Nos cuesta mucho entender el comportamiento de jóvenes adolescentes, las actitudes de unos nativos digitales que se comportan con una cierta arrogancia y los que parece que han desconectado de las formas intereses y prioridades que han conformado la sociedad durante muchas décadas, sino siglos. Los valores culturales de origen renacentista los consideran obsoletos, así como la devoción por la razón y el conocimiento que heredamos de la Ilustración. Hemos vivido hasta finales del siglo XX en el paradigma de una cultura libresca que, por medio de la enseñanza, transmitíamos generación tras generación. Los jóvenes actuales, ya sea en la escuela, en el instituto o en la universidad, ya no tienen la consideración ni el respeto vehemente hacia «nuestro» conocimiento y menos hacia nuestra forma de transmitirlo. No se valora el proceso de aprendizaje basado en la adquisición de conocimientos, ya que han asumido que todo el saber posible sólo lo separa del conjunto de la humanidad el ejercicio de un clic. Se ha interiorizado de que se tiene todo el saber posible al alcance de la mano para cuando se le requiera y, por tanto, aprenderlo ha dejado de tener sentido. Sólo les interesa adquirir nuevas habilidades y cachivaches tecnológicos que les puedan permitir acceder a todo de manera más inmediata. Desde este punto de vista, ya no hay fronteras al conocimiento, ya que este está al alcance de todos. No se trata de «tenerlo», sino de poder acceder a él. Los intermediarios, pues, nos hemos convertido en sus ojos en unos seres poco interesantes, más bien patéticos, que operamos con categorías y formas de un mundo que ya ha desaparecido. Al respecto de todo esto reflexiona en este libro Michel Serres, entrañable filósofo francés, que ha ejercido durante muchos años de profesor de historia de la ciencia en la Universidad de Stanford. Aunque por el título se podría pensar que estamos ante un cuento, de hecho, estamos ante un libro de ensayo que se refiere precisamente a la dependencia de los jóvenes del pulgar para activar de manera continua la relación en red a través de los smartphones.
En Pulgarcita (Gedisa, 2014), Serres hace un retrato de lo que significa el mundo digital, desde la perplejidad de quien le cuesta entenderlo, pero hace un esfuerzo para no caer en la descalificación fácil de los nuevos comportamientos, de intentar comprender los qué y los porqué, y especialmente instar a las generaciones adultas a abandonar cualquier pretensión de anclarse en aquello de que «cualquier tiempo pasado fue mejor» y aceptar que no sólo el mundo ha cambiado, sino que ha nacido un nuevo tipo de individuo que se ha instalado en la esfera de lo que es virtual. Al analizarlo tendemos a ser prisioneros de unos marcos mentales y reales que han mudado de manera notoria. Los espacios de encuentro y de sociabilidad presenciales de antaño -aula, iglesia, plaza pública- ya no sirven a personas que han asumido nuevas formas de conexión y de contacto. Las estrategias y el espacio de relación ya no son los mismos. Nuestro problema de adultos, es como convivimos de manera armónica dos maneras de vivir y entender el mundo tan diferente, cuando parece lógico que tengan que ser compatibles aún durante años. Para Michel Serres, el mundo está cambiando tanto que los jóvenes deberán reinventarlo todo en el futuro. Los que formamos parte de un mundo ya en retirada no es necesario que renunciemos a él, pero deberíamos aceptar que el paradigma de los jóvenes ya es otra cosa. Estamos ante un libro breve, elocuente, poético en muchos momentos, que se podría tildar de ingenuo y en exceso bienintencionado. Justamente no es eso. Es un intento serio y profundo para que pensemos en la invasión digital y los cambios de comportamiento no de manera cómoda, tópica y estereotipada, sino que hagamos un esfuerzo para entenderlo saliendo de nuestro marco mental de confort. Muy recomendable, especialmente para enseñantes desbordados.