Santiago Vidal como síntoma

Ciertamente que lo que este ex-juez iba diciendo por esos mundos de dios resulta bastante increíble, preocupante y evidencia una personalidad un poco particular. Sin duda argumentaba de manera simplista i brutal con tal de divertir y estimular a la concurrencia, pretendía destilar dosis ingentes de optimismo para demostrar que todo estaba previsto y no había nada tan fácil y tan evidente como que Cataluña sería independiente en pocos meses. Obviamente Santiago Vidal terminó por creerse su propio personaje, y se convirtió en un megalómano, en un conspirador de salón, alguien que se jactaba de estar escribiendo la constitución de la república catalana, de tener ya hechas listas de afectos y desafectos. Su vanidad, el ego desbocado, las ganas inmensas de demostrar que él estaba en el núcleo pensante del «complot» independentista y que era conocedor de los detalles de la «insurrección» lo llevaron a un camino sin retorno. Resulta curioso que, ahora, el que más desacredita y condena el juez que había sido fichaje estelar del Proceso, es una buena parte del independentismo, que le acusa de haber disparado un tiro en el pie al mismo Proceso y de no haber guardado la «astucia» debida que reclamaba, ya hace tiempo, Artur Mas. Se actúa con Vidal según la vieja metáfora de «muerto el perro, se acabó la rabia».

El tema sin embargo, tiene más calado y pone en evidencia cuestiones bastante preocupantes. Hay que recordar que ha sido justamente un diario «desafecto» el que ha puesto en el disparador en Santiago Vidal y sus ínfulas, y no los correligionarios de ERC, partido por el que era Senador, ni las entidades y grupos independentistas. Era un conferenciante preciado, y los dirigentes políticos que presentaban y asistían a sus actos, le aplaudían y le reían notoriamente las gracias, sin que nadie alertara de que había perdido la cabeza o la moderación precisa. De hecho, ahora se le condena por «bocazas» y no porque lo que dijera no fuera verdad o no tuviera pretensión de serlo. Que se sepa, nadie del numeroso público oyente que lo disfrutaba, lo espoleaba y le aplaudía ostentosamente se quejó de las actitudes antidemocráticas de que hacía gala, ni lo denunció por hacer bandera de practicar notorias ilegalidades en beneficio del futuro del país. Lo malo de todo esto, es la cultura pueril y del todo vale en la que una parte de la sociedad catalana y sus dirigentes se han instalado en nombre de una redención que, en el mejor de los casos, es pura quimera. Posiblemente ninguna sociedad puede evitar que alguien se crea Napoleón y se pasee por la calle como tal, lo que no se puede hacer y exigir es que nos cuadremos a su paso y le saludemos como si lo fuera.

Resultado de imagen de Santiago Vidal

El mundo subterráneo en que se juega a construir «estructuras de Estado» existe, y tiene dotaciones presupuestarias precisas y algunas que no lo son tanto. Hay quien dice tener elaboradas y cerradas a cal y canto las «leyes de desconexión», y probablemente se cree que es así. Hay quien expresa que ya está cerrado el acuerdo con Israel para que nos financie, y con Rusia para que nos reconozca el día que nos separamos, y probablemente también Donald Trump. Hay quien confiesa que las órdenes a dar funcionarios y políticos para el día D ya están redactadas y listas. Tanta frivolidad y tanta conspiración de película mala de serie B, no sé si es para reír o para echarse a llorar. Hay quien argumenta y sostiene todo ello, y demasiada gente que lo cree. El independentismo es del todo legítimo, pero la independencia de Cataluña, si es que tiene que ser, responderá a un proceso bastante más largo y complejo y, sobre todo, requerirá de gente más seria.

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