El debate sobre la fiscalidad vuelve a centrar la pugna política en España y, probablemente, lo hará durante tiempo, al menos hasta que se celebren elecciones generales en un año. La derecha hispánica, tanto la de Feijoo como la de Ayuso y también la de Vox, han hecho suyo aquel precepto propagandístico del neoliberalismo que afirma que “los impuestos son una incautación de la riqueza privada y donde mejor están es en el bolsillo de los contribuyentes”. Obvia esta premisa algo tan fundamental como es que el presupuesto público que financia la acción de las administraciones se realiza con la recaudación impositiva. No hay servicios públicos, no hay políticas que garanticen la cohesión social como tampoco disponer de infraestructuras sin una fiscalidad adecuada, la cual, parece lógico, debe recaer de forma proporcionada y progresiva según el nivel de renta. El sistema tributario no sólo dota de los recursos imprescindibles al Estado, también puede contribuir a moderar o aumentar la desigualdad económica y combatir o no la pobreza. Oliver W.Holmes, juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos condensó en una única frase la importancia de la fiscalidad: «los impuestos son el precio que pagamos por la civilización». No existe sociedad sin un sistema de contribución al bien colectivo, no hay democracia sin pagar impuestos.
En el debate tributario a menudo a la izquierda le cuesta salir del marco mental que le fija la derecha de ser siempre proclive a aumentar los impuestos, de ser depredadora. Carga con este lastre. Habría que explicar que el debate no es el de “bajar” o “subir” impuestos, sino en que se deben pagar los justos. Es decir, impuestos los necesarios para las necesidades de financiar las políticas públicas, y que el pago debe realizarse de manera adecuada a la renta y riqueza de cada uno. Justicia fiscal, éste resulta el concepto clave. Que las rentas del trabajo estén mucho más grabadas, porque es fácil hacerlo, que no las rentas de capital no resulta equitativo, como tampoco lo es que no paguen de forma extraordinaria aquellos que se enriquecen de forma exagerada en momentos de crisis a cuestas del bienestar de la mayoría, como sería el caso actual de las grandes energéticas o de la propia banca. Esta última hace sólo diez años que tuvo que ser salvada con abundantes recursos públicos que no devolvió. Debería explicarse que el nivel tributario se correlaciona de forma directa con la calidad del Estado de bienestar del que disponemos y de forma indirecta con el déficit y la deuda pública. Éste es el debate. Cuando en España el nivel de tributación respecto al PIB es del 34,5%, significa que estamos siete puntos por debajo de la media europea. Los países nórdicos, tan admirados, poseen niveles impositivos medios que superan el 50%. Por eso disponen del modelo de Estado de bienestar más completo.

Los sistemas tributarios actuales penalizan especialmente a las clases medias. Su proceso de laminado y desaparición tiene que ver con ello, aunque no sólo con eso. En la versión vulgar de la derecha sobre la tributación no se entra en las diferencias de naturaleza de los distintos tipos de impuestos y su carácter corrector o estimulador de la desigualdad. Se debería realizar una cierta pedagogía sobre el papel y función de los diferentes tipos impositivos y el efecto tan diferente de los impuestos directos y los indirectos. También explicar la diferencia entre los tipos nominales y los tipos reales que se liquidan. Las muchas posibilidades de elusión fiscal provocan que las rentas de capital coticen muy por debajo de lo escrito en la normativa. Y no hablemos de fraude ni de evasión de capitales, que sería otro tema. Nos referimos a que las empresas del Ibex35 de la bolsa española pagan una media del 8% en Impuesto de Sociedades, cuando el tipo establecido sobre el papel es del 25%. Y si hablamos de las grandes corporaciones y plataformas tecnológicas, estas sencillamente no pagan. Especulan con los precios de transferencia entre filiales para acabar cotizando, a menos que mínimos, en paraísos fiscales. Apple declara pérdidas en España y acaba pagando un tipo negociado del 0,005% en Irlanda. Ya lo dijo de forma elocuente y en un ataque de sinceridad el inversor financiero global Warren Buffet, “pago menos impuestos que mi secretaría”.