Mes: noviembre 2020

El ángulo oscuro

La sociedad catalana, como casi todas, más allá de su dinámica natural, su vida institucional y su discurrir abierto y democrático, tiene también una parte oscura. Esta dimensión no evidente está hecha de juegos de poder ejercidos de manera descarnada donde intervienen la política y el dinero con asociaciones y defensa de intereses poco presentables y donde, muy a menudo, el cuarto poder de los medios de comunicación se encuentra totalmente involucrado. Si estos sótanos donde se tejen alianzas e intereses y se intercambian favores existen siempre, ya que son inherentes a una cierta condición humana y la pulsión de poder, en períodos de cambio y de transición suelen tener aún más relieve y significación. Las épocas inciertas, abiertas, resultan una ocasión muy propicia para los aventureros y los saltimbanquis. En las postrimerías del franquismo, cuando la transición política parecía inevitable pero aún no se había iniciado, había muchos personajes y grupos de intereses que intentaban posicionarse cara al futuro, marcando distancia del régimen con el que habían convivido sin muchos problemas y que, en muchos casos, les había facilitado enriquecerse. Había que poner huevos en una nueva cesta. También había personajes que más que vocación de política lo que pretendían era situarse en el sistema de poder político que llevaría la democracia, que se movían de manera intensa para disponer de recursos y contactos que les ubicaran en un buen lugar en la parrilla de salida para ocupar el sistema institucional que seguro se crearía. Era aquello tan lampedusiano de que todo cambiará, pero de lo que se trata es que todo siga básicamente igual. El cenagal que entre los años sesenta y noventa se produjo en Cataluña fue notorio y sus reminiscencias condicionan y contaminan todavía hoy la sociedad y la política catalana.

Paios: L'angle mort d'Alfons Quintà

De todo esto trata El hijo del chofer de Jordi Amat, un libro ineludible para entender los juegos de poder de los últimos cincuenta años, la ciénaga de intereses que han conformado la política catalana, las miserias y debilidades de algunos de sus personajes principales, los enriquecimientos súbitos y los movimientos de dinero, la feria de vanidades. Aunque el personaje principal sea el itinerario cambiante del periodista Alfons Quintà, psicópata y mala persona de manual, en realidad el escritor retrata los intersticios del poder y de intereses de detrás de las bambalinas, el ángulo oscuro que también forma parte de la realidad, centrándose especialmente en el papel de los periodistas y en el entramado de medios. Retrato de la cultura y el instinto de dominio de unos tiempos en los que el cinismo interesado resulta la pulsión dominante. En palabras de uno de ellos, Josep Pla, «¿porque en Cataluña nadie dice nunca la verdad?» Una narración de realismo novelado por donde desfilan el escritor ampurdanés y su pretencioso cortejo, el presidente Tarradellas del exilio con sus miedos, los cazafortunas y especuladores con el cambio de moneda como Manuel Ortínez o Florenci Pujol, así como franquistas que se reposicionaban como el periodista Carles Sentís. Pero sobre todo Jordi Pujol y todo lo que él mueve y lo que significa: delirios de grandeza, corrupción organizada, el fraude de Banca Catalana, el ejercicio despótico del poder, la figura de Lluís Prenafeta, las relaciones de amor y odio con La Vanguardia, la creación de TV3 como recurso publicitario y autojustificativo, la exótica aventura de El Observador, las vinculaciones con el empresario de la Rosa, la multitud de periodistas dispuestos a hacer de propagandistas… El funcionamiento descarnado de la Cataluña del poder y del dinero. Un retrato nada complaciente de unos tiempos en los que imperaba demasiado silencio cómplice.

Como bien indica Jordi Amat, ésta es la parte oscura de un país que, afortunadamente, era a la vez muchas más cosas y que contaba con ámbitos de la sociedad bastante más sanos de los que en el libro se explicitan. Estamos ante una sentencia demoledora de lo que ha significado la cultura pujolista. Habrá quien piense que de todo esto es mejor no hablar y dejarlo en el olvido del cementerio de la historia, que las cosas ocultas mejor que lo sigan siendo pues removerlas las vuelve fétidas. Ninguna sociedad, sin embargo, tiene una evolución sana si no sustancia su pasado, si no aprende a base de reconocer lo que no debería haber sucedido. Es la única manera de evitar que vuelva a pasar además de poner a cada uno en el lugar que le corresponde.

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Desgobierno

Vivimos en una situación extraña, anómala. Sin duda unos tiempos excepcionales y bastante inquietantes. El coronavirus y su impacto no se previeron y tiempo habrá para dilucidar si se hubiera de haber sido más diligente con sus peligros por parte de unos epidemiólogos que ahora oimos sentar cátedra de manera arrogante en los medios de comunicación. Un poco tarde. Lo cierto es que el sistema médico-sanitario no estaba preparado para una pandemia de estas características y no estoy muy seguro de que fuera posible de estarlo. La parálisis de buena parte de la actividad económica resulta de una dimensión y una brutalidad muy superior a cualquier crisis económica de las que nos recordamos. Sectores enteros sin ninguna actividad, multitud de gente sin empleo y gran cantidad de familias sin ingresos. Las perspectivas no resultan nada buenas. La necesaria desescalada no hará sino poner en evidencia un paisaje después de la batalla que resultará inevitablemente desolador. Muchos negocios habrán desaparecido, muchos comercios y actividades de tipo familiar habrán cerrado para siempre, muchas empresas harán los despidos que han diferido. Una vez superemos el drama humano y los colapsos sanitarios, nos espera una posguerra que puede resultar de muy larga y de difícil digestión.

En situaciones críticas los ciudadanos miramos hacia las instituciones públicas para que respondan a lo que está pasando, aporten soluciones incluso a lo que era imprevisto y, sobre todo, que nos den explicaciones que nos puedan proporcionar unas ciertas dosis de seguridad y nos demuestren que las cosas están bajo control. Los últimos meses hemos constatado cuán necesario resulta disponer de una sólida red sanitaria pública y de sistemas políticos donde la cultura asistencial esté presente. En definitiva, el valor del Estado del bienestar. Probablemente hemos lamentado sus agujeros y insuficiencias actuales así como haber dado por buenas las políticas debilitadores y privatizadoras de los servicios públicos que tan alegremente se hicieron. Buena parte de los gobiernos del mundo occidental han actuado de manera desnortada y bastante contradictoria durante la pandemia. Les ha costado comprender la dimensión y magnitud de la tragedia, coger el timón y tomar decisiones coherentes. El falso dilema entre priorizar la salud o bien la economía ha impedido desarrollar estrategias para contrarrestar la pandemia suficientemente claras y resolutivas. Costó que la colaboración se impusiera a la competencia entre los países y la lentitud de respuesta de la Unión Europea y otras instituciones internacionales resultó preocupante. Finalmente, la UE ha sido contundente con el programa Next Generation y los fondos destinados a la recuperación y transformación de las economías continentales. Políticas expansivas de tipo keynesiano que resultaban ineludibles y que pueden significar una magnífica oportunidad, especialmente para unos golpeados y con estructuras arcaicas países mediterráneos.

El caos, un estado que favorece a los narcisistas - La Mente es Maravillosa

En medio de todo esto chirría y mucho el auténtico desbarajuste gubernamental en que se ha instalado Cataluña. El mal viene de lejos, pero ahora resulta más insoportable e injustificable. Cuando se requiere de seguridades y de solvencia, tenemos una coalición de gobierno con partidos abierta y públicamente confrontados, que se contraprograman, que se insultan y descalifican a cada momento, que se filtran informaciones para perjudicarse, con miembros claramente poco preparados y desbordados, con subastas de ayuda como se hizo con los autónomos que no tienen perdón de Dios, con la imperdonable gestión de las residencias de la tercera edad, al utilizar el contexto de sufrimiento para profundizar en el conflicto político con el estado… Resulta aterrador que algunos políticos de la corriente dominante afirmen que quizá sí, que a partir de ahora se debería priorizar la gestión y dejar en un segundo plano la épica, la ideología y la sobreactuación para mejores momentos. Un poco tarde para darse cuenta del daño estructural, económico y social pero también moral, que se ha infringido el país. La pandemia, sus efectos y su gestión, nos ha despojado y nos ha puesto ante el espejo de la realidad. Ídolos de barro que sostenían falsos horizontes de grandeza. Quizás habría que volver a empezar, hacer un reset como se dice ahora, dejarnos de «jornadas históricas» y centrarnos en lo verdaderamente importante, lo que tiene que ver con el futuro y el bienestar de la gente. Ni más, ni menos.

Ética y tecnología

La ciencia y la tecnología juegan un papel definitorio en nuestras vidas. Cada vez más. Aunque nos resulten incomprensibles los campos de investigación más vanguardistas y el uso de una jerga de superexpertos, sus cada vez más inmediatas e impactantes aplicaciones prácticas transforman la economía y la sociedad de manera más espectacular y drástica de lo que lo han hecho nunca las ideas políticas y sociales. Nadie decide sobre la conveniencia o no de desarrollar y disponer de internet, pero la verdad es que apareció y los cambios que ha provocado, y con él toda la cultura digital, ha resultado la mayor disrupción de la historia, como mínimo desde la revolución industrial. Parece como si lo realmente importante en el mundo y en nuestras vidas no se decidiera, sino que se produce espontáneamente. Las capacidades científicas y tecnológicas actuales nos sitúan a menudo ante dilemas éticos y morales de un cierto calado, o al menos deberían hacerlo. Un mundo éste privado y al margen de todo control y sin que las prioridades se fijen de forma democrática. Con el sistema de cámara oscura, no se garantiza la «libertad» investigadora de tecnólogos y científicos como alguien podría argüir, sino los intereses empresariales que lógicamente hay detrás de la costosa actividad investigadora. Las innovaciones son de tal calado que a menudo se producen sin un marco legal previamente definido, el cual deberá desarrollarse a posteriori cuando algunos efectos perversos ya se han establecido y cuando el debate posible está mediatizado por los intereses ingentes que han adquirido las grandes corporaciones. La lógica monopolista de los gigantes de la informática y de las grandes plataformas de Internet es una prueba de ello, teniendo los estados que someter a Apple, Microsoft o Google a grandes procesos judiciales para evitar el establecimiento de monopolios y mantener, al menos las apariencias, que sigue funcionando el libre mercado.

La importancia de la ética en la inteligencia artificial - IA Latam

Sin caer en una desconfianza enfermiza con relación a la ciencia y la tecnología, lo cierto es que el tema de los límites de lo que es humanamente aceptable existe, nos lo planteemos o no, como hay un problema con relación al mantenimiento de la privacidad que algunas aplicaciones tecnológicas están obviando de una manera casi escandalosa. La dependencia de carácter casi feudal, de sumisión a los designios y la lógica de grandes corporaciones como Apple o Google, es preocupante en términos de libertad individual. Una cierta idiotez para la novedad y para lo último en aplicaciones tecnológicas a la moda, nos impide discernir o dar importancia que estamos entregando nuestra individualidad, nuestra privacidad a grandes empresas, intromisión que no toleraríamos que lo hiciera directamente el Estado. Se ha instalado la creencia de que todo es medible y cuantificable. Se controla cada clic que hacemos y cada palabra que introducimos en el buscador. Todo es observado y registrado. La tecnología, en nuestros días, sustituye la función que antaño estaba reservada a la religión. Se ha convertido en una especie de refugio contra toda incertidumbre, pero no se tolera la libertad de pensamiento fuera de su estricto marco de funcionamiento. Se ha dotado a la ciencia ya los aplicativos tecnológicos de una función ideológica, consistente en proporcionar de certeza, ser un punto de referencia y proveer de sentido a la vida. Parece como si a estas alturas, toda noción de progreso se hubiera concentrado en el conocimiento científico y tecnológico.

El imperio del tecnológico tiene sus peligros y sus disfunciones, así como la necesidad de proteger algunos valores básicos de nuestra sociedad que corren el riesgo de verse asaltados y arrasados. Quizás algunos aspectos de los trabajos en biotecnología sean los que resultan más inquietantes. Los avances en este campo permiten literalmente reescribir el código de la vida, como quien reescribe la programación informática. Hay quien considera que los científicos de algunas compañías que están trabajando en ello, cambiarán la raza humana tal como la conocemos hoy en día. Esto, convertiría, comparativamente, la revolución digital en algo minúsculo. Ya no se trata de conocimiento biológico para combatir o prevenir enfermedades, se trata de que por primera vez en la evolución que un producto de la evolución pueda modificarse a través de la ingeniería. La humanidad, así, podría estar en los albores de la creación de nuevas especies, modificar las existentes y mutarse a sí misma. El darwinismo puede quedar como algo del pasado en la medida que la genómica pueda practicar una arquitectura biológica diseñada para ajustarse a los deseos, las locuras o a las demandas del mercado. Que se pueda reescribir la vida es notablemente inquietante, más cuando lo que es posible a nivel científico no habrá código ético o prohibición gubernamental que pueda impedir que se acabe realizando.

La derrota de la sociedad americana

Probablemente Joe Biden acabe ganando las elecciones estadounidenses, pero el reconocimiento de ello le costará muchos días y grandes esfuerzos institucionales y judiciales. Como había anunciado previamente, Donald Trump no aceptaría una derrota la que a su juicio y la de sus seguidores sólo era posible si le robaban las elecciones. El peor de los escenarios electorales que se temían se ha acabado produciendo: una victoria demócrata muy ajustada y el no reconocimiento de esto por parte de unos republicanos dispuestos a litigar hasta donde haga falta y, de paso, hacer tierra quemada y destruir la credibilidad de las instituciones y del sistema político. En la calle, grupos armados poseídos por teorías conspiratorias como las que difunden grupos tanto demenciales como QAnon, dispuestos a ir hasta el final en esta locura. Trump quizás al final tendrá que abandonar la Casa Blanca, pero el trumpismo se quedará en una sociedad americana profunda y lastimosamente dividida.

Y es que Trump ha instituido una nueva manera de hacer política, la que entre otras cosas consiste en arrasar con todo y en no dar por buena ninguna regla del juego. Una manera de actuar y de construir el relato que ya se ha impuesto en diversos grados de intensidad en buena parte del mundo. Es lo que ahora se lleva. En las elecciones americanas actuales, sólo ha existido él. Ha ocupado el centro del escenario y ha ido marcando la agenda según su criterio y percepción. No hay contrincante, a nadie le interesa quién es Joe Biden ni lo que piensa hacer. Todo resulta dual entre seguidores enardecidos y votantes que no lo soportan y huyen de tanta desmesura. Esta es su victoria incuestionable, aunque después las cifras finales no le den la presidencia. En su extremado egocentrismo no hay lugar para nadie más y lo que le corresponde de natural sólo le puede ser usurpado o expoliado por la conjunción de las fuerzas del mal. Poca sofisticación en el razonamiento, esquemas sencillos.

Una simpatizante del movimiento conspiratorio QAnon, nueva congresista en  Estados Unidos

Pese a lo que decían las encuestas, el arraigo profundo en la sociedad americana de lo que significa el trumpisme es ya muy grande. No habrá sido un fenómeno incidental. Después de cuatro años de disparates, de salidas de tono, de pérdida del liderazgo de Estados Unidos en el mundo, de apuestas económicas y diplomáticas quiméricas y de una gestión de la pandemia deplorable, no sólo no le ha abandonado su electorado, sino que habrá obtenido más de cinco millones de votantes nuevos. Y lo que es peor, la fractura de la sociedad americana es ahora más profunda de lo que había sido nunca y las posibilidades de enfrentamientos violentos son altos en la medida que campan una gran cantidad de milicias armadas. Pura distopía cuando esto está sucediendo en el país más rico del mundo y que, al menos teóricamente, lo conduce. El mundo de Silicon Valley, de Wall Street o el Nueva York más cosmopolita coexiste con territorios y poblaciones decadentes, con una América profunda reaccionaria, irritada y paranoica. Hay un «cinturón de óxido» de zonas industriales con los trabajadores abandonados a su suerte, territorios de empobrecimiento donde la población se ha sentido despreciada por los flamantes y competitivos titulados universitarios que ocupan los mejores puestos de trabajo y se llevan todas las oportunidades. Hay una América que todavía considera la inmigración como a unos expoliadores de las pocas migajas de bienestar que quedaban en el país y de los supuestos valores fundacionales de la nación, pero también una América de inmigrantes que quieren dialéctica bélica y mano dura con los gobiernos de los países de los que ellos han huido.

Si algo sabe hacer el populismo es apropiarse de los malestares sociales y darles canalización y proyección política. Se trata de proporcionar un «enemigo», proveer una causa para la que movilizarse y, especialmente, recurrir a la pulsión más elemental y emocional para activar a la acción. A pesar de resultar pintoresco y repulsivo, Donald Trump es un maestro en todo esto, es el ególatra que centra y activa toda la maquinaria. Posee Trump algo fundamental: carece de escrúpulos y no tiene ningún freno moral. Esta dinámica, ciertamente no resuelve ningún problema de fondo ni mejorará la vida de sus votantes. Tampoco lo pretende. Es un mero espectáculo basado en el narcisismo combinado con los intereses de clase disimulados por una narrativa demagógica. El problema, entre otros, es que se lleva por delante toda noción de sociedad y cualquier vestigio de decencia.

Entrevista en Crónica Global

Relato de la presentación del libro Populismo y relato independentista, realizada el dia 3 de noviembre de 2010 en un acte organitzat per Federalistes d’Esquerra:

https://cronicaglobal.elespanol.com/examen-protagonistas-dia/josep-burgaya-historiador-profesor-uvic_402669_102.html

https://cronicaglobal.elespanol.com/politica/burgaya-el-nacionalismo-es-patologia-politica_402696_102.html