La sabiduría popular instituyó un principio fundamental para la práctica de la abogacía: más vale un mal acuerdo que un buen pleito. Parece, sin embargo, que la sabiduría hace tiempo que abandonó nuestros líderes políticos y mediáticos y que se cultiva poco en una sociedad que se ha dejado vencer por pulsiones que si bien tienen su origen en la política, han mudado hacia convicciones de signo religioso. Es bastante evidente que cuando se producen conflictos muy abiertos y cargados de virulencia las causas no se prestan a ser simplificadas, como tampoco asignar las responsabilidades o culpas a un único de los contendientes. Aunque de manera diferente y con intensidades diversas son muchos los que han contribuido a cavar las trincheras, mientras quienes hablaban de construir puentes han sido expulsados por unos y otros de la discusión y condenados al ostracismo. ¡Así nos va!
A estas alturas de un sainete que puede convertirse en drama, sorprende como algunos se sienten a gusto en este conflicto desaforado y cómo se esfuerzan en conseguir hacer desaparecer los pocos argumentos fundamentados que el tema podía tener en origen. La propaganda más exagerada ha sustituido cualquier atisbo de razonamiento y las posiciones mayoritariamente adoptadas han perdido cualquier tipo de sentido de las proporciones. Demasiado tiempo cargando las armas de la ofuscación, demasiados recursos y medios puestos al servicio de algo que se acerca bastante a una locura colectiva. Aunque no sean mayoría, sólo hablan los más encendidos y poco dispuestos a cualquier tipo de acuerdo o de transacción. Se han superado todo tipo de líneas rojas en nombre de la intolerancia y se ha triturado todo vestigio de paz y de convivencia social. Se confunde una parte de la sociedad organizada y estructurada desde el poder con la sociedad civil. No es lo mismo. Guste o no, la gente que vive en Cataluña es diversa y plural. Otra cosa es que sólo se dé la posibilidad de que se expresen unos. Democracia, antes de que urnas, es deliberación. No se proporcionan las condiciones para debatir sobre el presente y el futuro de nuestra sociedad, de hablar en los diversos planos, de lo que se aspira, de lo que se desea y de lo que es plausible. Lo queremos todo y lo queremos ahora, es más bien una expresión excesivamente simplificadora y demasiado pueril. Nos guste o no, el mundo es un poco más complejo. Tampoco el irredentismo político nos resolverá el cúmulo más o menos grande de frustraciones que hayamos podido concentrar.
No parece que sea una manera de practicar la responsabilidad el tensionar la ciudadanía y las instituciones políticas hasta el punto de que se encuentran ahora. Vivimos en un auténtico estado de excepción social provocado desde las autoridades políticas. Días atrás, se articuló de manera miserable la respuesta a la brutalidad del terrorismo islamista que se vivió. Nadie se acordó de las víctimas, en cambio se aprovechó la oportunidad ya fuera para sacar pecho o para inducir a lecturas quiméricas sobre el origen de los hechos. Todo vale. El digamos debate parlamentario sobre referendos y desconexiones ha hecho sentir vergüenza ajena sobre nuestras instituciones y ha arrastrado por el barro su credibilidad. ¿Hay mayor despropósito que articular desde el poder la desobediencia y la burla del Estado de Derecho? Sigo pensando que la Cataluña que apuesta por la cordura sigue siendo la mayoritaria, aunque no se la oye ni se le escucha. Habría que parar esta carrera hacia el precipicio. Aunque muy tarde, aún estaríamos a tiempo. Sobran tentaciones épicas y ganas de pasar a la historia. Hay un exceso de testosterona y de frivolidad. Si los liderazgos políticos responsables no aparecen ahora, ¿cuándo lo harán?