Adolescentes perpetuos

Hay quien cree que las tecnologías de la comunicación vinculadas al mundo digital son sólo instrumentos que nos ofrecen grandes posibilidades, sin coste alguno. Serían herramientas neutras y asépticas que no presuponen ninguna tendencia o contenido. Nada más lejos de la realidad. Si hay una tecnología que simboliza y representa la quintaesencia del ultraliberalismo, el individualismo más desaforado y la promoción continuada del consumo compulsivo, este es el mundo de Internet. Nunca como ahora nos habíamos acercado tanto al ideal de Margaret Thatcher, la que afirmaba que no conocía el concepto de sociedad, sólo el de personas y de familias. El comportamiento egoísta ya no es considerado un defecto, sino la actitud lógica del individuo aislado. En este mundo digital se fomenta un narcisismo con derivaciones casi patológicas. Claramente ha habido una mutación del «nosotros» al «yo», que ha descapitalizado enormemente la vida social y la posibilidad de proyectos colectivos, así como la construcción de sociedades más humanitarias e inclusivas. El culto al cuerpo, el gimnasio convertido en el nuevo templo oratorio, es una de sus expresiones más evidentes aunque seguramente no de las más nocivas. Como también el de ser unos jóvenes full time tanto en el cuerpo, como la moda, las actitudes o los comportamientos. Ahora ya sólo es posible pasar, de manera repentina, de la eterna juventud a la vejez extrema. No hay término medio.

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Este narcisismo se concreta de manera muy expresa en el uso y el abuso de los nuevos tótems tecnológicos, la función de los cuáles es de significación, de representación, y de intentar compensar nuestro aislamiento con una ficción de intercomunicación donde la falta de verdaderas amistades se compensa con blandir miles de ellas en Facebook. Nuestra interactuación va poco más allá de los «me gusta» que es el mantra reiterativo de la vida «digitalizada». Puede que la tendencia a sobreactuar y sobreexponer en las redes sociales sea una cuestión especialmente candente entre los adolescentes, pero no nos engañemos la sustitución de las relaciones personales «en vivo y en directo» por Facebook, Twitter, Watsapp, y toda la inmensidad de redes especializadas se ha convertido en general y ha modificado de manera muy significativa las relaciones personales y sociales. Estamos ante cambios disruptivos. No es la tecnología el tema de fondo, el medio utilizado, son los valores que el medio lleva incorporados. Como escribía McLuhan respecto a la televisión, el medio ya es el mensaje. Estamos todo el día en el escaparate, exhibiéndonos, casi sin tiempos muertos para distanciarnos, reflexionar, pensar. El estrés y la superficialidad que ello conlleva son inmensos. Abona la somatización de las frustraciones hacia la depresión. El Prozac es un producto tan importante como Apple en el mundo digital. De hecho, es complementario.

Probablemente quien mejor está reflexionando sobre el cambio de paradigma en unas relaciones humanas mediatizadas por las redes sociales, es el filósofo coreano transmutado en alemán Byung-Chul Han. Considera que gran parte de la sociedad está sumida en un «aburrimiento profundo» que tiene que ver con estar hiperinformados e hiperexpuestos, sin espacio íntimo, lo que da lugar al abandono de la cultura ya que este es un ámbito que requiere «atención». Estaríamos pues ante lo tipificado como la «sociedad del cansancio», en la que el dopaje es el recurso de resistencia. Esta sociedad agotada sería el resultado de lo que Han ha tipificado como la «sociedad de la transparencia» y la «sociedad de la exposición». La primera, significa «el infierno de lo igual», de la falta de privacidad, de todo sentido de lo íntimo. No hay distancia entre las individualidades, y esto conduce a la pérdida del respeto. Transparencia y verdad no son cosas idénticas. Una transparencia que el sociólogo Alain Badiou cree que también ha invadido la esfera de las relaciones amorosas. Meetic es la evidencia de que el amor se domestica y positiva como fórmula de consumo y confort. También aquí se quieren evitar riesgos y sorpresas. La «sociedad de la exposición» implica que cada uno de nosotros se convierte en mercancía continua, «el mundo ya no es ningún teatro en el que se representan acciones y sentimientos, sino un mercado en el que se exponen, venden y consumen intimidades». Con la transparencia y la exposición, se pierde la esfera pública, ya que la sociabilidad, lo colectivo, requiere de una cierta distancia. En el enjambre digital en el que nos encontramos inmersos y absolutamente controlados, nuestra libertad es sólo una ficción.

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