Mes: May 2023

ETA en campaña, otra vez

Una de las mejores cosas que se han producido en España en los últimos años ha sido la disolución y desaparición de ETA, hace ya 12 años. Más de 1.000 muertes, cientos de atentados y una acumulación de sufrimiento injustificable. Durante mucho tiempo, las noticias sobre nuevas acciones armadas nos golpeaban a menudo. Una guerra desmedida e incomprensible que ningún ideal político podía justificar y, menos aún, en un estado democrático. Ciertamente que su final, no significó la conclusión de todo. Quedaban multitud de víctimas y sus familiares que deberían seguir viviendo con la sensación de que pagaban un precio muy alto sin saber muy bien porqué. A menudo sintiéndose poco acompañadas y sin que la mayoría tuvieran el consuelo de que se les pidiera disculpas. Quedaban también los flecos de los casos no resueltos, los asesinatos sin clarificar la autoría, juicios pendientes. También cientos de terroristas encarcelados, muchos con condenas largas, con el peligro de que sus familiares quisieran mantener la cultura de la confrontación. Superar situaciones dramáticas, recuperar la normalidad, desgraciadamente exige generosidad y también un cierto grado de olvido. Para pasar página, recuperar la normalidad democrática, no se pueden mantener cuentas pendientes. Tiene algo de injusto, pero la alternativa de continuar con la violencia es mucho peor. Durante años hicimos un costoso aprendizaje.

La izquierda aberzale vasca hizo una apuesta por defender sus planteamientos en la política. No merecen agradecimiento por ello, pero ha sido extraordinariamente positivo para todos que lo hicieran. Bildu, que es su marca actual, ha realizado un trayecto importante, además, hacia el realismo político. Se alinea con políticas progresistas de Estado y esto es bueno para todos y demuestra haber abandonado definitivamente los sueños del levantamiento y conflicto armado. Pero a veces, aunque sea de manera simbólica, reivindica su pasado y cuando lo hace, perjudica la reconciliación, a la democracia y, creo, que se perjudican a sí mismos. Hay fantasmas del pasado que no es muy recomendable blandir. Presentar en las listas electorales de Bildu etarras condenados por delitos de sangre, es una muy mala idea se mire cómo se mire. Hay cosas que no pueden blanquearse ni normalizarse. Aunque legal, resulta repugnante y, para mucha gente, revivir el dolor y una especie de provocación. Que la presión les haya hecho rectificar, no quita que el daño ya está hecho, demostrando que la historia reciente del País Vasco ha dejado muchas rémoras mentales y políticas que aún deben sanearse.

Lógicamente la derecha española más cavernaria – ¿hay otra? – ha aprovechado la ocasión alineando la totalidad de la izquierda, y especialmente el PSOE, con el terrorismo y sus herederos para reforzar su discurso polarizador y salvapatrias. Recurso al estómago, que no a la razón. Su planteamiento no responde a la realidad. El PSOE sufrió en las carnes de sus militantes el peor de la violencia y justamente el Gobierno del PSOE fue quien rindió a la banda forzando su disolución. El Partido Popular, como también Vox, están en lo de “contra ETA vivíamos mejor”. Cuando la organización armada es ya pasada, sólo ellos la reviven para utilizarla como arma arrojadiza. Se resisten a pasar página porque el discurso centrado en ETA y las imaginarias connivencias de la izquierda, creen, les ayudan a captar algunos votos especialmente primarios. Una lógica argumental absolutamente irresponsable en busca de una polarización política que resulta irrespirable. Dialéctica guerracivilista en la que los rivales o contrincantes políticos son “enemigos a batir” utilizando una retórica agónica y el lenguaje de la violencia. Gran parte de la derecha española y occidental ha abandonado hace tiempo los valores liberales y democráticos que le habían caracterizado y que hicieron posibles alternancias políticas cómodas a la mejor Europa. Ha prescindido de la inexcusable práctica del respeto, reconocimiento y tolerancia con el adversario, lo que es hacerlo con la sociedad. Se ha asilvestrado de forma notoria y aunque se presenta ridícula y puede inducirnos al humor, tiene un componente disolvente del sistema político y la cultura democrática que lo pagaremos caro.

Sobre el problema del agua

Llevamos unos años con serios problemas de sequía. Afectan a la agricultura y ponen en peligro el suministro de boca debido al notorio agotamiento de las reservas acumuladas para su abastecimiento. Existe una parte circunstancial en esto debido a la oscilación natural de la pluviosidad, pero también la evidencia de un problema de fondo que tiene que ver con el calentamiento global y un cambio climático que, como se ve con mucha diversidad de fenómenos, ya no es una posibilidad o peligro, sino una realidad. Hemos sido poco previsores en los efectos sobre el clima de nuestra actividad frenética y la naturaleza ha empezado a pasar la factura. Y, ciertamente, en poco tiempo parece haber una aceleración de los efectos que resulta angustioso. El agua será cada vez más un bien escaso y como bien público insuficiente y necesaria dosificación deberá ser tratado. Está escrito que en el futuro inmediato el agua en forma de lluvia disminuirá y, aunque hayamos sido poco previsores, habrá que hacer algo. La buena noticia es que hay margen. Pero disminuirá la posibilidad por el mal uso y por el despilfarro que venimos practicando. Abordar el tema de forma profunda resulta ineludible por los poderes públicos. Parece que les haya cogido por sorpresa y con el paso cambiado. No han hecho más que campañas voluntaristas para concienciarnos como ciudadanos, como si de nuestros hábitos dependiera la solución. Y no es así.

Situamos el problema. En Cataluña consumimos anualmente unos 600.000 millones de metros cúbicos de agua, de los que 500.000 millones son agua de la red. El 72% del total va a la agricultura, el 9% a la industria y sólo un 19% va a consumo doméstico. Aunque todo se puede mejorar, la industria, a base de normativas, ha hecho bastante bien su trabajo. La paga cara y está obligada a depurar y reciclar. En el consumo doméstico, más allá de que no está de más hilar más fino en nuestros hábitos, lo que tienen numerosos problemas de desperdicio son unas redes de distribución urbana, antiguas y con escaso mantenimiento, donde se pierde entre el 20 y el 30% de la que circula, según visiones más optimistas o pesimistas. Hacer más eficiente y segura la distribución permitiría un grandioso ahorro. La partida grande del agua, con mucha diferencia, es el regadío agrícola y el consumo ganadero. El mayor esfuerzo de racionalización y eficiencia debería hacerse aquí. No se trata de poner en cuestión la importancia económica y social de la agricultura y la ganadería, de lo significativa que es esta actividad. Pero el problema principal está aquí y no en el gasto que hacemos en casa lavándonos los dientes. El precio irrisorio con el que la obtienen no ayuda. No debería ser aceptable el riego por aspersión o la, practicada forma todavía, de inundar los campos. Existen procedimientos muchísimo más ahorradores y eficientes con sistemas de gota a gota. Pero, porque invertir en ella si no estás obligado a ello.

Se podría avanzar mucho en un mejor uso del agua implantando de forma generalizada su recuperación y reutilización, con sistemas de recirculación. No podemos fiarlo todo en el agua caída del cielo. El concepto de alcantarilla donde van a parar aguas grises y negras deberíamos desterrarlo. Gran parte del agua que utilizamos, de hecho, casi toda, adecuadamente tratada con depuración biológica puede volver a la red o se puede utilizar en el regadío. Si, es obvio, se necesitan obras de infraestructura, normas claras y decisiones políticas más previsoras y atrevidas de las que ha habido hasta ahora. El recurso al sistema de desaladoras del mar que hay quien cree que es la panacea sólo puede ser complementario, ya que los costes energéticos lo hacen un sistema muy poco sostenible. El lujo de mantener verdes los campos de golf en verano y llenar incontables piscinas privadas que proliferan por todas partes, habrá que planteárselo. Así como unos contingentes turísticos insostenibles en Barcelona o en las poblaciones de veraneo, no sólo por el consumo de agua, que no parecen muy compatibles con las necesarias restricciones estivales. Lo que nada aporta a todo ello, es un cierto mensaje de “culpa” que hacen en este tema las autoridades con relación a los ciudadanos. Se necesitan políticas, inversiones y medios para atacar la raíz del problema y, a ser posible, paliarlo. Apelar al voluntarismo culpable, en esto como en otras tantas cosas, da para lo que da.

¿Qué modelo de ciudad?

Éste es un concepto que ya se utiliza poco en la política actual. Como, sobre todo, ahora se trata de hacer espectáculo y apelar al voto emocional, se huye de cualquier discusión de cierto calado sobre cuál es el proyecto de futuro que se quiere para la ciudad que se imagina. A las puertas de unas elecciones municipales, parecería lógico hacerlo. Hay algo muy importante que no es espontáneo y no se improvisa, que es el del planeamiento urbanístico, del que dependerá no sólo ni especialmente el trazado de las calles y las densidades, sino la conformación del tejido urbano, sus usos, la mezcla o no de funciones y grupos sociales, el grado de amabilidad o dureza del espacio público, la movilidad o la disponibilidad de servicios.

Es diferente entender la ciudad como un ecosistema complejo al servicio de la gente y sus necesidades o bien un lugar con multitud de solares con los que especular. Cómo se orienta y el papel que se da al comercio resulta muy indicativo. Apostar por las grandes superficies perimetrales en las ciudades, facilitar la proliferación de polígonos comerciales poco tiene que ver con hacer ciudad, más bien es vaciarlas de contenido y actividad destruyendo de paso el tejido urbano central sobre lo que el comercio de proximidad pivotaba. Significa decidir para una economía de grandes marcas de distribución, que operan en el low cost o lo aparentan y que actúan contra los productos de proximidad y del territorio, además de menospreciar la calidad y reventar las ciudades. Es apostar por una economía con empleo de baja calidad, con salarios misérrimos y por destruir el aspecto ocupacional y vivencial del comercio y los servicios cercanos, lo que solía contribuir a generar importantes espacios de sociabilidad. Los ayuntamientos, sin pensar demasiado en los efectos, dan licencias de apertura de los nuevos establecimientos porque viven de las tasas que cobran, del Impuesto de Actividades Económicas o, sencillamente, porque les gusta hacer la genuflexión frente a los poderosos. El resultado, ciudades despejadas de actividad, sin la sobreposición de usos que las dinamizaban, que tan rica y variada han hecho la vida en las ciudades mediterráneas.

Ciertamente, que también la proliferación del comercio online ha hecho mucho por destruir las redes comerciales de nuestras poblaciones, pero aún más una política urbanística de la que lo mejor que se puede decir es que se hace sin pensar. Cuando cierra el comercio de nuestras calles, así como los servicios o cines, no sólo proliferan los bajos en alquiler, venta o traspaso. Se impone la dejadez, se muere la vida y se convierten en más inseguras las calles. Como en el modelo anglosajón, se nos hace mudar hacia la cultura del automóvil con el que nos desplazamos a los multicines periféricos, a los supers, hípers, comercios de todo a 100 que convierten a nuestros entornos urbanos en cada vez más idénticos, intercambiables y, sobre todo, más ostentosamente feos. En las ciudades que hacían de capitalidad de un entorno amplio, los compradores y visitantes habituales ya no entran, quedándose en las numerosas cafeterías y lugares de comida basura que proliferan en estos polígonos postindustriales y dedicados básicamente al comercio y actividades de entretenimiento.

Los centros urbanos, históricos, van quedando en el mejor de los casos como un belén arquitectónico y urbanístico para disfrute de turistas y con unos pocos negocios de baja calidad destinados a los pasavolantes. Los centros de las ciudades, sobre todo si tienen vestigios del pasado de cierta categoría, se les ha convertido en parques temáticos o de atracciones para visitantes no muy exigentes, pero dejan de conformar una ciudad real, vital. Sabe mal cuando en torno a unas elecciones se nos habla de manera abstracta y bastante cínica que se protegerá el comercio de proximidad como si fuera una prioridad cuando, con la política urbanística se está haciendo, de facto, todo lo contrario. Nos toman por gente muy simple. Existen honrosas excepciones de ciudades y proyectos políticos concretos, pero son una minoría. Política municipal, es sobre todo y fundamentalmente urbanismo, entendido éste en sentido amplio y completo. Y si hay algo rigurosamente político -e ideológico-, éste es el urbanismo.