Las primeras semanas de Donald Trump en la Casa Blanca no hacen sino resultar de lo más inquietante. No es que se cumplan los peores augurios que el personaje nos podía hacer suponer, sino que su actitud y actuaciones son mucho peores de lo que podíamos imaginar. Mucha gente pensamos que Trump se había construido un personaje público apayasado, autoritario y repugnante que le ayudara a ganar las elecciones por la vía populista frente a la corrección del establishment que significaba Clinton, pero que mudaría hacia formas más convencionales, respetuosas y aceptables una vez que obtuviera la Presidencia y que, si acaso, mantendría alguna expresión pública extemporánea de cara a mantener la fidelidad de su clientela, para no decepcionarlos del todo. De momento al menos, parece dispuesto a mantener su peor versión e iniciar un camino que no hará sino generar conflictos al interior de los Estados Unidos y aumentar la inestabilidad y los riesgos a nivel internacional. El discurso de toma de posesión tuvo todos los elementos para hacerlo grotesco: la frase central extraída literalmente del malo de una película de Batman, pasajes textuales de una serie de dibujos animados, desprecio a las mujeres ya las minorías, tono amenazante y chulesco…

El paso siguiente, conformar un Gobierno donde está lo mejor de los intereses industriales y corporativos de los Estados Unidos, así como la inevitable presencia, como en todos los gobiernos occidentales, de gente proveniente de Goldman Sachs. Un especulador rico que gana las elecciones en nombre de proteger los intereses de los perdedores de la globalización y que constituye un primer ejecutivo donde sus miembros acumulan un patrimonio superior a los 100.000 millones de dólares. Una muestra de cinismo casi insuperable, donde el responsable de medio ambiente es un negacionista del cambio climático, el de sanidad quiere liquidar la incipiente sistema de salud pública que significaba «el Obamacare», se bajan los impuestos de sociedades ya las grandes fortunas, se cuestiona el derecho al aborto, se completa un muro de separación con México y se dejan de cumplir los acuerdos internacionales firmados. Todo ello, aderezado con declaraciones antieuropeístas, de refuerzo de vínculos con la Gran Bretaña del Brexit, de aproximación a Rusia y los partidos europeos de extrema derecha, confrontación abierta con China y el mundo árabe y asunción sin restricción de los planteamientos más agresivos del estado de Israel. Difícil ser más elocuente con tan pocos días y a la vez de resultar más preocupante.

Mientras tanto, la bolsa de Nueva York reacciona con auténtico fervor, creciendo su indicador hasta más allá de lo que había ido nunca. Autoritarismo político, liberalismo económico extremo, promesa de desregular absolutamente el sector financiero, abandono de cualquier condicionante medioambiental para las compañías petroleras, proteccionismo de las corporaciones americanas y agresividad verbal hacia el exterior, crean las mejores condiciones y expectativas posibles para los grandes negocios, entre ellos el de la producción de armamento. Los parados de Nebraska que votaron Trump pensando que representaría sus intereses frente a los de Wall Sreet, tendrán que conformarse con el alimento ideológico de las frases provocadoras y extemporáneas del nuevo Presidente. Probablemente fue la actriz Meryl Streep quien, días atrás, explicó mejor la significación perversa de la actitud y el comportamiento de Trump: «Y este instinto de humillar, cuando está moldeado por alguien en la plataforma pública, por alguien poderoso, se filtra en la vida de todo mundo, porque como que da permiso para que otra gente haga lo mismo. La falta de respeto invita a la falta de respeto. La violencia incita a más violencia. Cuando los poderosos utilizan su posición para abusar de otros, todos perdemos… «