El debate político en Europa y en el mundo occidental está bastante centrado estos días en ver qué pasa finalmente con la prevista firma del tratado comercial entre Canadá y la Unión Europea, conocido como CETA, un acuerdo de grandísima trascendencia y aunque se negoció de manera secreta y se quería pasar de puntillas, finalmente ha generado mucha oposición por lo que significa de pérdida casi definitiva del concepto de soberanía política. En Cataluña y España el tema sí que está pasando casi sin pena ni gloria, abstraída como tenemos la política en estos lares en otras cuestiones la función de las cuales, parecen ser, distraernos o bien que los árboles no nos dejen ver el bosque. Estamos ante un proceso de reglobalización de la economía mundial, el instrumento del cual son lo que se conocen como tratados comerciales de «segunda generación», como son el TTP entre Estados Unidos y países asiáticos y americanos del Pacífico, el TTIP entre la Unión Europea y los Estados Unidos, o el TISA, que es un acuerdo global para la liberalización y privatización de los servicios públicos. Detrás de esta sopa de siglas está la gran estrategia económica y geopolítica de unas élites dominantes que pretenden liquidar, en silencio y sin debate político público, buena parte de las atribuciones e instrumentos que dan sentido a las instituciones políticas y permiten una cierta defensa del bienestar colectivo. La clave del CETA y de todos estos tratados es la eliminación de las «barreras no tarifarias», es decir terminar de manera normativa y de forma obligada con todo aquello que pueda frenar los intereses mercantiles y financieros, los cuales pasarían a tener prioridad por encima de cualquier otra consideración. Entre otros, significa establecer mecanismos de justicia privada para que las corporaciones puedan denunciar a los Estados por los negocios que consideren que les han hecho perder.
Estos tratados bilaterales entre las grandes áreas económicas y comerciales del mundo, tienen la pretensión de activar lo que creen queda frenado por la multilateralidad de la Organización Mundial de Comercio, donde también defienden sus intereses los países emergentes, Rusia y las potencias asiáticas. Estos acuerdos comerciales como el CETA, no escapa a nadie la importancia geoestratégica de situar los Estados Unidos en el nodo central, articulando todo lo que se conoce como Occidente, haciendo de nuevo Europa un papel más bien subalterno. Aunque la propaganda oficial diga lo contrario, estamos ante grandes procesos que llevarán más deslocalizaciones y desindustrialización, así como crecimiento de la desigualdad. Significa generalizar los bajos estándares de protección laboral anglosajona en gran parte del mundo, precarizando el trabajo y desmontando cualquier vestigio de actividad sindical y de redes de contención. Significa también abandonar cualquier principio de precaución en relación a los temas alimentarios y medioambientales: ganadería engordada de manera perversa, transgénicos, fracking…. El tratado de la UE y Canadá no es un hermano menor de este proceso, sino un elemento mayor, ya que en el caso norteamericano se pueden acoger todas las empresas que tengan una filial activa en ese país, y este es el caso de las 30.000 mayores corporaciones de Estados Unidos. El reto entre la ciudadanía europea concienciada, es forzar que esto tenga que pasar por todos y cada uno de los parlamentos nacionales y así obligar a un imprescindible debate político. Así lo acaba de hacer la Valonia que forma parte de la Federación Belga. Por poner dos ejemplos próximos, no me consta que el Comité Federal del PSOE de este fin de semana próximo tenga previsto afrontar el tema, como tampoco lo ha hecho estos días hacia plenario del Parlamento de Cataluña. La sociedad civil «organizada» del país creo que tampoco se refería esto con la profusión de banderas independentistas en el Camp Nou, a pesar de que la soberanía se perderá definitivamente con este tratados.