El retorno al relativismo climático

Costó mucho llegar a los Acuerdos de París sobre el cambio climático. Fueron necesarios muchos intentos frustrados y muchas evidencias, para que el tema de los límites medioambientales del planeta se asuma como un dato objetivo y no como un mito, como algo más que una invención catastrofista de ecologistas y otros agoreros progresistas. El clamor del mundo científico y la creciente preocupación pública obligaron a muchos países a firmar un protocolo para poner limitaciones al calentamiento global que pocos años antes era inimaginable que lo hicieran. Nuestra sociedad y nuestra economía se han sustentado durante la época industrial sobre el mito que la tecnología nos permitiría de manera progresiva dominar la naturaleza y ponerla a nuestro servicio. El desarrollismo, el crecimiento económico continuo ha sido la filosofía que ha movilizado izquierdas y derechas desde la revolución industrial. La superioridad incuestionable de la condición humana no nos hacía plantear la posibilidad de interactuar y convivir armónicamente con la naturaleza, sino de subyugar y dominarla como si sus posibilidades y su capacidad de regeneración fuera infinita. La externalidades de nuestras actividades económicas, medioambientales y de otro tipo, no se han empezado a contabilizar hasta hace relativamente poco tiempo. Nuestro sistema económico y productivo, en nombre de llegar a la suficiencia productiva, se ha basado en tecnologías sobre las que no controlábamos sus efectos perversos, manteniendo la creencia de que la ciencia y la técnica ya encontrarían la solución. Exceso de fe. Mientras el “Dios proveerá” ha permitido ir tirando y que el despilfarro y la generación de residuos fuera la base sobre la que se sostuviera el sistema económico y social.

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Se trataba, de una vez, considerar todas las externalidades del proceso productivo y de la actividad humana, incorporándolas al sistema de cálculo de costes, adquiriendo un compromiso consistente en legar un mundo habitable a las generaciones futuras. Ciertamente los avances sobre el tema del calentamiento global no han sido ni tan rápidos ni tan precisos como hubiera sido deseable. El Protocolo de Kyoto de 1997 sobre la disminución de gases de efecto invernadero, resultó frustrante, con posturas excesivamente diletantes y con incumplimientos notorios (China, India, EEUU), aunque sus pretensiones eran entonces bastante modestas. Se había fijado una reducción de emisiones del 5% para el 2010, cuando en realidad aumentaron un 40% en ese periodo. Para evitar el aumento medio de dos grados centígrados en 2050 por efecto del cambio climático, se deberían reducir las emisiones mundiales en un 80% en relación al 1990. Este es el panorama, estas son las dificultades y el camino hecho no es que sea escaso, sino exactamente ha ido en sentido contrario. Los acuerdos de París de finales de 2015 eran bastante más estimulantes y realistas. Había ya masas evidencias como para negar el cambio climático y la actitud de Estados Unidos y China, bastante más colaborativa. Unos acuerdos firmados ya por 195 países y con compromisos importantes tanto de reducción de emisiones, como de intervenciones mitigadoras para combatir ya los efectos, con medidas a aplicar y hacer el seguimiento a partir de 2020. Probablemente aún del todo insuficiente para revertir una dinámica que ya ha activado todo tipo de luces de alarma en forma de catástrofes y procesos de desertificación, pero como mínimo se situaba en un marco de acción global -no se puede afrontar de otra manera- y se ubicaba como reto central a responder por parte de la economía y la política. Incluso un escéptico sobre el tema como Mariano Rajoy, había abandonado el argumento del relativismo científico sobre la cuestión.

Ahora, Donald Trump acaba de retirar a Estados Unidos del acuerdo, lo que provoca un retroceso enorme en cuanto a las cuestiones medioambientales con efectos grandiosos teniendo en cuenta su papel de primera potencia mundial. A estas alturas, una decisión como ésta ya no es que sea una imprevisión y una irresponsabilidad, es directamente un comportamiento criminal.

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