Progresa, como era de esperar, el conflicto en forma de escalada verbal acerca de El Proceso. De momento su punto central tiene que ver con una batalla por los símbolos y con el mayor o menor derecho a ocupar el espacio público, o bien si resulta tan legítimo el sacar como el poner elementos simbólicos. De hecho, es un enfrentamiento de características muy desiguales, ya que el que se confrontan no son dos tipologías de símbolos que representan opciones bastante diferentes, sino que el tema está en que después de años y años de colonización del espacio público por parte del movimiento independentista (esteladas, lazos amarillos, pancartas por los presos…), una parte del sector no independentista expresa sentirse harto de tanta ocupación exagerada avalada, fomentada y protegida desde los poderes públicos, partidos y entidades del movimiento. Previsible. Una saturación y rechazo que tanto puede ser espontánea, ya que el deterioro del espacio público por el abuso de lazos amarillos puede acabar cansando o resultar irritante, así como inducida desde posiciones políticas nítidamente contrarias en El Proceso, que ven en la activación de la población contra la simbología independentista un elemento de motivación y activación política. La discusión ahora es si es más violento el sacar o poner los símbolos. Unos se creen con el derecho de utilizar la simbología propia mucho más allá de lo que es razonable, tanto en espacio como en tiempo, como si fueran poseedores de un derecho natural a hacerlo. Apelan a la libertad de expresión. Y ciertamente la tienen y la practican. Pero el intento de imponer lazos en todas partes, de manera continuada y abrumadora, parece estar fuera de toda medida. Está bien lanzar mensajes, utilizar símbolos identificativos y estar presente en el espacio público, pero querer ganar a los adversarios por aplastamiento, guste o no, es una manera de practicar la violencia, aunque por suerte, sólo sea verbal y simbólica. El mensaje que se quiere transmitir no requeriría del abuso y menos de tanta arrogancia para ser entendido y recibido. Es una cuestión de proporciones, de sentido común y de respeto por los demás. Por cierto y a pesar del que afirman, contraviniendo todo tipo de ordenanzas en relación a la ocupación del espacio público promulgadas por los ayuntamientos, así como las de civismo.
Ahora el independentismo quiere ganar la batalla del relato sobre que lo que llaman despectivamente «unionismo» es violento y totalitario, porque algunas personas más o menos organizadas se han dedicado a arrancar lazos amarillos de la calle, creándose situaciones de enfrentamiento más que preocupantes. Ciertamente que los que esto hacen, y creo que de manera bastante torpe y poco organizada, contribuyen a aumentar la tensión y que se lo podrían ahorrar en bien de la convivencia. Si algo no se necesita es que alguien atice el fuego. Ciertamente con esta acción provocan y violentan a aquellos que, de manera masiva y organizada, se creen con más derechos que nadie en relación al espacio común -también en relación al país- y consideran sus simbólicos trapos como algo sagrado que los otros al sacar no hacen sino profanar. Se echa el grito en el cielo magnificando un supuesto «ejército de los cuteros» que por lo que se ve saldrían a las noches, organizados por Cs, el PP y si cabe también el CNI, dispuestos a cobrarse unos cuantos cientos de lazos amarillos como si fueran piezas de caza. El nivel de la discusión, así como su fondo, resulta de una pobreza que sólo se puede situar dentro del absurdo y el frikismo que parece dominar, ya hace demasiado tiempo, la política y una buena parte de la sociedad catalana. No veo dónde está la dignidad en pintar el país de amarillo para fijar un «nosotros» frente a unos «otros», como tampoco lleva a nada bueno dedicarse, con nocturnidad, a despintar. El debate o la discusión requieren de palabras, de sentarse cara a cara, de aceptarse y reconocerse en la diversidad, de buscar salidas realistas y consensuadas. Las batallas de símbolos son religiosas, tienen el carácter de «actos de fe» y fomentan el aumento de una violencia que puede ir más allá de lo verbal. Los símbolos, casi siempre, los carga el diablo.
Aquí los que se forran son los que venden lazos amarillos
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Muy serio este artículo, un acierto.
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