La literatura ni nos salva ni tampoco nos hace mejores, pero sin duda somos todavía muchos a los que nos ayuda a vivir y, tal vez, a comprender un poco mejor la complejidad y los matices del mundo que nos ha tocado y de multitud de mundos imaginarios. La literatura nos facilita poder vivir múltiples vidas en una única vida. Y no es poco. Este libro de Félix de Azúa es una invitación a reincidir aún más en el pecado de la lectura, una serie de propuestas literarias hechas por alguien que tiene auténtica adicción y conocimiento de los libros, destinado a un público ávido de estímulos y de sugerencias. Un libro hecho de múltiples recortes provenientes de artículos y estudios literarios, que tienen en común la pasión, el ingenio, la ironía, la sutileza y la magnífica y elocuente escritura que siempre acompañan a Félix de Azúa. Es un recorrido emocional por autores y libros que han marcado la biografía de este escritor, que ya había hecho una primera entrega de sus debilidades literarias en un libro similar publicado en 1998. Estamos ante un recorrido nada sistemático, hecho de preferencias y gustos personales que se mezclan con su itinerario vital, y con algunas reflexiones teóricas sobre la literatura y el sentido actual que tiene publicar libros cuando la lectura parece un ámbito destinado casi a desaparecer hacia el futuro. Leer no es sólo un hábito y un gusto, es una actitud vital y una relación con el tiempo, que poco tiene que ver con la apresurada era hipertecnológica.
En Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017) este escritor barcelonés ahora radicado en Madrid, vuelve a evidenciar que es una de los intelectuales más importantes que ha dado el país en las últimas décadas. Uno de los pensadores y literatos más brillantes y originales de la literatura española de los últimos tiempos, al que sus posicionamientos públicos, a menudo provocadores y taxativos, sobre la cultura y la política, le ha comportado ser víctima del ostracismo de algunos sectores poco dados a aceptar las bondades de la heterodoxia y que, muy probablemente, se dejan llevar por los prejuicios y que ni siquiera le han leído. Algunas de las piezas de este libro son memorables y deberían formar parte de cualquier plan de inducción a la lectura en los institutos y en las universidades. Para destacar algunos a mi criterio especialmente geniales, remarcaría las dedicadas a Henry James, a Proust, Patricio Pron o la del poeta Hölderlin. Una defensa apasionada y apasionante de la lectura. Textos llenos de entusiasmo y de complicidad lectora por parte de alguien que ya ha renunciado a superar la enfermedad de la adicción a los libros.