Si no quieres ser visto como una persona un poco extraña, un rarito, es prácticamente obligado tener un perfil más o menos operativo en Facebook. No tenerlo casi te convierte en sospechoso de algo. Es lo que han hecho en poco más de diez años 2.000 millones de personas en todo el mundo, 1.300 millones de los cuales entran al menos una vez al día. Ya se ha explicado como la idea de enredarse con amigos nació en 2004 en un dormitorio de Harvard, y se hizo realidad a lo largo del 2005. Resultó curioso que el responsable de llevar adelante la red social por antonomasia fuera Mark Zuckerberg, justamente un joven incapaz de relacionarse y mantener una conversación como es debido. Quizás lo hizo precisamente por eso. Lo que debía ser un pasatiempo para reencontrar amigos perdidos, se convirtió pronto en un gran negocio y, junto con Google, en una empresa que ha liderado el mundo digital y se ha convertido en una de las mayores referencias de una economía que gira en torno a las grandes plataformas de internet. Le gusta a la empresa ya su fundador mantener una apariencia desenfadada y poco interesada en el dinero, como hacen buena parte de las tecnológicas de Silicon Valley. Una mística de la innovación y la aventura que a estas alturas les cuesta disimular no sólo la riqueza acumulada, sino las formas poco éticas de capturarla.
En el último ejercicio, Facebook ingresó cerca de 27.000 millones de dólares, y sus beneficios se acercaron a los 10.500 millones, es decir, una brutal tasa de beneficios de cerca del 40% de su facturación. Antes de la sacudida de esta semana, su valoración bursátil estaba en torno a los 550.000 millones de dólares, es decir la cuarta mejor valorada del mundo. Es innegable que acumular una fortuna de 50.000 millones de dólares como hecho Zuckerberg a base de monetizar la amistad, resulta bastante insólito. El comportamiento arrogante está bastante asociado a la historia de esta compañía, la cual se ha distinguido por una creatividad fiscal que le hace pagar muy pocos impuestos -en España presenta cuentas con pérdidas-, hacer poco caso de las exigencias legales y ser poco cuidadosa sobre la privacidad de los datos. De hecho, una empresa con un lucro que puede parecer sorprendente teniendo en cuenta su gratuidad por los usuarios. Facebook es un modelo de negocio que nos pide, capta y trafica con nuestros «datos residuales», un modelo empresarial basado en algo similar a lo que antes habría sido el saqueo de una oficina de correos. Trafica con el valor de los datos que acumula, los perfiles personalizados que puede crear sobre nosotros, así como la propiedad de las fotografías que tan alegremente vamos colgando en nuestros muros, que de hecho son suyos. Lo sabe todo sobre nosotros, incluso nuestro estado de ánimo lo que resulta fundamental para hacernos acciones de venta. A la compañía le gusta presumir que generan más noticias en un solo día que cualquier medio de comunicación en toda su existencia.
La pérdida de confianza sobre la actividad comercial de esta red social se inició cuando se supo, hace poco más de un año, que había facilitado por activa o por pasiva el uso de millones de perfiles para que se les hiciera propaganda política a favor de Donald Trump en las últimas elecciones americanas. Ahora ha saltado a la palestra el escándalo de Cambridge Analytica, una empresa británica que ofrecía servicios de comunicación política personalizada a partir de los perfiles que había obtenido de Facebook, no se sabe muy bien si comprados o de manera fraudulenta. Lo cierto es que se ha puesto al descubierto que el negocio que se hace con el uso y abuso de nuestros datos personales es inmenso, como inmensa es la manipulación que permite el hecho de disponerlas. Probablemente la responsabilidad de la red social se acabará pidiendo disculpas y pagando algunas multas multimillonarias, pero la apropiación y negocio con el que debería ser privado continuará. Es lo que hacen las plataformas de Internet. En la economía digital hay un principio fundamental: si el servicio es gratuito, el producto eres tú.