Joseph Goebbels es una de las expresiones máximas de cinismo y perversión humana. Asumió las responsabilidades de Comunicación y Propaganda del régimen nazi con mucho éxito. Escribió miles de páginas en forma de diario, donde reflexionó y teorizó sobre la propaganda política, y sus principios, con más o menos variantes y con dosis también variables de mala fe son las que presiden el concepto de propaganda hasta hoy. La reciente victoria de un personaje tan peligroso y patético como Jair Bolsonaro en la presidencia de Brasil, me hace rememorarlo. Como ha dicho a propósito el ex-mandatario uruguayo José Mújica «desgraciadamente, los pueblos se equivocan», especialmente si reciben buenas dosis de propaganda, añadiría yo. Como es sabido, Goebbels redujo la propaganda a once grandes principios. El primero era el de «simplificación y del enemigo único», que sigue siendo la base de toda propaganda política. Pocas ideas, muy simples y repetitivas, y lo que es más importante acabar con las ideas políticas mediante la destrucción de personas. Es más fácil aniquilar un individuo, su credibilidad, que un razonamiento. El «principio del método de contagio» es otra técnica de reforzamiento del mensaje político propio, a través de la conexión, el emparentamiento de los adversarios reales o imaginarios. Se trata de erigir un suma de individuos, los cuales todos ellos forman parte del enemigo.
Responder a los ataques políticos con otros ataques, cargando sobre el adversario los propios errores o defectos, tiene un «efecto de transposición» muy útil. En palabras de Goebbels, si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan. Contraprogramar las malas informaciones, con noticias pintorescas es una técnica bastante útil, que requiere la colaboración de los medios de comunicación afines. Convertir cualquier anécdota en una amenaza grave o en una cuestión importante, la «exageración y desfiguración», es un recurso recurrente. Hay que aprovechar cualquier error o desliz verbal del adversario para convertirlo en un gran tema. El «principio de vulgarización» es uno de los más recurrentes, así como su uso lo que más degrada la política. Se trata de construir frases y argumentos dirigiéndose a aquel que se considera más estúpido, dando por hecho que así lo entiende todo el mundo. A mayor número de personas a convencer, menor el esfuerzo mental que se les debe exigir. Decía Goebbels que la capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa, además de tener una gran propensión a olvidar. Pocas ideas y repetidas una y otra vez de manera incansable, con frases repetitivas que acaban calando en las mentes.
En una dinámica política de confrontación, lo más importante resulta controlar la agenda, llevar la iniciativa y la voz cantante, obligando siempre al adversario a manifestarse a la contra, haberse de justificar, teniendo en cuenta que es siempre más llamativa y rentable la denuncia, que la respuesta o explicación. Es el «principio de renovación», según el cual hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en la nueva afirmación. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de las acusaciones. Uno de los métodos más funcionales de la propaganda, es el de reforzar prejuicios o ideas subyacentes que puedan tener los ciudadanos. La propaganda política es eficaz cuando ya hay un sustrato anterior. El «principio de transfusión» es extraordinariamente práctico. Se trata de dar argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas, ya sean cuestiones míticas relacionadas con el nacionalismo, ya sea reforzar odios o prejuicios tradicionales. La utilización negativa de la inmigración en el discurso político responde a esto, al miedo al extraño, que permite además focalizar culpas en relación a todo lo negativo que se pueda estar produciendo en la sociedad, fijar chivos expiatorios.
Es importante para situar determinadas ideas a la sociedad y para conseguir determinados soportes, crear la sensación aunque sea ficticia que es forma parte del pensamiento mayoritario. Gran parte de la población tiende a vincularse a lo que cree que es mayoritario o ganador. Funciona el «principio de unanimidad», el ser como todo el mundo, creando previamente la sensación de que lo que es de parte parezca que lo es de todos, o casi. En fin, en propaganda básicamente sólo ha cambiado la capacidad de fuego y no tanto los principios en que se inspira. No quiero ni imaginar Goebbels con televisión, internet o redes sociales. Lo más preocupante, es que en democracia y libertad formal, funcionen técnicas de subyugación similares a las que se instituyeron en las dictaduras. ¿O es que, tal vez, el totalitarismo actual nos llega con formas aparentemente democráticas?