En medio de los nefastos indicadores de la Covid que desnudan nuestra sociedad y ponen en evidencia suss inmensas debilidades, en Bolivia y Chile se han dado procesos que pueden inducir a un cierto optimismo y evitar caer en la espiral de la derrota. La aplastante victoria electoral de la izquierda del MAS certifica la voluntad de la ciudadanía boliviana de continuar avanzando de manera cohesionada y echar ostentosamente del poder a una derecha extraordinariamente reaccionaria que había llegado hace un año al gobierno de manera vergonzante de la mano de un golpe de estado claramente dirigido, como si volviéramos a los setenta, desde la embajada de los EE.UU. En la cruzada contra los gobiernos llamados nacional-populares latinoamericanos, derribar el de Bolivia y la figura exótica de Evo Morales resultaba crucial para fortalecer el retorno de las oligarquías en el poder de un continente sudamericano al que a nadie interesa la situación desde sus habitantes, pero en cambio sí los abundantes recursos del suelo y del subsuelo. Desde Europa, el indigenismo de Morales nos podía parecer folclórico en exceso y su discurso y formas exageradamente populistas. La realidad, sin embargo, es que proporcionó a los indígenas una condición de ciudadanos que les habían negado los gobiernos conservadores y oligárquicos durante buena parte de su historia. Les devolvió su dignidad, además de llevar a cabo unas poderosas transformaciones económicas que iban sacando al país del secular atraso y a una parte significativa de sus habitantes de la miseria. Con la cuidadosa visión europea, probablemente no nos acababan de gustar las formas de Morales, el cual seguramente no se supo retirarse a tiempo y quiso estirar su presidencia llevando a cabo una dudosa reforma constitucional. Pero resulta incuestionable que durante los catorce años de políticas progresistas el PIB del país se triplicado, la pobreza extrema ha pasado del 40% de la población al 15% y la ciudadanía con ingresos medios ya supera el 60%. La esperpéntica derecha que ocupó el palacio presidencial biblia en mano hace un año también fue muy elocuente cuando lo primero que hizo fue incendiar la fornida biblioteca del reputado intelectual y vicepresidente hasta entonces, Álvaro García Linera. Ahora ha sido derrotada de manera contundente y abrumadora.

En Chile se ha aprobado en referéndum romper definitivamente con la etapa del dictador Augusto Pinochet, exigiendo una nueva constitución. Puede parecer un pronunciamiento puramente simbólico, pero tiene mucho calado. La derecha gobernante no tuvo más remedio que dar salida con la consulta a unas poderosas e incluso violentas movilizaciones que exigían un cambio profundo en la política, pero también en la economía chilena. La dictadura llevó a este país a ser campo de experimentos de las políticas neoliberales más extremas, sin servicios públicos y sin ningún tipo de protección social, que pretendió erigirse en un modelo de desarrollo para toda América Latina basado en el más radical laissez-faire. Con el paso de los años, y sobre todo a partir de la crisis de 2008, la caída económica del país y su fractura social ha sido brutal. Las clases medias notablemente precarizadas y empobrecidas y cada vez más sectores sociales excluidos, contrastando con una clase dominante que ha acumulado riqueza de manera casi impúdica. En un país sin ningún tipo de red de protección social los malestares acabaron explotando, especialmente contra la derecha gobernante todavía de alguna manera emparentada con el dictador, pero también contra todo el sistema político de partidos que claramente no se dieron cuenta de la situación de desamparo y humillación, como tampoco supieron reaccionar proponiendo alternativas. Las grandiosas movilizaciones, en algunos momentos caóticas y airadas, forzaron el referéndum sobre la extinción de la carta magna. Para los chilenos, el proceso de elaboración de una nueva constitución debe significar el inicio de un proceso de cambios profundos en el ámbito político, cortando con el sangriento pasado, pero sobre todo económicos y sociales. Necesitan una nueva perspectiva, nuevas oportunidades y un nuevo reparto. La duda es si en el sistema político chileno algún partido será capaz de construir un proyecto estimulante y emancipador tanto de las pocas familias históricamente dominantes y dedicadas a las actividades extractivas como de la subyugación a un modelo puramente exportador de materias primas y de la subordinación a los Estados Unidos. Sin embargo, se abren tiempo de esperanza.