El diablo está en las palabras

Soy de los que siguen la dinámica política catalana con una mezcla de preocupación y de mal humor creciente. Me resulta tan insólito que ciertas desavenencias nos hayan traído hasta aquí, como horroroso constatar la absoluta falta de voluntad de llegar a un entendimiento. Parece que nadie ya recuerda los orígenes y el fondo de los malestares, mientras se carga de razones para continuar la batalla hasta el final. El independentismo catalán y el gobierno del Estado no definen de manera precisa la desavenencia, no pactan los desacuerdos reales, para continuar confrontándose a base de eslóganes y frases hechas, la profundidad de las cuales aumenta el distanciamiento e impide cualquier posibilidad de llegar a un punto de encuentro. Es como si todo el mundo se esforzara para marcar con la otra parte el máximo distanciamiento posible, con el fin de ampliar y cohesionar cada uno a los suyos. Los mismos términos de «diálogo» o de «negociación» más que manos extendidas se convierten en armas arrojadizas para quererse imbuir de una inocencia que ya hace mucho tiempo se perdió por el camino. Hay tal desproporción entre el lenguaje y la realidad, que queda claro que nadie quiere acordar nada, sino vencer. «Dictadura», «franquismo», «represión brutal», «golpe de estado», «presos políticos», «sedición», «plebiscito» …, tienen poco que ver con la veracidad de las cosas que pasan y han pasado. Términos de trazo grueso que quieren funcionar como eslóganes e instrumentos de agitación y de propaganda, los cuales van cargados de unas connotaciones dramáticas que no se dan –al menos aún- en esta discusión, y tienen unas reminiscencias cargadas algunas de contenido trágico. Porque la famosa batalla para imponer el «relato» no se gana haciendo descripciones precisas del problema de fondo ni de los hechos sucedidos, sino en la imposición de conceptos más por su valor emocional y de inducción a la acción, que por la posibilidad de razonar, reflexionar y practicar eso ahora tan difícil en Cataluña, como es el esfuerzo de la empatía.

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¿Quién se acuerda ahora que todo esto viene de una sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto? Lógicamente, las causas de descontentos y malestares son bastante más complejas y profundas y escapan a la posibilidad de tratarlo en un pequeño artículo de periódico; sin embargo, ¿tienen proporcionalidad los enfrentamientos y odios actuales con los desacuerdos sobre el trato fiscal en Cataluña o con modificación de redactados de carácter puramente simbólico? ¿No es muy superior el daño que provoca hacer «tierra quemada» a nivel político, económico y social que intentar mejorar una financiación insuficiente que, se consideraba, lastraba nuestro desarrollo? Intentar resolver problemas que requieren de sutilidad -«finezza», lo llaman los italianos-, apostando por cañonazos aunque sean dialécticos permiten hacer tribu y reforzarla, pero no construir sociedades cohesionadas en las que las discrepancias se acuerdan y se negocian. Este parecería ser el terreno de la política, la que con El Proceso claramente ha dejado de actuar. Esta disputa es especialmente cruenta y enconada, porque no tiene que ver justamente con cuestiones políticas específicas y, sobre todo, porque es una batalla que está especialmente en el terreno de politólogos y comunicadores, que ya hace un tiempo -y no sólo aquí- rodean y determinan qué dicen y qué hacen los líderes políticos. Ya no se trata de hacer diagnósticos de la realidad y hacer propuestas políticas, sino de dar sentido a las palabras, apropiarse del lenguaje para ser culturalmente «hegemónicos» e imponer el propio relato. La política como teatro y representación en la que la construcción de un «nosotros» conlleva definir claramente un enemigo que conforman «ellos». Se trata de crear un imaginario aglutinador, y no de resolver desavenencias. El camino pasa por crear un buen y profundo conflicto que ayude a conformar una tribu sólida, es decir, aislada y sin puentes. Es el trabajo al que se dedican esta plétora de asesores que ahora pomposamente se llaman «spin doctors». La política sólo como narración, como estrategia comunicativa. Su aspiración es más bien montar un «buen pleito» más que facilitar un «mal acuerdo». La forma se ha impuesto al fondo, mientras el sentido común y el principio de realidad decidieron exiliarse lejos de aquí. El problema no está en la política, sino probablemente en la falta de políticos que ejerzan como tales.

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