Los límites medioambientales no son una ficción, aunque hay quien sigue actuando como si así fuera. Las externalidades de nuestras actividades económicas no se han empezado a contabilizar hasta hace relativamente poco tiempo, pues durante siglos nos instalamos en la convicción de que el entorno no era una variable a considerar, imbuidos del nefasto principio de que la civilización consistía en explotar y subyugar la naturaleza. Así, el sistema productivo en nombre de llegar a la suficiencia productiva, ha estado basado en tecnologías sobre las que no controlábamos sus efectos. Hemos erigido una sociedad que vive sobre una cantidad ingente de residuos, incapaces ya de fagocitarlos, por nuestro inducido consumo desmesurado y el deseo de poseer la versión última, más o menos nueva, de las cosas. No es posible mantener el mito del crecimiento continuo, hemos llegado claramente al final del paradigma «desarrollista» de base industrial. Erróneos son tanto el sistema de producción como la cultura de consumo que lo mantiene y lo hace posible.
Los límites del crecimiento y el efecto de la sobreexplotación y el despilfarro ya hace tiempo que se dejan sentir y pueden volverse dramáticos en un futuro bastante cercano. La perspectiva de una disyuntiva entre el caos medioambiental o un posible autoritarismo de signo ambientalista que asegure la toma de decisiones adecuadas para salvaguardar el planeta y la vida en la tierra, no es un escenario que resulte muy deseable. Pronto, sin embargo, no habrá ya elección y tendremos que reducir nuestra huella de carbono y organizar el racionamiento en la extracción de los recursos no renovables. Para ir hacia el «decrecimiento económico» o por lo menos hacia una «economía en estado estacionario» habrá mudar el predominio de la cultura del consumo compulsivo infinito. El reto de encarar abierta y públicamente la cuestión sigue pendiente. Los ciclos políticos de cuatro años refuerzan el «cortoplacismo» e impiden que los temas de sostenibilidad real entren en la agenda política. ¡Las malas noticias no hacen ganar elecciones!
La necesidad de corregir la pulsión autodestructiva que parece haber tomado la humanidad por el uso y abuso de recursos limitados y por un castigo medioambiental que como es lógico no puede crecer infinitamente, llevó hace tiempo a algunos teóricos a plantear la necesidad de un modelo autoritario que, justamente, evitara nuestra autodestrucción, en la medida que esto no se considera posible en el marco de una economía de mercado, como tampoco de un sistema democrático. El espíritu del lucro, la codicia, el hábito a considerar sólo lo que se visibiliza de manera inmediata imposibilitaría que las decisiones fundamentales que hay que asumir sobre el modelo de crecimiento, se puedan tomar de una manera consensuada. Ciertamente que la cultura política actual y la falta de mecanismos globales provocan carencias evidentes para afrontar grandes problemas como el cambio climático o la escasez recursos básicos. También es cierto que los Estados-Nación son constantemente laminados en sus atribuciones ante las sucesivas oleadas globalizadoras de una economía que pretende estar al margen y por encima de las decisiones políticas, es decir, de la voluntad colectiva. El reto de las sociedades actuales es recuperar las bridas de sus vidas y su futuro ahora entregados en el Mercado, pomposo nombre detrás del cual se confunde una pequeña minoría hegemónica y dominante. Hay que reempoderar y formular sistemas de gobierno que hagan posible afrontar los temas relevantes, la toma de decisiones al respecto y el mantenimiento del consenso social.