La miseria ya no se resigna

Las dificultades y esperas que ha sufrido el barco Aquarius que había recogido más de 600 inmigrantes en situación de naufragio en el Mediterráneo, resultan muy elocuentes sobre el mundo en el que estamos instalados. Ni en una situación límite algunos países estaban dispuestos a acoger el barco y la gente que llevaba, en nombre del principio genérico de «frenar» la llegada de africanos. Hay que ser muy cínico y miserable para argüir el principio de acabar con los contingentes de irregulares, cuando de lo que se está hablando es de la pura supervivencia de cientos de personas. Italia ha demostrado estar en manos de la extrema derecha y no parece mejor el nivel moral de los gobernantes malteses que también se negaron a atender la nave a pesar de las circunstancias tan dramáticas. Aunque haya quien tilde la acogida española de este contingente desesperado como un mero gesto de cara la galería, realizado por un Gobierno que así hace notar los nuevos modos imperantes, bienvenido sea, como también ha resultado preciso hacer notar que estas cuestiones referentes al drama humano que se está produciendo en el Mediterráneo es una cuestión que debería afrontar la Unión Europea de manera sindicada y coordinada. Ni esta institución ni los países que forman parte se pueden poner de perfil ante un tema de alcance global que, ciertamente, rebasa y mucho las posibilidades de acción humanitaria y de atención por parte de un solo país. Probablemente en la recepción del Aquarius hay sobrado expectación mediática y un exceso de folclore y de exhibición de «buenismo», pero la lógica comunicativa actual es esta. Allí donde se planta el foco, se impide que se vea nada más alrededor. Mientras se producía la recepción, cientos de pateras sufrían por su suerte en la zona de Gibraltar, y muchos de los que viajaban estaban ahogandose en las aguas del «mundo libre».

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No nos engañemos, no estamos ante un tema que se pueda tildar de emigración masiva, sino de fuga de la pobreza. Durante siglos los pobres y miserables del planeta debían aceptar resignadamente su desdicha, ya que ni siquiera conocían la existencia de “otro mundo” a cientos o miles de kilómetros. Pero esto ya no es así. Para algunas cosas el mundo se ha vuelto plano, y todo el mundo sabe o imagina que hay lugares donde se vive mejor, en los que de hecho se puede tener algo que se parezca a un proyecto de vida digno. Europa está atrapada en la lógica de una extrema desigualdad mundial que la hace ser el primer puerto de llegada de la desesperación. Se ha querido evitar financiando gobiernos corruptos en el origen de esta gente que se desplaza, o en medio del camino, para que paren el flujo, y que sobre todo no nos expliquen la manera despreciable de cómo lo hacen y como ellos mismos permiten y modulan la acción de las mafias del tráfico, con el fin de negociar nuevas aportaciones económicas. El impulso de fuga es tal; a pesar del riesgo que se corre la atracción es tan inmensa, que no hay ni alambradas ni arrecifes marítimos que lo puedan frenar. En África hay 1.300 millones de personas, la gran mayoría de los cuales viven entre la pobreza y la miseria extrema. Un continente al que ni siquiera les proporcionamos las migajas del intercambio desigual que hay a escala mundial o de la redistribución internacional de la producción que ha llevado a la industria hacia Asia. En el continente africano, la acción depredadora de la economía mundial sólo saquea los recursos, humillando y abandonándoles a la indigencia absoluta. Los movimientos de población continuarán e irán en aumento. El problema no se geográfico o que Europa tenga demasiados kilómetros de costa para vigilar e impermeabilizar. Es una cuestión mundial que tiene que ver con una lógica económica y muy poco humana que crea realidades de tal nivel de desigualdad, que deviene insoportable e induce a la acción a los perdedores. Si alguien cree que es compatible información global e iniquidad extrema, está arreglado.

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