Juan Soto Ivars. Arden las redes

No vamos sobrados de análisis críticos sobre el mundo digital, y muy especialmente sobre el significado real que conllevan a nuestra sociedad el predominio de las redes sociales como forma de comunicación, de información y de diálogo. Se escribe mucho sobre los cambios profundos que representan las todavía llamadas «nuevas tecnologías», sobre el carácter disruptivo que supone la eclosión del mundo digital y sobre las múltiples ventajas de vivir en un mundo en red. Abunda y mucho el papanatismo tecnológico, confundiendo lo que es un medio ahora convertido en la finalidad misma. Y sobre todo abunda la concepción de que la tecnología es el producto de una especie de imponderable histórico, como algo que tuviera vida y evolución propia, de carácter neutral, y que nos proporciona unas posibilidades inmensas. La realidad no es exactamente la misma. El mundo de internet es mayoritariamente un mundo de ficción, que ha generado que una parte de la ciudadanía -especialmente los nativos digitales-, se haya instalado y viva allí, lo que les sitúa en una auténtica irrealidad. Sobreinformados, significa estar desinformados. Tendencia a vivir en un mundo de novedad continua que induce más a «surfear» en la realidad que a conocerla. Superficialidad, simplismo y frivolidad es lo que predomina en las redes, dejando poco espacio para la reflexión pausada, la racionalidad analítica y la dosificación de los inputs informativos. Se ha perdido capacidad de atención, se ha deteriorado el lenguaje y el proceso de infantilización no para. Unas tecnologías que contribuyen a convertirlo todo en un espectáculo y en que aceptamos la lógica de la insatisfacción perpetua y el consumo compulsivo. ¿Qué neutralidad es esta?

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El libro de Juan Soto Ivars, Arden las redes. La poscensura y el nuevo mundo virtual (Debate, 2017), entra en profundidad y sin hacer muchas concesiones en el mundo de los efectos perversos del uso desmedido del mundo de internet. Periodista de El Confidencial y conocedor en primera persona de las redes sociales, ha centrado su análisis en la paradoja de que un mundo aparentemente intercomunicado parece perjudicar notoriamente la libertad de expresión, en la medida en que algunas personas y grupos han entendido estos medios para comunicarse, en el espacio donde afirmarse, adoptar un tono intimidante hacia las opiniones ajenas y satisfaciéndose provocando auténtico procesos de linchamiento público. Analiza el autor de manera detallada alguno de los más renombrados de estos procesos (Justine Sacco, Guillermo Zapata, o Jorge Cremades), evidenciando una lógica perversa que tiene poco que ver con el teórico diálogo e intercambio de puntos de vista que las redes deberían facilitar. Facebook o Twitter se han convertido en los ámbitos de batalla para la constitución de discursos hegemónicos de pequeños o grandes grupos, y parece que en esta guerra virtual la finalidad es la aniquilación del adversario. No se hacen prisioneros. En esta dinámica dura, de predominio de la sal gruesa, protagonizada por gente más desinformada de lo que se piensa, se abona una actitud de repliegue que Soto define muy acertadamente como la «poscensura». Quien tiene cosas que decir calla, para evitar la agresión. Sólo quedan los que más gritan y que no conocen lo que es la posibilidad de matizar. Un libro interesante, sugerente, divertido y con algunas dosis de incorrección que lo hacen muy atractivo. De hecho Soto clama contra el empobrecimiento que supone el predominio de la «corrección política» en los medios, y aporta algunas consideraciones elocuentes sobre la evolución de la prensa española las últimas décadas.

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