Pedir prudencia y cordura a día de hoy, parece ya fuera de lugar. La Razón ya hace días que mudó de país. La estrategia de retar e ir doblando la apuesta ha llevado a la situación de ahora: ya no es posible salir indemne del envite. No sólo resulta muy preocupante lo que pueda pasar los próximos días y las semanas venideras, sino que aunque no hayamos pasado balance es extraordinariamente grandiosa la factura que ya se ha generado. Nada será igual después de esta carrera de despropósitos y de excesos verbales y gestuales. El problema principal, en mi opinión, no es como volver a establecer puentes y rehacer encajes políticos catalano-españoles después de esta «kermesse heroica», sino como se recupera un clima razonable de convivencia en una sociedad catalana que frívolamente se ha ido desguazando en su estabilidad y cohesión. También, como se recupera la credibilidad de unas instituciones de autogobierno que han perdido toda confianza y legitimidad a base de saltarse el Estado de derecho, llamar a la desobediencia y exhibir todo tipo de manifestaciones entre grotescas y pueriles. Ha quedado desautorizada una parte numerosa de la clase política, que se resistirá lógicamente a abandonar sus pretensiones de gloria; pero más difícil aún será suplir unas clases dirigentes de la sociedad catalana que han distado mucho de estar a la altura de la serenidad, templanza y moderación que la situación enloquecida requería. Hay cosas que será muy difíciles de restituir.
A pesar de la actuación notoriamente torpe del Gobierno Rajoy, primero por omisión y luego por acción, ni vivimos en una dictadura, ni esto es Turquía, ni vamos faltos de libertad de expresión. Afortunadamente. Pero, a pesar de los eslóganes y el relato hegemónico construido desde el independentismo, el reto del 1 de Octubre y su significación no va de «democracia», sino de configurar un nuevo sistema de poder y ocuparlo. Hay poca ideología a seguir en todo este proceso y en cambio sí un mal disimulado cúmulo de intereses. La composición sociológica del actual movimiento catalanista mutado al independentismo no deja de ser curiosa y bastante elocuente. Este es un movimiento de clases medias y acomodadas que la crisis económica desplazó de su zona de confort que pasaba por la tranquilidad y el voto a CiU, para escuchar los cantos de sirena de aquellos que les prometían podrían acceder a las nuevas seguridades y oportunidades que les había de proporcionar la constitución de un nuevo Estado lleno de cargos, plazas de funcionarios, negocios y honores para repartirse. La composición predominante en JuntsxSí o a las entidades que se atribuyen ser la sociedad civil, son bastante representativas de esta Cataluña acomodada temporalmente transmutada en revolucionaria. Hay quien argumentará, sin embargo, que el factor CUP da otro enfoque y perspectiva a la cuestión. Lo dudo. Más allá de representaciones de cara la galería, no dejan de ser los hijos de los primeros, con una radicalidad que tiene más que ver con frustraciones generacionales y profesionales, que en una apuesta realmente social y de clase.
Hay quien habla sin rodeos que estamos en una situación revolucionaria. Ciertamente las últimas semanas la toma de la calle tiene que ver con el independentismo, pero también para la integración en la «rebelión» de sectores políticos, sobre todo juveniles y el estudiantado, a los que se ha convencido de que se ha abierto una «ventana de oportunidad» para impulsar un movimiento popular que acabe con el régimen del 78 e imponga una república popular. Podemos, los Comunes… no se han sabido resistir a incorporarse y dotar de base de movilización más numerosa a El Proceso. Una actitud más bien oportunista, cínica e infantil, que los invalida como interlocutores en una hipotética mediación, y aún más como alternativa al desnortamiento general de la izquierda. No se puede negar que la «operación Piolín», el «a por ellos» o algún fiscal general bocazas han facilitado la reagrupación de fuerzas. La escalada de la tensión tendrá un pico este domingo y se acelerará notoriamente la próxima semana, y más allá del desastre ya de por sí profundo de todo ello no se pueden descartar salidas de tono violentas. Personalmente, aunque perplejo y confundido, cuando desde las instituciones y las clases dominantes que han empobrecido buena parte de la ciudadanía de este país se me emplaza a la insurgencia, tengo muy claro que esta revuelta ni es la mía, ni vale para nada la pena, ni saldrá nada bueno de ella.