Si hay un tema crucial de preocupación política, social y económica en los próximos años, este será sin duda el del medio ambiente. Y no lo será porque hayamos sido previsores sobre la importancia de no dañar el contexto en el que desarrollamos a cabo nuestra vida y nuestras actividades, sino precisamente por no haber hecho caso, o al menos no el suficiente, a las evidencias de desastre colosal que se acerca visto lo que sucede con el calentamiento global, la contaminación de todo tipo, el agotamiento de los recursos, la falta de agua… Hemos vivido, al menos los últimos dos siglos y medio, muy por encima de las posibilidades de preservación del planeta y nuestra actividad está muy lejos de contenerse en los márgenes que establece el término tan manido pero real de la «sostenibilidad». Hemos vivido en una fijación que era establecer el dominio sobre la Naturaleza, obviando la posibilidad de convivir con ella con armonía o, al menos, en forma de coexistencia pacífica. La arrogancia tecnológica ha hecho mucho daño, y son legión los que todavía creen que el conocimiento técnico nos sacará las castañas del fuego y nos evitará una crisis ecológica de grandes proporciones. No nos engañemos los grandes problemas del futuro, ya sean migraciones masivas, conflictos armados y grandes enfermedades o penurias, tendrán que ver con orígenes medioambientales: reducción de tierras de cultivo, escasez de agua, fuga de zonas desertizadas, caída de la producción de alimentos, competencia encarnizada por recursos estratégicos escasos, nuevas plagas… Todo esto, nos hace vislumbrar un futuro de violencia, formas políticas totalitarias o cuasi e ideologías-refugio cada vez más identitarias, cerradas y excluyentes. Haber destruido los equilibrios medioambientales imprescindibles, y sobre los que poco se actúa más allá de discursos huecos con escasa concreción, nos asegura un futuro bastante desafortunado.
Si queremos ver la botella medio llena, y no medio vacía como hacemos los pesimistas, podríamos decir que el tema medioambiental y la búsqueda de la sostenibilidad no habían estado tan presentes como hoy en los programas políticos, en las declaraciones de los líderes sociales o bien, incluso, en los compromisos de responsabilidad social corporativa de las empresas. La realidad, sin embargo, es que las economías más importantes y entre ellas la nuestra, siguen sin hacer una transición energética de los fósiles a las renovables y los objetivos imprescindibles de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero se van posponiendo, o sencillamente abandonando como acaba de hacer Donald Trump. Cada año consumimos más energía a escala planetaria, y nunca como ahora se había consumido tanto carbón. Estamos instalados en una cultura de vivir al día, y no tenemos tiempo en pensar y mucho menos revertir comportamientos que acabaran por resultar suicidas, por lo menos para las generaciones que vienen. En Francia acaba de dimitir Nicolas Hulot, ministro de medio ambiente del gobierno de Macron, el cual había presentado la incorporación de este activista como la evidencia de su profundo compromiso medioambiental. Un año después, se marcha asqueado al ver como la preocupación ecológica es sólo un elemento de marketing en el mundo de la «nueva política» francesa, así como de buena de las actuaciones institucionales. Palabras y conceptos de los que se abusa en campaña para dar una versión tierna y profunda, que se olvidan solamente al pisar los despachos y reunirse con la multitud de lobbistas que se esfuerzan para que no se cambie el modelo productivo, ya que afectaría muchos intereses, demasiados. Y ese es el tema. La reducción de la huella de carbono que se requiere, no se hace ni con buenas palabras ni sólo con buenas intenciones. Hay que mudar de manera bastante radical tanto el modelo de producción como el de consumo. Y esto requiere de decisiones y cambios de mucha profundidad y sobre los que ya no hay posible demora. Comporta una nueva economía, pero también una nueva cultura social. Es bastante evidente que las corporaciones y empresas beneficiarias de la actual «economía marrón» no tienen ninguna intención de renunciar a las ganancias. Pero tampoco resulta muy claro que la mayor parte de la ciudadanía esté dispuesta a evolucionar hacia un consumo más racional y austero. Mientras tanto, seguiremos gastando las palabras y llenando los vertederos de basura.