Un elogio del viaje como experiencia vital. De cómo salir de nuestro refugio y zona de confort nos permite experimentar emociones y canalizar la necesidad de romper temporalmente los vínculos con nuestro territorio habitual. Una descripción de cómo el viaje es la expresión más genuina de nosotros mismos: somos lo que viajamos, pero viajamos como somos. El viaje no es el desplazamiento, el hecho en sí, lo configuran una serie de acciones y sentimientos que van desde la idea de hacerlo, pasando por la preparación, la documentación y la logística, pero también el recuerdo que luego guardamos de él. Una llamada a la novedad, a dejarnos seducir y sorprender, al gusto por afrontar lo imprevisto y por la apuesta por una vida degustada de manera lenta y planteada como una aventura con itinerario abierto. Un libro contra la práctica del turismo, actividad que sería claramente la antítesis del viaje. Dice el autor, que el turista no encuentra nada ya que no se desplaza sino para confirmar sus prejuicios, en tanto que el viajero a veces encuentra porque está abierto a la contemplación y a intentar entender lo que es diferente. Una oda a la geografía y al paisaje, como marcos que perduran más allá y a pesar de la historia. Una defensa de la ética lúdica y poco utilitarista que significa el errar por el mundo. De cómo no elegimos nuestros sitios predilectos, sino que somos requeridos por ellos ya que existe una geografía que corresponde a un temperamento y tarde o temprano acabamos por encontrarla. En el viaje, descubrimos sólo aquello de lo que somos portadores. El vacío del viajero fabrica la vacuidad del viaje, mientras que su riqueza produce la excelencia.
Michel Onfray es uno de los filósofos y pensadores franceses actuales más en boga, y más interesantes. A Teoría del viaje. Poética de la geografía (Taurus, 2016), nos invita a desarrollar el viaje como marco y espacio de reflexión e interiorización, de fluencia de pensamientos y emociones en el que crearnos y recrearnos. Nos alerta sobre los riesgos de partir para pretender verificar uno mismo como se corresponde el país visitado con la idea de que nos habíamos hecho de él, una actitud realmente poco creativa. Viajar debe hacerse sin espíritu misionero, estrecho, nacionalista y eurocéntrico. Hay que intentar percibir e intentar comprender, no comparar que es lo que hace el turista. Viajar apela a una apertura personal pasiva y generosa. Porque, en definitiva, uno mismo es el gran asunto del viaje. Los trayectos de los viajeros coinciden siempre, aunque sea de manera soterrada, en búsquedas iniciáticas que ponen en juego la identidad. Los viajes se hacen, porque se necesitan hacer y necesitan ser hechos en un determinado momento del itinerario vital de cada uno. No se trata, como hacen los turistas, de desplazarse para expiar su existencia y para transportar su malestar intentando deshacerse de él. El viaje no puede ser una terapia, sino un arte de ser, el desarrollo de una poética propia. El primer viajero con lo que nos encontramos es uno mismo. Retornar es imprescindible, es justamente lo que da sentido de espacio y de lapso, al viaje. Os recomiendo mucho este libro, a medio camino entre la reflexión filosófica y la poética.