Sobre las clases medias, el capitalismo se ha sostenido durante décadas y el consenso con ellas es lo que hizo posible el desarrollo del Estado de bienestar y del modelo social europeo. No es tanto que hayan sido muy numerosas, pero han tenido un gran papel en el sentido aspiracional. Mientras funcionaba ciertas posibilidades de ascensor social, todo el mundo pretendía formar parte. Siempre ha sido un concepto algo vago. Depende mucho si se adscribe a ella una determinada población a partir de un nivel de ingresos, o más bien se utiliza para definir una cultura en la que confluyen bienestar material, moderación política, un tipo de actividad laboral ligada a actividades profesionales, comerciales y empresariales y un nivel de propiedad de, al menos, la vivienda habitual. Tampoco es exactamente lo mismo si lo establecemos a partir de datos objetivos, o bien nos remitimos a la adscripción voluntaria. En este sentido, la mayoría de la población occidental, en los años anteriores al desencadenamiento de la crisis económica de 2008, se definía así de forma absolutamente predominante. Prácticamente desnaturalizada la cultura política de izquierdas que había construido sus mitos y referentes con el marxismo, parecía que la adscripción a la «clase trabajadora» hubiera desaparecido. En los discursos políticos, todo el mundo apelaba al voto de unas clases medias consideradas la base material y mental de la sociedad. Se ha valorado en el mundo occidental a este grupo como el paradigma y sostenimiento de la estabilidad económica y política. Fundamental en el aspecto económico, por su acentuada propensión y posibilidad al consumo que les permitía disponer de un cierto nivel de renta. Clave en la política, por su tendencia a optar y bascular en el arco político moderado entre el centroderecha y el centroizquierda, siendo en la práctica quien proporcionaba las mayorías en la alternancia típica europea entre socialdemocracia y conservadurismo.

Con la dinámica de crear desigualdad económica extrema a partir de la globalización, la clase media se fue convirtiendo en un grupo difuso y muy propenso al mal humor. Esto se aceleró con la crisis económica de 2008. La apuesta mundializadora del capitalismo desde hace ya décadas dio lugar a una «revolución de los ricos» que, al perder el miedo a la existencia de un contramodelo que resultara atractivo para en amplias capas de la sociedad, decidieron romper todo consenso social y apostar por el individualismo más puro y duro y evolucionar hacia la sociedad del 1%-99%. Aunque a medio plazo pueda ser una ficción mantener los niveles de demanda con la liquidación de la capacidad adquisitiva de amplias capas de la población occidental, algunos han creído que la disminución de los costes de producción y los bajos precios todavía tienen una cierta carrera por delante, como creen tenerla la nueva y creciente demanda de los sectores emergentes en los países en vías de desarrollo.
La tendencia al laminado progresivo de las clases medias en todos y cada uno de sus niveles parece un proceso imparable, y la premonición que ya hizo el politólogo británico John Gray sobre el hecho de que este grupo social intermedio “es un lujo de que el capitalismo ya no quiere permitirse”, parece que se va cumpliendo. La caída de ingresos salariales y la pérdida de seguridades en relación con el mantenimiento del trabajo son una evidencia en los segmentos medios y altos del mercado laboral, presionados también por el efecto moderador de salarios que provoca la deslocalización. La precariedad -que es laboral, económica y social- es el sentimiento que marca la pauta. Por último, y, probablemente, sea un aspecto especialmente importante, las clases medias en retroceso sufren una presión tributaria importante. Gran parte del ingreso público se sostiene, todavía, sobre lo que queda de ellas, puesto que una parte significativa de los segmentos bajos cotiza mucho menos por efecto del desempleo y de la reducción salarial, y en la medida en que las corporaciones que operan a nivel internacional sean por medio de la elusión o del fraude fiscal, ya hace tiempo que decidieron contribuir sólo de forma simbólica o no contribuir en absoluto. Miedo, incertidumbre y inquietud, en una población que muda hacia el refugio identitario y hacia expresiones políticas descabelladas. Es lo que ocurre siempre que hay procesos de empobrecimiento de los sectores intermedios. Europa ya lo conoce porque lo experimentó en los años treinta. Trump, Brexit, Orban, Salvini, Vox, Zemmour… son expresiones recientes de ello. Refugio en sus extremos, polaridad, fractura social, frustración y violencia verbal. Hemos olvidado que la cultura y la práctica democrática requieren de contención de la desigualdad y de las expectativas de un cierto grado de ascensor social.