Masters

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, le acaba de pasar lo peor que te puede suceder en política, hacer notoriamente el ridículo. Ha sido pillada con un máster «fake» o, mejor dicho, alguien le puso calificaciones en materias de la titulación que parece evidente que no había cursado, esto cuando era delegada del Gobierno en Madrid. No entro en el relato de los hechos ni las malas excusas que ha presentado, cada una de ellas no ha sido sino otra piedra que la ha ido derrumbando en la ignominia. Desde el punto de vista jurídico, falsear una titulación universitaria -por más devaluadas que estén- no es una tontería. Incurren en una enorme responsabilidad tanto ella como todos los que han intervenido, que al parecer deben ser unos cuantos, pero aún peor, hacen un daño reputacional a los estudios y a la universidad en que se ha producido, muy de fondo y de difícil reparación. El mensaje es que no hay que esforzarse ni tomarse las titulaciones para obtener como el resultado de un exigente proceso de formación, sino meramente un trámite que no es necesario ni cumplir de manera estricta si cuentas con influencias y con buenos amigos que creen te deben obsequiar. Aunque lo intentará, tiene una mala continuidad en la política, ya que una deshonra de estas características cuesta de vencer y superar a los ojos de la opinión pública. Hay ejemplos en la política europea que, por plagiar unos párrafos a la tesis doctoral, algunos ministros han presentado la dimisión de forma inmediata. Por eso se da más entre la moral y la ética protestante. Aquí se persiste diciendo que es un montaje de la oposición. De hecho, quien probablemente agrandará el tema y forzará su renuncia serán los «amigos» del propio partido, que no lo despreciarán para quitársela de encima, no tanto por autoexigencia y dignidad, sino para aprovechar la ocasión.

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Ahora casi todo el mundo tiene y presume de masters en plural. El retraso de los graduados en lograr un puesto de trabajo -ya no digo digno-, hace que se haya instaurado la idea de que es necesario procurarse titulaciones adicionales, en principio para ampliar los conocimientos de un área profesional, para especializarse en algunos aspectos de la titulación y para adquirir habilidades adicionales para ganar eso que ahora se llama «empleabilidad». Obtener titulaciones varias de masters y postgrados para retrasar la frustración profesional, ya no es que sea un entretiempo interesante, es que se ha convertido en algo ineludible si se quiere tener a día de hoy alguna esperanza de obtener un puesto de trabajo. Aporta competitividad en el mercado laboral, aunque rara vez aporta competencias relevantes. Como en todo en la vida, hay masters y masters. La gran mayoría resultan de escasa exigencia y, no nos engañemos, sirven para que las universidades consigan importantes ingresos. Lo que distingue estas titulaciones, aparte del programa y la solvencia de la institución que lo acredita, es el precio, el cual ya sea en universidades públicas o privadas oscila entre enorme, pasando por exagerado, hasta lo más álgido, que es la tomadura de pelo. Los estudios más caros no dan en general mejor formación, sino que proporcionan una señal y, no es un cebo menor, la posibilidad formar parte de una atractiva agenda de contactos y el acceso a un determinado nivel de relaciones sociales. Las reglas son claras. Hay una demanda creciente de títulos que proporcionen distinción más que conocimiento y hay unas universidades dispuestas a hacer la vista gorda a la exigencia a cambio de unos ingresos que compensan un poco su mal sistema de financiación. Todos contentos, más allá de que es como una manera de hacerse trampas al solitario. Que a partir de esto haya ofertas muy «cutres», resulta inevitable, como también que haya algunas instituciones que ofrecen titulaciones-regalo como ofrenda a gente conocida para blandirlos cómo vinculados a su marca. Todo ello es poco más que una gran mentira.

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