Al catalanismo político se le ha hecho de noche

Ha habido últimamente en Cataluña algunos movimientos para configurar una oferta política que recupere «lo mejor» del catalanismo político histórico, o dicho de otra manera, del nacionalismo que fue hegemónico desde la transición del 78 hasta el 2012. Algunos versos sueltos de la rápida mutación vivida desde el catalanismo conservador hacia el independentismo, estrategia que significó de manera clara Artur Mas, ven ahora la necesidad de recuperar una oferta realista que haga de la manera de hacer pujolista del «pájaro en mano» un sustitutivo hacia el futuro del maximalismo improductivo de los últimos años. La gente que se reúne con esta pretensión son diversos, más bien de perfil político bajo, y algunos con algunos currículos anteriores que, a estas alturas, les hace poco confiables. Unos por que tardaron mucho en criticar y descolgarse de la pulsión políticamente suicida del mundo convergente, algunos con vinculaciones notorias al mundo de la corrupción con que funcionaba el engranaje político hace unos años y, otros, porque parecen dispuestos a que los recoja cualquier coche-escoba que los pueda resituar en la vida pública. Hay, como siempre, algunos politólogos que creen que se ha abierto una «ventana de oportunidad» para configurar un espacio electoral que, afirman, dispone ahora de unos trescientos mil votantes que se encuentran huérfanos de representación. Que no parece una gran idea lo demuestra, al menos,  que algunos de los referentes de este campo se mantienen en un segundo plano y no parecen dispuestos a dar un paso que, hecho ahora, tiene tanto de oportunista como de apuesta fracasada. La Vanguardia es quien bendice de manera clara esta estrategia.

Y es que hace mucho que lo que representaba el nacionalismo convergente debía haber actuado evitando una deriva que le ha hecho perder toda credibilidad. Una parte del país ha esperado en vano que el catalanismo conservador volviera coger la bandera de aquellos valores que la habían legitimado: la moderación política, la voluntad de integración de un país hecho de pulsiones y culturas diversas, la transversalidad ideológica, la defensa de una identidad poliédrica y de carácter «laico», una inquebrantable voluntad inclusiva, una apuesta por la modernidad y la defensa del territorio como un espacio común y compartido de planteamientos y visiones diversas. Pero no queda nada de esto entre aquellos que habían formado parte del negociado, como tampoco en buena parte de la sociedad que les apoyaba ya que ha sido transportada hacia proyectos de redención colectiva que no son sino maneras excluyentes de entender el país y su futuro. En las plazas públicas antiguamente convergentes, ahora predomina el «que se vayan» y afirmaciones de pulsiones identitarias que han mudado claramente hacia expresiones totalitarias. De hecho, entre las muchas cosas que se llevado por delante El Procés, habrá sido el catalanismo político, del que se creen ahora depositarios casi en exclusiva las formaciones independentistas. De hecho, el mismo encuentro que se ha hecho en Poblet -antes siempre se hacían estas reuniones en el monasterio de Montserrat-, ha evidenciado que ya no hay un catalanismo moderado, si acaso un independentismo que también quiere recuperar una cierta realpolitik como a ratos afirma haber hecho ERC, porque la estrategia de los últimos años ha llevado a un inevitable callejón sin salida.

Resultat d'imatges de catalanismo político viñetas

El catalanismo político tiene mucho pasado, escaso presente y malas perspectivas de futuro. Ha sido en Cataluña una tradición histórica importante, que proviene de finales del siglo XIX y que, de una manera u otra, ha injertado valores en prácticamente todo el arco político. También los socialistas catalanes han bebido de esta tradición, aunque probablemente de las fuentes más avanzadas y progresistas, y no tanto de las más tradicionales y de sotana. De hecho, unos evolucionaron hacia el nacionalismo y los otros no. Durante los próximos años el uso político del término «catalanista» habrá quedado asociado a un nacionalismo radicalizado y con una gran tendencia a la sobreactuación, a una concepción sectaria del país que se ha impuesto en la última década y que ha llevado al país a la confrontación y al paroxismo. Frente a ello los ciudadanos que no comparten el esencialismo, esperan proyectos políticos que respondan a sus preocupaciones y necesidades, planteamientos en los que el territorio sólo sea el contexto, la catalanidad una connotación que no se presta a bandera y Cataluña un espacio con sentidos de identidad y de pertenencia fríos y en combinaciones variables.

 

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