El proceso independentista que ha tenido lugar en Cataluña los últimos años se ha esforzado y mucho para dar una «dimensión internacional» al conflicto de soberanía planteado con España. Se han abierto delegaciones exteriores en abierta competencia con las embajadas españolas, se ha creado una Consejería de Asuntos Exteriores, se han perseguido periodistas y corresponsales extranjeros para que se hicieran eco del contencioso catalán y se han intentado encontrar interlocuciones y aliados políticos, aunque con poco éxito y, a veces, con actitudes bastante vergonzantes. Los resultados ha sido más bien pobres, más allá de levantar simpatías entre elementos políticos marginales y de la extrema derecha europea, o bien en diplomáticos de algunos países escasamente recomendables. La estrategia internacionalizadora del conflicto ha sido, en el mejor de los casos, torpe; pero sobre todo con un error de base que consistía en menospreciar cuestiones geoestratégicas que hacían poco aconsejable plantear el mismo Proceso, así como sus posibilidades de éxito. En base al discurso maniqueísta de una Cataluña encarnadora los valores democráticos frente a una España anclada en un autoritarismo tardofranquista, se lograron algunos reportajes en periódicos y medios europeos, especialmente con las fotografías poco edificantes de la actuación policial del 1O. El aventurerismo posterior de Declaraciones Unilaterales que no lo eran, fugas hacia Bélgica y de declaraciones extemporáneas y grotescas, más bien se han interpretado por los medios internacionales como una salida de tono que se prestaba a la ridiculización y al olvido. Imposible de hacer más, en tan poco tiempo, para degradar la consideración y la imagen que tenía Cataluña en el mundo.
Menos éxito aún han tenido los apoyos políticos y diplomáticos que se han perseguido. Parece mentira, pero ha obviado algo tan fundamental como es que la Unión Europea en plena crisis institucional y cuestionada políticamente por el populismo interno y la presión externa, interpretaría las pretensiones del independentismo catalán como un intento de abrirle un agujero a la línea de flotación. Que los estados europeos y la propia Unión impedirían cualquier intento de fracturar soberanías era bastante evidente, ya que abrir este melón a partir de Cataluña significaría no sólo la crisis definitiva de la comunidad europea, también instalar los estados europeos en una inestabilidad larga y profunda. Que las fronteras estatales sólo se modifican, con la posibilidad de dar luz a nueve estados, con guerras o con procesos de mucho calado como el desmoronamiento del sistema soviético, es una evidencia que nos muestra la historia reciente y la no tan reciente. Así, no es extraño que los únicos apoyos explícitos hayan provenido de fuerzas políticas euroescépticas y populistas para las que la crisis que plantea Cataluña les conviene como detonante de una crisis mayor para la institución europea. Que los apoyos extraeuropeos con los que se ha especulado sean Rusia con interferencias bastante evidentes, de China aunque de manera más sutil y reservada o de Israel como gran financiador de la nueva república, no han servido justamente para lograr comprensiones y soportes más inmediatos. Algunos «estrategas» de El Proceso han considerado que este uso de los intereses geopolíticos de grandes potencias para debilitar aún más Europa, era una situación que abría una ventana de oportunidad a la independencia de Cataluña. En realidad, sin embargo, era todo lo contrario. Apuntarse ahora como hacen Puigdemont y otros independentistas, al discurso antieuropeo no es sino una manera de poner de manifiesto su frustración por el fracaso, pero también un intento más para llevar a Cataluña a la marginalidad económica, social y política recurriendo a una errónea concepción de la identidad. El independentismo ha incorporado en Cataluña muchos de los componentes y malestares que en Europa se han canalizado hacia los movimientos populistas identitarios y en Estados Unidos hacia la reacción conservadora que llevó al poder a Donald Trump. A veces las cosas, incluso son lo que parecen.