Banca Low Cost

El mundo bancario ha mudado mucho en los últimos tiempos, y no es muy claro que sea para bien. Quiero decir para nuestro bien. El común de los mortales, a pesar de los artificios publicitarios, las relaciones con los bancos siempre nos han sido intrincadas. No hablo los clientes vip que forman parte de lo que internamente llaman «banca privada», sino de aquellos que siempre tenemos tratos desde una posición subalterna. Durante toda la segunda mitad del siglo XX, entrar en un banco impresionaba. Sería el mobiliario, la grandiosidad de las oficinas o la rigurosa vestimenta de los empleados. Te hacías pequeño a medida que el «banquero» empezaba a emplear tecnicismos y palabras que no entendías y, casi siempre, se daba por bueno lo que decía era lo que más nos convenía. Costaba dios y ayuda que te dejaran dinero, y la petición de crédito requería pasar multitud de filtros, aceptar humillaciones y aportar una multitud de documentos. Había que acreditar que eras un ciudadano «honrado» y que disponías de garantías de devolver lo prestado o bien de quien lo haría por ti. Aunque su negocio era dejar dinero y lo hacían a un precio muy elevado, el lenguaje no escrito establecía que conseguías que te hicieran un favor grandioso. ¡Qué tiempos! El negocio era esplendoroso. El dinero de la cuenta o de la libreta te lo remuneraban de manera pésima -aunque a día de hoy nos parecería mucho-, y te cobraban una barbaridad el que te dejaban, con todo tipo de comisiones para redondearlo. El margen financiero era un escándalo. Pagaban muy bien a los empleados, que tenían «trabajo de por vida». Un oficinista de banca era siempre un muy buen partido en el mercado matrimonial. Pero, a pesar de este funcionamiento señorial había una cosa clara: te atendían en cualquier momento y te trataban formalmente muy bien, siempre que no cayeras en la categoría de moroso. De hecho, hacían de la buena atención al cliente uno de sus distintivos de prestigio. Lo blandían con orgullo. Eran técnicamente casi unos usureros, es lo que tiene este negocio, pero caramba, con clase y dignidad.

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Con el cambio de siglo, la banca hizo un papel más bien penoso. Tuvo mucho que ver con el origen y desencadenamiento de la crisis de 2008. Profusión de dinero barato, crédito y endeudamiento ilimitado y productos financieros incomprensibles y que resultaron una trampa para las personas, pero también por el conjunto del sistema. Una abstracción grandilocuente de las finanzas que condujo al desastre. Después de aquello, parecía lógico que se volverían a poner reglas y controles más estrictos. Si cuando se toman malas decisiones lo paga el erario público, lo lógico es que estén muy regulados. No han pasado muchos años del descalabro financiero, pero como la memoria es corta, parece que volvemos a cometer los mismos errores, aunque la decoración sea ahora diferente. Porque si en algo ha cambiado en la banca es en las formas. Ir a una oficina bancaria es como viajar Ryanair. Nos lo dicen de todas las maneras posibles: ya no nos quieren atender personalmente. Han cerrado (y cerrarán) gran parte de las oficinas, han reducido el mínimo los empleados, han convertido las oficinas en espacios Ikea que pretenden transmitir buen rollo e informalidad, exponen productos comerciales como si fueran una tienda…, pero no quieren que vayas a no ser que tengas concertado una cita (esto ya parece ir al dentista), que te darán si demuestras que has agotado todas las posibilidades de hacerlo on-line. Si consigues acceder a este tipo de espacios físicos, como si fueran un coworking donde incluso puedes hacerte un café, verás que buena parte del personal es precario, con actitud y salario de becario y, ahora sí, con vestimenta informal. Eso sí, a día de hoy te vuelven insistir por tierra mar y aire que tienes un crédito ya concedido y que, si firmas ahora mismo, en diez minutos puedes disponer de él. Yo, que soy un pelagatos, cada día me informan de nuevos créditos que me han concedido todo tipo de entidades y, cuando les digo que no lo quiero, que no lo necesito, me responden que me lo piense dos veces y casi me recriminan que lo rechace y no me lo replantee. Me quieren embaucar con intereses bajísimos, ya que el precio del dinero está en negativo (un concepto este curioso) y les conviene no tener depósitos aburriéndose. Hay pero una cláusula (como siempre) que no se desvela hasta el final: el banco te cobra una magnífica comisión de apertura que puede estar entre el 6 y el 10% de lo que te han concedido. No nos equivoquemos, esto sigue siendo un negocio que se sustenta sobre el dinero convertido en mercancía. Que el dinero sea barato, es una perversión que llevó a cosas tan dañinas como la burbuja financiera o el sobreendeudamiento. Dicen que ahora es un cebo para estimular un consumo que debería reactivar la economía. Error de enfoque: el problema del consumo no es de crédito, es de salario.

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