Pascal Bruckner. El vértigo de Babel

Un libro que reflexiona sobre la gran confrontación, especialmente en Europa, entre el nacionalismo que se aferra al espacio reducido, la cerrazón y la ignorancia; con un cosmopolitismo frívolo, puramente mercantil que ha creado la figura del «nuevo nómada planetario». Para este escritor francés y reputado ensayista la globalización tiene poco que ver con un cosmopolitismo cultural profundo y real, y suele digerir y deshacer las culturas desde dentro, acabando con la riqueza de la diversidad cultural y humana, embalsamando las culturas nacionales tal y si fueran momias. Negar las diferencias culturales en nombre de un universalismo paupérrimo lo considera una aberración, como lo es el egoísmo, el odio, la exageración de las diferencias que edifican el relato nacionalista. Convivir con personas diferentes no significa ser cosmopolita, en la medida que no se da el paso fundamental hacia la comprensión y el enriquecimiento con lo que es diferente. Tampoco hay altura de miras en la atracción por el ocio y el consumo de lo que nos resulta exótico. El cosmopolitismo requiere, para Bruckner, conocer bien de entrada la propia cultura para después con actitud permeable incorporar las otras al propio bagaje. De manera paralela, una identidad es siempre móvil, impura, en un universo fragmentado. La lengua y la cultura propias no deben ser trinchera, sino trampolín para relacionarse e incorporar las otras lenguas y culturas.

En El vértigo de Babel. Cosmopolitismo o globalización (Acantilado, 2016), Pascal Bruckner aboga por un cosmopolitismo sólido, no mercantil ni de pura distracción, que permita superar un provincianismo y una arrogancia que suele acompañar las naciones, especialmente las de grandes dimensiones que se consideran a sí mismas como en autosuficientes. Un universalismo que no sea meramente un zapping cultural como el que se nos induce a hacer desde el globalismo, para mantenernos ignorantes y aislados. Alerta frente a aquellos que creen que los «derechos de los pueblos» están por encima de los derechos del hombre, y considera mejor ser un «conjunto de soledades», que estar en una «cárcel del pueblo». Cree que Europa es sobre todo un club de ricos más preocupados por el orden que por la justicia y, siguiendo Freud, cree que la pulsión nacional suele tener que ver más con marcar diferencias respecto a los que se nos parecen más que distancias con los realmente diferentes. El nacionalismo como «el narcisismo de las pequeñas diferencias». Un pequeño gran libro escrito hace veinte años, pero más vivo que nunca en lo que plantea.

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