Aunque pueda parecer a veces que los vínculos de la política catalana y española han cambiado mucho, que una parte de la Cataluña política tiene un proyecto propio de país que pasa por la desconexión y que las diferencias socio-culturales entre Cataluña y España son inmensas en la medida en que, allí, gana un Partido Popular que se mantiene a base de potenciar su versión más casposa y reaccionaria, además de buenas dosis de anticatalanismo… En realidad, hay comportamientos de amiguismo político, de conexión de conservadores por encima de diferencias nacionales, de cultura de pájaro en mano que regresan y regresan, poniendo en evidencia que los procesos de renovación, de reconstitución, de transformación de algunos son puro maquillaje, aquello de «que algo cambie para que todo siga igual «y, que como ya nos temíamos, el independentismo para algunos recién llegados a esta causa ha sido puro conyunturalismo. Una impostura, vaya. El sainete de la elección del Presidente y de la Mesa del Congreso de Diputados nos ha devuelto a los viejos hábitos de la política antigua y a los comportamientos de tacticismo cínico de la mala política.
Si parece inevitable que acabe gobernando el PP en franca minoría (por qué esto es así sería más que discutible), parecería lógico que el Parlamento fuera dirigido por otras fuerzas y que así se garantiza una vida parlamentaria dinámica y se obligara al Gobierno a la transparencia. A la hora de la verdad, sin embargo, Ciudadanos ha abandonado cualquiera de las ínfulas renovadoras e incluso progresistas de la que hacían gala cuando surgieron, para acabar subsumidos en una operación conservadora que parece dirigida no desde la política, sino desde el Ibex-35. Sin embargo, había una mayoría política alternativa posible, que habría pasado por hacer presidente de la Cámara a alguien de las fuerzas de izquierda, ya fuera Xavier Domènech o Patxi López. Apareció aquí la vieja Convergencia pactando con el partido Popular, lo que en estas circunstancias supongo que no se habría atrevido el mismo Duran. Quico Homs, en un papel penoso, niega la evidencia. El pacto pasa por tener grupo parlamentario propio, lo que según la normativa parlamentaria no les toca, con todas sus sinecuras correspondientes y los 2 millones de euros de dinero público para ir tirando. Pero hay más. Que paralelamente la Fiscalía deje de pedir prisión para los imputados del 9N -como pensaba hacerlo-, y que el Parlamento de Cataluña posponga y agüe declaraciones unilaterales de independencia, algo tendrá que ver.
Lo que es novedoso, es que ERC también ha hecho la apuesta de dar la Presidencia del Congreso a Ana Pastor (y la vicepresidencia a Ciudadanos). Que lo haya hecho en forma de abstención y no de voto favorable no cambia las cosas, aunque el simpático dúo que los representa en Madrid se haga el ofendido cuando escucha esta interpretación. Afirma no querer entrar en política española, pero irle haciendo favores a la derecha más dura sólo se entiende como parte de la estrategia de cuanto peor sea quien gobierna España, mejor; menos propenso a buscar salidas políticas para Cataluña. Resulta, sin embargo, paradójica la sintonía de intereses y de ayudas mutuas entre el independentismo catalán (el de siempre y el sobrevenido) con la política española más derechista y reaccionaria. Las «líneas rojas» contra el independentismo ayudaron a ganar al PP y a debilitar unas izquierdas más comprensivas con el tema de Cataluña, así como las «operaciones» de Fernández Díaz posibilitaron a última hora que el independentismo salvara los muebles electorales. Terminada la campaña, no se ubican en trincheras diferentes, sino formando parte del mismo barco. ¡Vivir para ver!