explica por qué en algunos ámbitos de tributación de los tipos nominales y los tipos medios de liquidación real divergen tanto. La normativa fiscal es claramente ideológica en favor de una sociedad poco equitativa, pero además las legislaciones son tramposas y tienen múltiples vías de elusión y de fraude fiscal. Son multitud los legisladores fiscales que se contratan luego como expertos fiscalistas que las corporaciones pagan generosamente para que los ayuden en su planificación fiscal agresiva. Es el rentable mundo de las puertas giratorias.

fraude fiscal – @FerranMartín

En la misma línea de las maniobras de confusión con relación a la cuestión fiscal, está el de los paraísos fiscales. Se plantea su existencia como un imponderable inevitable debido a que algunos pequeños estados poco solidarios se dedican a esta actividad y sobre los que no se puede actuar. No se explica, que los paraísos fiscales justamente nacieron y se han desarrollado como el reverso necesario del propio sistema económico, de cómo los refugios fiscales son instrumentos absolutamente interrelacionados con la gran banca y los grandes centros financieros como la City de Londres, o como Wall Street. El mundo offshore no es el ultramundo de la delincuencia internacional, son instrumentos establecidos, especializados e interrelacionados con toda la economía y las finanzas internacionales. Los paraísos, como el fraude fiscal, no son una excrecencia, un accidente o una anomalía, forman una parte sustancial de los movimientos económicos internacionales, así como el principal mecanismo de la gran acumulación de capital en unas cada vez más pocas manos. Los Estados subsisten concentrado su presión tributaria hacia unos trabajadores cada vez menos numerosos y con peores niveles salariales. A nadie parece interesarle la falta de equidad fiscal, o al menos de plantear la cuestión en sus justos términos. Habría que devolver, o contextualizar, el debate tributario en el ámbito de la política y sobre todo situarlo en su consideración ideológica central sobre el tipo de sociedad que queremos y a la que aspiramos. Sería bueno recordar que, aunque pueda parecer reduccionista, democracia es pagar impuestos; es el precio de la civilización.

El fracaso de la política

La política es más necesaria que nunca. No sólo debe ser una actividad apacible, aburridamente institucionalizada para épocas de estabilidad y bonanza. En momentos de mudanza y en tiempos críticos debería visualizar especialmente que este es el camino, y no hay otro, para encaminar la sociedad. Vivimos momentos convulsos y muy confusos. A nivel global, pero también y especialmente, a nivel local. Conflictos enconados y fuera de control que manifiestan una cierta negación de la política. Un fracaso de la política por partida doble, afectada tanto por la pérdida de su centralidad y su intenso viaje hacia la ingravidez, así como el deterioro de sus expresiones institucionales, de sus organizaciones partidarias y de sus líderes. Estamos en una sociedad donde la ciudadanía ha visto desdibujar esta condición fundamentalmente «política», por la de consumidores compulsivos, desengañados y indiferentes. La dimensión de la crisis actual tiene, lógicamente, connotaciones sanitarias, económicas y sociales de carácter estructural, pero también de ligereza política en el sentido de establecer bandos confrontados y un partidismo mal entendido. Se han roto o están en proceso de hacerlo todos los equilibrios imprescindibles para una estabilidad mínima y necesaria. Se han extraviado por el camino valores fundamentales que habrían asegurado la convivencia y la cohesión. Hay futuro, lógicamente, y no deberíamos caer en tentaciones derrotistas ni apocalípticas. Pero son tiempos de falsos apóstoles, de referencias escasas y de liderazgos débiles. En épocas de confusión, el principal peligro, nuestra principal debilidad, como ya señalaba Antonio Gramsci en sus escritos de juventud, es la indiferencia.

Habría que recuperar algunos valores y hábitos que eran inherentes a la cultura democrática, y que su vaciado de las últimas décadas les ha hecho caer en un relativo desuso. Sociedades libres y con ciertos niveles de bienestar y de cohesión social o nos las proporcionamos a través de la revitalización del sistema democrático o, sencillamente, nos abocamos al caos y en el «no hay salida». Reasumir la libertad individual y colectiva como valor supremo no estaría mal, porque existe la posibilidad de que la demos por hecha, cuando en realidad es una conquista que hay que defender cada día contra sus detractores, que los hay y muchos. Como también, deberíamos asumir el conflicto de intereses y los puntos de vista diferentes como algo consustancial en individuos que vivimos de manera agrupada. Habría que aceptar la pluralidad, la diversidad no tanto como un problema y más como un valor, como una riqueza. El debate puede resultar apasionado, pero el respeto y la tolerancia deberían ser líneas rojas infranqueables. La discusión, el intento de convencer, encontrar puntos en común en la discordia es mucho más fácil cuando se explicitan claramente los planteamientos ideológicos. Bueno sería recuperar el concepto de «ideología» como algo positivo, no como una enfermedad peligrosa o como una antigualla de la que deshacerse. La ideología remite a un sistema de valores, a una forma más o menos ordenada de entender y explicarse el mundo, una estructura mental no en la que cerrarse, sino desde la que pensar. Como sería todo mucho más fácil si la discusión política se pudiera realizar sobre proyectos políticos también específicos y concretos, no sobre elementos de propaganda o pulsiones tribales que sólo inducen a la confusión y al desengaño.

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Habría que renovar y revitalizar las instituciones políticas. Que nos permitan abandonar esa sensación de estar ante instrumento viejos, en teatros o catedrales donde se representan obras antiguas de poco interés o en franca decadencia. Las instituciones son símbolos en la democracia, pero también sus pilares efectivos. La renovación de formas y contenidos parece indispensable, como dotarlas de mayor eficacia y de capacidad de identificación. Toda sociedad, toda cultura tiene necesidad de renovar, de vez en cuando, sus rituales. Cuando los ceremoniales nos parecen ridículos tendemos a abandonar la creencia. Parece insólito que en un mundo donde la hemos cambiado casi todo de arriba abajo, algunas cosas parezcan inmutables. Las sesiones parlamentarias, tal como están concebidas y se desarrollan, parecen diseñadas por los enemigos de la democracia, y no digamos los actos oficiales de la jefatura del Estado, más propios de monarquías absolutas o de repúblicas bananeras. La seriedad, el respeto, la importancia poco o nada tienen que ver con formas impostadas y engoladas. Más de fondo que de forma, es el hecho de que la división de poderes del Estado no sea una mera caricatura, especialmente en cuanto al poder judicial. La famosa «independencia» de este poder debería ser algo más que un apelativo sin contenido que se acuñó y proviene del fondo de los tiempos.