En nuestro mundo hay palabras que se ponen de moda, la reiteración y abuso de las cuales acaba por desdibujarlas y les hace perder el sentido. Probablemente es el concepto de «emprendimiento» lo que ha sufrido y sufre más abusos de reiteración en los últimos tiempos y el que mejor representa la cultura imperante, consistente en que cada uno de nosotros debe responsabilizarse de sí mismo. Lo que tenía de interesante se ha deformando tanto, que ha acabado convirtiéndose en un término casi odioso. Todo es emprendeduría. Facilitar que una buena idea se materialice en un proyecto empresarial viable y solvente y que, por medio de la incubación de empresas, se faciliten vías de financiación para desarrollarse, es un buen planteamiento que ha dado lugar a resultados notorios. Crear la ficción que cualquier «idea» pintoresca es susceptible de convertirse en un negocio es forzar un poco las cosas, como lo es pensar que una buena idea, por el hecho de serlo, ya se puede convertir en una empresa de éxito. En realidad, la mayor parte de los proyectos «emprendedores» fracasan, este es su destino, como no es menos cierto que los que sobreviven no dejan de ser auto-empleo mal remunerado, hasta que ya no son ni eso. Esta es la cruda realidad. Confundir a los jóvenes desocupados o precarios, induciendoles a emprender como si esto estuviera al alcance de todos y todo el mundo tuviera las habilidades y capacidades para hacerlo, es una irresponsabilidad que sólo conduce a la frustración y el endeudamiento. Es un engaño. El emprendimiento se ha convertido en un elemento más de la no ideología tan ideológica imperante. Que cada uno se resuelva su futuro en un mundo donde ya no hay trabajo seguro, digno, medianamente bien remunerado y con continuidad. Como afirmaba alguien, «¿porque los llaman emprendedores, cuando quieren decir desvinculados?»
El espíritu emprendedor se ha convertido en una especie de capacidad que debe imbuir y adornar a las personas. Es la versión contemporánea del self made man decimonónica, al que nadie advierte del riesgo de acabar prisionero de un proyecto empresarial con muchísimas posibilidades de fracaso y, en el mejor de los casos, esposado por unos inversores o financiadores, aunque lleven el nuevo y aparentemente desinteresado apelativo de Business Angels. En este mundo donde lo más in es emprender, la detección de “ecosistemas emprendedores» se ha convertido casi en una realidad mística, mientras proliferan metodologías singulares, como el elevator pitch, para captar la atención de los posibles inversores con los pocos segundos que tarda en desplazarse un ascensor. ¡Pura broma! Esta ideología fomenta el concepto de «empleabilidad» como elemento de tensión continua a lo largo de toda la vida. Una empleabilidad que debe alimentarse con formación y disposición a todo tipo de humillaciones, que está muy ligada a la necesidad del consumo compulsivo como único método de realización personal y al papel estimulante que dicen ejerce la deuda en nuestras vidas.
El filósofo coreano Byung-Chul Han, considera que el capitalismo de las dos últimas décadas ha mudado de «la sociedad disciplinaria» de la que hablaba Michel Foucault, que constaba de hospitales, psiquiátricos, cárceles, cuarteles y fábricas; hacia «la sociedad del rendimiento», con gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios genéticos. Hemos pasado de ser sujetos de obediencia a ser sujetos de rendimiento, es decir, «emprendedores de nosotros mismos». Si la sociedad disciplinaria generaba por exclusión locos y criminales, la del rendimiento genera fracasados y, de ahí, que la depresión sea la enfermedad moderna, la expresión patológica del fracaso. El sujeto de rendimiento se encuentra en guerra consigo mismo, se explota a sí mismo sin coacción externa. El explotador es ahora al mismo tiempo el explotado. En lugar del verbo «haber», predomina el verbo «poder». La llamada a la motivación, a la iniciativa, el proyecto propio, es más eficaz para la explotación que el látigo y el mandato. El «tú puedes» tiene una gran capacidad de coacción y genera muchos fracasos culpables de que se somatizan en forma de depresión.