Mes: enero 2023

Presupuestos

Ciertamente, Catalunya necesita unos presupuestos que ya van muy tarde, pero requiere de bastantes más cosas para salir adelante. Por sí mismos, unos presupuestos poco resuelven, teniendo en cuenta que siempre se pueden prorrogar los anteriores y que, al final, lo que cuenta es la capacidad para implantarlos. Hace falta, en primer lugar, un gobierno capaz de sacarlos adelante y, por lo visto hasta ahora, no lo tenemos. Se necesita que el Gobierno disponga de una sólida mayoría parlamentaria para poder hacerlos posibles y aplicarlos. Pero se requiere, sobre todo, un proyecto político a medio plazo para un país que lleva ya una década sin disponer de grandes acuerdos y consensos para desarrollar estrategias en el campo económico, defender unos servicios públicos cada vez más precarios, el fomento de la cohesión social y la batalla contra la creciente desigualdad, o una mejora del bienestar y la calidad de vida de sus ciudadanos. Hace falta un norte, una dirección, un proyecto de futuro tangible después de años de vivir en la irrealidad y focalizar un sentimentalismo estéril y forzar la división de la sociedad. Un futuro donde se contemple la mejora de la productividad, el impulso a la industria de base tecnológica y alto valor añadido, la defensa de las actividades que aportan trabajo con salarios dignos, invertir en recuperar una sanidad pública ya demasiado dañada, el reforzamiento de un sistema de enseñanza con un excesivo fracaso escolar, escasa exigencia y resultados dudosos. Un mañana con las infraestructuras imprescindibles, ahora insuficientes y envejecidas, que todo país moderno y competitivo requiere. Para que esto sea posible, se necesitan gobiernos fuertes, que estén centrados en el bienestar de la ciudadanía, con capacidad de gestión y de construir amplios consensos y liberados de quimeras mágicas. Aprobar y disponer de unos presupuestos viene después de todo esto, no antes.

En la dinámica política catalana, lo que se lleva estos días es presionar al PSC para que apruebe los presupuestos de un Govern de ERC que ahora va entendiendo lo que significa encontrarse en la situación de ser una minoría absoluta. Puede que al final, por sentido de responsabilidad y también por cálculo político, los socialistas los aprueben. No sé, también se entendería lo contrario, ya que no habrá quien tenga la solidez para después hacerlos efectivos, convertirlos en políticas prácticas teniendo en cuenta la endeblez no solamente aritmética de Esquerra. Si se aprueban, habrá durante unos meses una falsa sensación de normalidad, pero en realidad el país estará absolutamente igual de desarmado institucionalmente. Se trataría de realizar un simulacro de serenidad y orden durante un tiempo para evitar iniciar el ciclo electoral que viene. No da para más. La mayoría política independentista que salió de las elecciones de hace 2 años ha quedado dinamitada y resulta imposible de rehacer. De los más de setenta diputados que la componían, quedan 33. En cualquier país, esto significaría ir a elecciones immediatas. Una vez implosionada la mayoría y la estrategia compartida de El Procés, la realidad es otra y es necesario establecer nuevos bloques de gobierno. Esto se hace con elecciones. Que ahora la estrategia de quienes quieren sobrevivir pase por forzar al PSC a votar favorablemente los presupuestos, resulta como mínimo un ejercicio de cinismo. Hasta hace pocos meses los socialistas eran para los mismos que quieren hoy su apoyo unos unionistas, españolistas, apestados, ñordos, padres del 155, represores… Hace más de medio año que estos parias ofrecieron la mano para los presupuestos, mientras Oriol Junqueras, aún en Navidad, los menospreciaba públicamente –“tendrán que pedir perdón…”-, mientras especulaban en obtener aún el soporte imposible de Junts. Falta de visión y de grandeza política.

Sin embargo, como el país no tiene la culpa de los malos políticos, sería bueno disponer de presupuestos, por los incrementos de dotación y las mejoras que se pueden introducir y no tener que estar ligados al dogal de prorrogar los anteriores. Pero, para eso, Esquerra tendrá que ceder ante un partido que, de hecho, obtuvo más votos que ellos en las elecciones. No creo que, con la finalidad de un acuerdo, el chantaje sea la mejor vía. Suele dar mejores resultados el respeto y la discusión serena, la voluntad de un entendimiento real. El torpe intento, la última semana, de forzar al PSC recorriendo a Madrid para que se les presione y obligue, ha sido realmente una muy mala idea. De hecho, si lo miramos bien, esta deslealtad sí entraría dentro de la definición de sucursalismo.

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CHatGPT

Tras este nombre que parece el de un personaje metálico de la Guerra de las Galaxias, existe un aplicativo de Inteligencia Artificial (IA) que ha levantado las alertas del mundo educativo porque puede hacer perder el sentido a muchos procesos de enseñanza/aprendizaje. Esta nueva herramienta, detrás de la cual vendrán muchas más similares y todavía mejoradas, nos puede crear sólo dándole un enunciado una redacción para la escuela, un poema o un trabajo de fin de curso. Si con el surgimiento de la Wikipedia los profesores ya nos las vimos y deseamos, dudando siempre de la originalidad de los trabajos que se nos presentan porque, con el acceso a internet, se ha impuesto la cultura de “cortar y pegar”. Se ha ido supliendo todo lo que debía ser el esfuerzo de los estudiantes y nos hemos visto obligados a impulsar normativas antiplagio, pero ahora resulta que se ponen al alcance de todos mecanismos para que les hagan el trabajo. La holgazanería quedará así debidamente fundamentada, al igual que la ignorancia. Triunfo de la cultura de la simulación. Es más, quien recurra a este sistema, ni siquiera podrá serle de aplicación las normativas de fraude ya que, de hecho, cada caso resultará una creación expresa para quien solicite tal ayuda, obteniendo textos sobre los que tendrá la “propiedad intelectual”. No es anecdótico el salto en la tecnología digital que significa este programa informático y los similares que surgirán. De hecho, Microsoft ya está pensando en incorporarlo a su paquete de software de su sistema operativo para ordenadores personales.

No se trata de discutir las numerosas posibilidades positivas que nos aporta ya y más aportará la IA en campos como el de la medicina y la salud, mejoras en la eficiencia energética, gestión de los servicios urbanos, mejoras en la productividad… Pero sin control en su uso y despliegue creamos situaciones distópicas. El ejemplo que ponemos hoy, que es el desarrollo de un modelo lingüístico predictivo, no sólo puede hacernos volver a que el trabajo universitario recupere la modalidad de exámenes con papel y bolígrafo, cosa bastante probable, sin embargo, lo que es peor que el aprendizaje se acabe reduciendo a obtener habilidades en el uso de las tecnologías que nos permitan capear el sistema educativo, pero sin aprender nada por el camino. La cultura digital ha generado aversión hacia desarrollar procesos de aprendizaje y adquisición de conocimientos que iban ligados a la buena predisposición, esfuerzo y dificultad. Se cree que como tenemos todos los datos posibles accediendo a ellos desde los útiles tecnológicos, no es necesario aprender, memorizar y manejar nuestra mente. Pero en la red no hay conocimiento, hay datos que, si no los sabemos contextualizar, entender, nos dicen poco y seguimos siendo unos ignorantes que, además, hemos perdido cualquier hábito de trabajo y la capacidad de relacionar las cosas, entender la diferencia entre causas y efectos.

Con la resignación que suele caracterizarnos en relación con las innovaciones tecnológicas, se vuelve a oír la frase tópica de que esto “ha venido para quedarse” o bien que “debemos adaptarnos y hacerlo jugar a nuestro favor”. Está bien, resulta evidente que quien no se conforma es porque no quiere. Pero estamos ante irrupciones tecnológicas sin control que dinamitan la transmisión y adquisición de conocimientos, ante armas que producen un boquete en la línea de flotación de, por ejemplo, la propia institución universitaria. Hay una gran tendencia a transigir, cuando no admirar de forma acrítica, toda innovación tecnológica que de forma elefancíaca irrumpe en el sistema educativo. Por el camino se pierden los objetivos fundamentales de la adquisición de formación y conocimiento y los resultados de aprendizaje resultan cada vez más modestos. Lo dicen los trabajos e indicadores que se elaboran al respecto. La exigencia, los resultados, por ejemplo, en el sistema universitario, no han dejado de caer. Todo el mundo mira hacia otro lado, la cuestión es mantener el reparto de títulos a satisfacción de la sociedad. Pero lo cierto es que una parte significativa de los estudiantes, ni tienen ni adquieren los conocimientos básicos y fundamentales que deberían haber incorporado. Implícitamente, hemos aceptado que no hace falta, que si se tienen “habilidades digitales” ya no necesitan nada más. Quizás sí, quizás la función de la Inteligencia Artificial es la de desplazar la inteligencia a secas.

Brasil somos todos

El asalto a las principales instituciones brasileñas por las hordas bolsonaristas enloquecidas que se ha producido hace unos días, evidencia la pulsión totalitaria que hay detrás de los liderazgos y movimientos iliberales radicales de la derecha. En una reproducción del ataque al Capitolio que hicieron los seguidores de Trump hace dos años, se ha visto hasta dónde se puede llegar cuando se juega con la polaridad extrema, el no reconocimiento de los adversarios políticos y con la falta de respeto y consideración a las bases que deben presidir los valores y comportamientos en las sociedades democráticas. Sorprende en ambos ataques, la realidad paralela en la que están inmersas las personas que los protagonizan, embriagados no sólo de mentiras y falsas proclamas, sino también de ideas absolutamente demenciales. Lula visto como el anticristo, el diablo, o un comunista recalcitrante, lo que parece justificar apelar a la intervención militar o de los extraterrestres. Básicamente, los brasileños que no han perdido el entendimiento, estos días han sentido vergüenza e indignación. Vergüenza por la extravagancia, la chorrada de los planteamientos y, también, porque Bolsonaro obtuvo el apoyo de 50 millones de votantes, casi la mitad del electorado. Indignación por la falta de respeto a los principios democráticos y a los resultados electorales, también por la pasividad policial y de algunas autoridades con relación a unos desórdenes públicos que, hace días, se estaban preparando de forma abierta y masiva. Y bien financiados.

Lula es un referente por el progresismo brasileño y latinoamericano. Un demócrata que está muy lejos de aspirar a ser un líder comunista o totalitario. Su programa político es de tipo socialdemócrata donde las prioridades son rescatar a los 30 millones de brasileños que están en la pobreza extrema, y hacerlo con políticas económicas de impulso a la actividad económica y el establecimiento de un sistema fiscal que permita al Estado corregir las enormes y crecientes desigualdades, así como recuperar, aunque sea de forma modesta, el ascensor social. Nada que no se haga en la mayoría de los países europeos u occidentales. La coalición amplia y moderada con la que se presentó a las elecciones lo avala. Tiene por delante retos importantes y difíciles. Debe devolver el país a la normalidad, debe recuperar por Brasil la consideración y el buen nombre que había perdido en el ámbito internacional. Debe intentar recoser un país social e ideológicamente no sólo dividido, sino profundamente fracturado. Necesitaría, también, recuperar unas élites empresariales y económicas que se han alineado de forma quimérica con Bolsonaro, han comprado y se han tragado su discurso. Resulta fácil entender, que el crecimiento económico y la actividad empresarial resultan incompatibles con el caos y el aislamiento internacional que representa la extrema derecha. La paradoja, es que la normalidad capitalista pasa justamente por Lula y lo que representa su gobierno, la otra opción es una quimera, especialmente perjudicial por las propias élites.

La buena noticia es que parece que la democracia se ha acabado por imponer a Brasil, pues los militares no han entrado en el trapo que quería inducirlos a actuar en forma de golpe de estado. El gobierno democrático ha reaccionado de manera rápida y con la contundencia que la situación extrema merecía. Todo, por su exceso, podría significar el fallido último cartucho de Bolsonaro, su canto del cisne. Sin embargo, habrá que ver. Movimientos de estas características, con varios grados de irrealidad, ya existen en todas partes. Trump y lo que significa distan mucho de estar políticamente muertos. Los iliberales, cada vez más claramente ubicados en la extrema derecha de forma descarada, gobiernan en Italia, Polonia, Rusia, Hungría…; y están muy presentes en Francia, los países nórdicos o bien en España. El discurso conservador se va radicalizando por todas partes y copia las maneras, el lenguaje y las formas del relato político del extremismo. Aunque la historia no suele repetirse, el proceso de como los fascismos se acercaron y se hicieron con las formaciones derechistas democráticas en la Italia fascista o bien en la Alemania nazi nos deberían, y deberían hacerles recapacitar a los conservadores. No es que corramos el riesgo de hacernos daño, es que ya hemos empezado.

Joan Manuel Serrat

Con la retirada voluntaria del cantante se cierra toda una inmensa época. Lo deja alguien que, con sus canciones, nos ha acompañado a lo largo de nuestra vida. Difícil de contar el último medio siglo sin una música que, utilizando todos los palos, llevaba siempre su voz inconfundible. El tópico dirá que forma parte de la banda sonora de nuestra vida. Ha sido uno de los grandes referentes de la música catalana y española durante sesenta años, que no es decir cuatro días. Ha recuperado la mejor tradición de la poesía española contemporánea, poniendo en el mapa a autores que el franquismo había logrado mantener en el ostracismo, como es el caso de Miguel Hernández, pero también de incuestionables como Lorca o Machado. Ha sido un gran letrista, con una fuerte capacidad para describir el mundo en blanco y negro de su infancia, de cómo vivía, de cómo reía y lloraba la gente en tiempos no demasiado propicios. Sino pobre, vivió y describió al menos lo que alguien llamó las clases subalternas y sus barriadas. Pronto abandonó el concepto de cantautor, probablemente demasiado pretencioso y afectado para él, y se embarcó en composiciones y arreglos musicales más orquestales y complejos, rodeándose para ello de los mejores profesionales que había.

Fue un artista comprometido, especialmente contra el franquismo y en defensa de la libertad a su amada Latinoamérica. Hombre de izquierdas y progresista, nunca quiso practicar la canción protesta ni abanderar movimientos políticos. Su arte ha estado por encima y ha gustado y enternecido varias generaciones de ciudadanos de pensamientos y condiciones muy diversas. En este sentido, ha sido un músico absolutamente transversal, querido por las tías, por gente más tradicional o abierta y por los jóvenes modernos de unas cuantas décadas. Como en las novelas de Juan Marsé, en sus canciones y melodías se recrean momentos y paisajes, recuerdos y emociones, hasta captar su olor. Porque las canciones de Serrat destilan un perfume, una manera de entender la vida y el tiempo que penetra por la piel y los sentidos. Si tuviésemos que rescatar un disco o una canción, seguro que lo haríamos con Mediterraneo. Un canto a la vida que emociona, recortes de una trayectoria vital hecha de lugares, afectos y ternura. La defensa de un mundo constituido por cosas muy diversas, de culturas y lenguas en convivencia, de mezcla de influencias, pero, sobre todo de paisajes. Y nuestra infancia convertida en la única patria que nos acompaña a lo largo de toda la vida.

A pesar de algunos intentos torpes por marginar a Serrat debido a su catalanidad “impura”, la fuerza de su música y el carácter respetuoso e integrador del cantante, no lo han permitido. Ha sido un músico universal, escuchado y querido en España, en Chile, Argentina y en toda Latinoamérica donde se le profesa auténtica devoción. Pero, sobre todo, es un cantante catalán tanto por raíces como por vocación de serlo. Su arte, su presencia y altura moral son un patrimonio de todos los catalanes. Probablemente y sin pretenderlo, nadie como él representa el provechoso mestizaje de esta tierra, el cruce de culturas y sentidos de identidad diversos y con intensidades muy variables. Joan Manuel Serrat es un charnego en el mejor sentido que se le puede dar a este término, como un elogio y, por eso, no menos catalán que nadie. Ha cantado a este país que, salvo alguna mala tarde, está poblado de gente tolerante, abierta al mundo e integradora. Una tierra en la que afortunadamente todavía tenemos la libertad de elegir nuestra catalanidad y la forma en que amamos y queremos vivir en el país. Donde podemos sentirnos parte de un todo que es demasiado interesante como para convertirlo en idéntico y homogéneo. Y aun menos en excluyente. Larga vida a Joan Manuel Serrat.