El caos de El Prat

Este verano se multiplica las expresiones de indignación en relación a las complicaciones que conlleva salir del país a través del aeropuerto de El Prat. Colas kilométricas para poder superar los controles de seguridad, horas de espera, pérdida de vuelos… Muchos miles de viajeros desesperados e histéricos por sufrir una situación que resulta incomprensible que se pueda producir en un servicio tan crucial en un país que decidió vender su alma al turismo de masas. Los medios han focalizado su atención en las situaciones casi dantescas que se generan y en la irritación extrema de los usuarios. El Gobierno catalán, más que ayudar a buscar soluciones parece sólo interesado en que quede claro que «la culpa es de Madrid», mientras que el Gobierno central descarga su responsabilidad en la empresa gestora de los aeropuertos, que es AENA. En el trasfondo de todo ello, hay un tema no menor como es el de la seguridad aérea. El establecimiento de protocolos de control más estrictos a los viajeros, no ha ido acompañado de dotaciones de personal adecuadas para cumplir estas exigencias, como tampoco para que las condiciones laborales de quienes hacen un trabajo tenso e importante tengan la dignidad que deberían tener. Después de tiempo «haciendo como si controlaran», ahora han decidido hacerlo. Huelga de celo, lo llaman.

Los maltratados usuarios, los gobiernos y también los medios señalan con el dedo a estos trabajadores privados de los controles de seguridad, los cuales se les hace responsables de la pérdida de vuelos así como del estrés generalizado que se crea, ya hace semanas, en el aeropuerto. Es lo más fácil, acostumbrados como estamos que en el mundo del transporte la capacidad de bloqueo de un servicio básico haya permitido a sus trabajadores convertirse en una especie de aristocracia obrera muy bien pagada. El ejemplo más escandaloso de esto serían las huelgas de pilotos o de controladores aéreos, los cuales disponen de salarios que multiplican por cinco los que tenemos la mayoría de mortales, y hacen honor a la definición de un analista de moda como «la burguesía asalariada». Nada que ver con los precarizados 360 trabajadores ahora movilizados de El Prat, empleados de una empresa llamada Eulen Seguridad, la cual no es que sea subcontratada por AENA, sino que es la empresa subcontratada por la subcontratada. Tantos márgenes empresariales a generar conllevan que esta gente trabaje en condiciones horarias y de presión, difíciles, y con salarios por debajo de los 1.000 euros mensuales. Antes de dirigir las iras contra esta gente, no estaría de más que se informara del problema de fondo y que si tenemos que dirigir el mosqueo a alguien, lo hiciéramos hacia aquellos a quienes correspondería.

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Nos hemos acostumbrado al sistema low-cost de viajar, porque nos permite por poco dinero tomar vuelos hacia otros países siempre que nos apetece. Pero el sistema de precios bajos tanto en el ámbito aéreo como en cualquier otro, tiene una lógica incontestable que se llama reducción de costes en toda la cadena de producción o de prestación del servicio. El low-cost no hace milagros. Sencillamente se sostiene como una ficción, prestando un servicio mucho peor y presionando de manera brutal los salarios y las condiciones laborales en el extremo más débil de la cadena. Sea esto en las líneas de producción de ropa en Bangladesh o bien a los trabajadores de tierra de los aeropuertos, qué más da. Para que nosotros nos podamos comportar y darnos aires de «clase media» que no somos, alguien tiene que hacerse cargo de los costes reales de esta fantasía. Y a veces, algunos se hartan. «Los productos low-cost generan sociedades low-cost», alguien escribió de manera clarividente ya hace tiempo. Si aspiramos a algo más que simulacros de sociedad que descansan sobre precariedades muy reales, deberíamos dejar de dar por buenas algunas lógicas que no se pueden sostener.

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