Mes: agosto 2022

El Govern i el topless

Esta semana, mira por dónde, se celebraba el día mundial del topless. Hay días para todo. Como el gobierno de la Generalitat que tiene una consejería de Igualdad y Feminismos y no va sobrada de trabajo, ha creído conveniente aprovecharlo para aleccionarnos y hacer una campaña publicitaria en la que estimula a la práctica del topless en nombre de superar la discriminación de género al respecto. Se ve que una asociación de nombre tan elocuente como el de Pezones Libres, ha sido la inductora de una campaña donde, qué curiosidad, en la parte gráfica se muestra el pezón de un hombre y no aparece ninguna mujer. Que yo sepa, la práctica del toples no sólo no está prohibida, sino que se practica con toda normalidad por aquellas personas que les apetece y se sienten cómodas. No veo ni siento ninguna reacción airada de nadie que se sienta ofendido por tal cosa. Normalidad. Quien quiere lo hace, pero nadie está obligado a hacerlo. Aceptación y tolerancia por parte de todos. Los tiempos del blanco y negro de gente puritana y falsamente beata que reaccionaban estremecidos ante unos senos femeninos al descubierto hace mucho tiempo que han pasado a la historia. Afortunadamente. ¿Qué sentido tiene esta campaña, entonces?

Ciertamente realiza una función de sustitución de ocuparse de los problemas reales, de distracción. A medida que los gobiernos, todos, han ido quedando incapacitados para actuar sobre problemas estructurales, suelen actuar en terrenos simbólicos como vía para conformar un grupo de afinidad. Ya hace años, existe un progresismo más bien de postureo que de realidad al que le encanta librar batallas culturales en lugar de cambiar el contexto en el que nos vemos obligados a desarrollar nuestras vidas. Existe una desigualdad creciente que arruina el concepto de sociedad, sus lazos y sus solidaridades. Hay una cada vez más precarización en el mundo del trabajo, más gente excluida y pobre. Tenemos problemas por falta de viviendas asequibles y las situaciones de pobreza aumentan, mientras hemos medio desguazado el Estado de bienestar. Podemos continuar. Tenemos el calentamiento global, el cambio climático, el envejecimiento de la población, la sobrepoblación, la falta de expectativas para los jóvenes, ciudades sucias, una turistificación insoportable en las ciudades… Como ni se sabe ni se tienen muchos instrumentos para actuar frente a los retos de verdad, nos distraemos en temas de valores sobreactuando y pontificando.

Lógicamente, no es que el tema de la igualdad y los feminismos no sea importante. Lo es y mucho, pero tiene que ver con la necesidad de cambios culturales y de mentalidad que, alcanza a la esfera personal y, en todo caso, deberían impregnar toda la obra de un gobierno. No tiene sentido, y en ocasiones se generan reacciones contrarias, cuando se crean departamentos cuya función, creen, es la de ejercer de comisariado. Por la misma regla de tres, debería haber ministerios o departamentos que se ocuparan de la libertad, de la fraternidad, de la empatía o del buen humor. Que sea deseable, que aspiremos a que la sociedad avance hacia estos valores, no implica que sea necesario un departamento de gobierno. Éste, el sentido de su existencia es gestionar y promover políticas públicas. Para la sensibilidad, la espiritualidad o del espíritu cívico como ciudadanos no necesitamos leyes, reglamentos ni declaraciones de buenas intenciones de los gobernantes. Éstos, que se ocupen de mejorar las condiciones materiales de nuestra existencia o, como mínimo, que no las empeoren demasiado. Al menos yo, no encuentro demasiado progresista estimular batallas culturales con la derecha más reaccionaria, que es de hecho lo que se busca con este tipo de campañas. Así, se crea un “nosotros” y un “ellos” que sirve sobre todo para alinear bandos opuestos y cohesionar cultural y políticamente a los “tuyos”. La forma de crear una polaridad que no lleva a ninguna parte más allá de aumentar la crispación. No contribuye al avance de la sociedad y más bien a su retroceso. La derecha extrema, o no tanto, se mofará y levantará el grito en el cielo. Gente que no es reaccionaria, que tiene problemas e incertidumbres que no se le ayuda a resolver y que no es carca, se apuntará. Lo hará porque se ha hartado de tanta impostura.

Trump en la Rambla

Se acaba de conmemorar el quinto aniversario del atentado que tuvo lugar en la Rambla de Barcelona. Como la finalidad del terrorismo, es esto, crear el máximo dolor posible y la muerte de cuantas más personas mejor, eligió de forma improvisada este lugar tan concurrido y emblemático de Barcelona, ​​sabedores de que además del mal cometido, tendría una repercusión mediática global. La forma de la acción barcelonesa, con una furgoneta encarando y atropellando de manera voluntaria a todos los peatones que encontraba a su paso, fue especialmente brutal y despiadada, además de dejarnos claro que infligir tanto daño es relativamente fácil, sólo hace falta tener la voluntad y la falta de moralidad para hacerlo. Preocupó, además, como jóvenes que aparentemente hacían vida normal, que vivían bastante integrados en ciudades catalanas, se podían fanatizar en relativamente poco tiempo y de manera poco visible, hasta querer dañar lo que hasta hacía poco compartían. Captamos la vulnerabilidad y la inseguridad para todos que representa el fanatismo extremo. Cómo es un arma poderosa, incontrolable e incomprensible, un punto de fuga a las frustraciones que parece tener poco que ver con los valores de bondad y respeto a la vida humana que preconiza cualquier religión.

Es propio de sociedades democráticas condenar de forma unánime cualquier acción terrorista y no darle a la violencia ninguna brizna de justificación. También debería ser consustancial a la noción de ciudadanía apoyar a todos aquellos que han sufrido los efectos de esta violencia ciega. En las Ramblas, en agosto del 2017, fue mucha la gente que vio destrozada a su familia y su vida. De mantener el apoyo en el tiempo no sabemos mucho, y las instituciones que deberían hacerlo en nuestro nombre, tampoco. Con sucesos de este tipo, las declaraciones contundentes e impostadas de los primeros momentos, en caliente, tienen poco recorrido. Los afectados, la gente a la que el dolor de los hechos le va a durar, pasan pronto de la condición de mártires a la de olvidados. Habría que ser mucho más empáticos. No abandonar a quienes sufren es un deber de las instituciones de cualquier sociedad sana, como lo es cumplir con sus obligaciones y compromisos. Hacía falta este recuerdo y reconocimiento cinco años después, pero por el camino se nos ha olvidado apoyarles, ayudarles más allá de las palabras amables. Tal y como habíamos dicho que haríamos.

En este contexto de dolor y sensibilidad a flor de piel, resulta incomprensible que hubiera cientos de personas organizadas y movilizadas para reventar un acto de estas características, que no se tuviera ningún aprecio para los muertos ni para sus familiares convirtiendo lo que debía ser solidaridad y recogimiento en un acto con pretensiones políticas. Hay sectores del independentismo, espero que pequeños, que han perdido completamente la carta de navegación y se comportan como la derecha extrema que opera en tantos otros países y que, por ejemplo, intentó ocupar el Capitolio de Washington en nombre de Donald Trump. Portadores de teorías conspiranoicas y verdades alternativas, niegan los hechos y las investigaciones oficiales para erigir una pretendida connivencia, o vete a saber si organización, de la policía española con el atentado. Se ve que, en este caso, también la culpa debe ser de España. Una parte del país se ha instalado en una irrealidad y tiene unos comportamientos antidemocráticos que nos acaban por afectar a todos y nos degradan como sociedad, porque no son anecdóticos, sino que se repiten y mantienen a la ciudadanía fracturada. Como se vio este día, las acciones no son nada espontáneas y responden a una organización y líderes políticos que jugando a una rebeldía impostada, están dispuestos a hacer tierra quemada. La visión de todo ello resulta triste e indignante. Lo preocupante, es que esto no es algo puntual ni agua pasada. Seguro que continuará, porque viven inmersos en estos happenings. El país ya ha perdido muchas sábanas en esta colada que dura una década. Quizá sea la hora de que aquellos que dicen apostar por el camino de la razón y poner el acento en gobernar el país dejándose de quimeras, le dijeran al trumpismo local que se ha acabado el recreo.

La edad del turismo

Si algo define nuestro mundo es la profusión del viaje, del aleteo continuo. Es una actitud. Desplazarse, conocer entornos diferentes, ya no es algo asociado únicamente a las clases dominantes, a las élites, sino que se ha convertido en característica común y transversal de nuestro tiempo. Se ha erigido como un derecho inalienable de la ciudadanía en cualquier segmento social que se habite. Hay nichos y precios para todos, para que la democratización de la práctica turística y viajera no signifique la superación de las diferencias de clase, que tampoco se trata de eso.

El nuestro es un mundo caracterizado por el movimiento y la aceleración. No siempre fue así. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad los días se sucedían tranquilos, prácticamente idénticos a los anteriores, y los ciclos de la naturaleza y de las estaciones se repetían sin fin. Hasta la revolución industrial y la introducción del ferrocarril, la mayoría de las personas no conocían durante su vida más allá de un entorno inmediato que se proyectaba en pocas leguas. Más allá del territorio propio, reinaba lo desconocido y los temores e inseguridades no abonaban, salvo en unos pocos, el espíritu de aventura, la atracción por lo diferente. El mundo industrial, la ciudad como epicentro del mundo, activaron la novedad y el espíritu del desplazamiento. El mundo se nos aproximaba, se iba allanando, y también se ampliaba el conocimiento. El sentido del nuevo nomadismo que nos lleva a tener una pulsión de acción continua y de cambio constante es algo que se inicia en la segunda parte del siglo XX, pero que llega al paroxismo en las dos décadas del siglo actual. Más que una necesidad inherente a un mundo global, interdependiente e hipercomunicado, se ha establecido como cultura, estado de ánimo, como hábito fijado en el comportamiento. Viajamos y nos movemos por trabajo, evidentemente, pero sobre todo porque somos incapaces de establecernos constantemente en ninguna parte. Nuestro entorno habitual se nos viene encima. La maleta de viaje se ha convertido en una prolongación de nuestro propio cuerpo, al igual que el smartphone nos hace las funciones de extensión física, de prótesis.

El turismo es una actividad que nos define como sociedad y que conforma una de las industrias más importantes en múltiples países, con una significación que va más allá del 10% del PIB mundial y que ocupa de forma directa a más de 300 millones de trabajadores. Por cierto, la mayoría de ellos estacionales y muy precarizados. En el concepto de “turismo” han terminado confluyendo dimensiones de nuestra actividad que hasta hace poco tenían perfiles propios y diferenciados. El purismo elitista sigue diferenciando claramente entre “viajar” y hacer al turista, en realidad el propio término de turismo proviene de “tour”, que implica desplazamiento, viaje para solaz, recreo y conocimiento. Cuando los costes limitaban las posibilidades de ir a otra parte a la mayoría de la población, el viaje era algo imaginado, soñado, estrictamente preparado y que se hacía, como mucho, una vez al año aprovechando el período de vacaciones.

El viaje siempre había tenido connotaciones de singularidad, de excepción, de algo que trasciende nuestra cultura habitual y el conocimiento que tenemos. Evoca el descubrimiento, la relación y la revelación de lo diferente, ya sea en su vertiente cultural, patrimonial, urbana o paisajística. Este carácter especial, espaciado en el tiempo y en el que la preparación tenía tanta o más importancia que su desarrollo, mudó significativamente a los albores del siglo pasado ya las primeras décadas de éste, en la medida en que la reducción de los costes especialmente con la explosión de los vuelos baratos y el uso de internet dejó de ser pasajero, circunstancial y único para convertirse en una especie de pasatiempo habitual, particularmente entre los más jóvenes. Ir y venir de cualquier ciudad europea, cualquier día y cualquier hora aprovechando las ofertas de última hora de las compañías aéreas y de los subastadores de viajes de saldo por la red. Una competencia no tanto por conocer sino básicamente por moverse y así poder argüir la consecución de récords de mínimos en el precio obtenido. Colapso de aeropuertos, invasión de las ciudades que recibieron como castigo la denominación de “turísticas” y presión sin fin de los operadores tras unas bajadas de precio que llevaron a la espiral de deterioro que significa siempre el low coste. El viaje despojado de objetivo y de cualquier glamour. Viajar, básicamente, “porque puedo hacerlo”.

Sobre las palancas y el fútbol

Hace meses que la prensa y que todo tipo de medios de comunicación hablan de que el Fútbol Club Barcelona va activando palancas económicas para poder llevar a cabo a saber cuántos fichajes de nuevos jugadores y al mismo tiempo poder hacer frente a una masa salarial ingente, fuera de la realidad, de la que se ha ido cargando y que no cumple con los enrevesados ​​estándares de prudencia establecidos por la Liga de Fútbol Profesional. Estas “palancas” que va poniendo en marcha Joan Laporta y de las que presume ostentosamente en público, serían como el producto de su genialidad, una especie de maná debido a su imaginación, una poción mágica que, sin dolor, nos traerá de nuevo en la gloria futbolística. Sorprende tal optimismo económico que hace pensar en el tradicional cuento de la lechera viniendo de un club que, en números redondos, tiene una deuda acumulada y buena parte de ella a corto plazo de 1.500 millones de euros, con compromisos salariales de cerca de 600 millones anuales. En los últimos ejercicios, los ingresos no cubren los gastos y así, difícilmente, se puede hacer frente a una deuda que en cualquier otra sociedad habría llevado a la quiebra y liquidación. Como el mundo es de los imprudentes que arriesgan, la junta directiva actual logra que le aprueben en asamblea la posibilidad de endeudarse otros 1.500 millones de euros para reformar el actual y envejecido campo de fútbol. Mientras, los juegos de manos de las palancas sirven para lanzarse al mercado de forma desaforada, gastando lo que nos tiene y comprometiendo más compromisos salariales para los próximos años aunque no se libera ninguna de la herencia recibida. Se dirá, y de hecho se dice, que comprar jugadores no es gasto sino inversión. Ciertamente es así en términos contables, pero la depreciación es tan rápida que no suele haber tiempo para realizar las amortizaciones correspondientes, mientras que son comisionistas, intermediarios y representantes los auténticos beneficiarios de este digamos trato mercantil.


El mundo del fútbol, ​​como el de la economía en general, está lleno de conceptos metafóricos, medias verdades, sentidos figurados, palabras engañosas, pero también de auténticas levantadas de camisa. El término palanca nos remite a pensamiento positivo: instrumento para mover, impulsar o relanzar. Cuando, como en este caso, en realidad vienes activos, lo que estás haciendo es empobrecerte hoy y, además, al ser instrumentos de negocio a los que renuncias parcialmente, comprometes los ingresos futuros. Nefasto. Vender la casa para comprarte un coche, puede que te haga feliz una temporada, pero económicamente es ruinoso. Aunque busques una metáfora para embellecerlo, el fondo de la cuestión no cambia. Ahora, quizás consigas enredar al vecindario o bien al socio incauto. A mí, no me sorprende tanto que Joan Laporta, que siempre ha ejercido de punyetero, utilice esta terminología que más que edulcorada es engañosa, como que gran parte del periodismo deportivo y de la otra haya comprado tanto la idea como la su denominación y la repitan de forma constante hasta convencer a todos de su genialidad y bondad de manera absolutamente acrítica. Si no voy equivocado, la función del informador es justamente desmontar el lenguaje críptico y engañoso que suele utilizar el poder, en cualquier ámbito, tanto para enaltecer su acción como para minimizar u ocultar los efectos perversos de las decisiones que toma. Se puede discutir si venderse las joyas de la abuela resulta imprescindible, necesario, o si es un mal menor, pero, lo que es seguro es que, con la venta, dejas de tenerlas y si antes de hacerlo tenías l agua en el cuello, al cobrar el dinero ya empiezas a ahogarte.
Sobre fútbol y lógica económica habría mucho que decir y no terminaríamos. Sobre el Barça y sus gestores, los de antaño y los de ahora, aún más. Para los aficionados, esto es un juego de emociones en el que lo que nos interesa son los resultados. En medio y de forma bien enmascarada hay mucha gente haciendo negocios y no son sólo ni principalmente los jugadores. Terreno abonado por “listos” de toda condición. A estas alturas, el Barça no es del “socio” que decía enfáticamente el presidente Núñez, sino de quien es tenedor de su deuda. Y éste, es Goldman Sachs.