La bandera de la pobreza

No debiéramos confundir lo que es urgente con lo que es importante, pero lamentablemente las prioridades mediáticas nos inducen a hacerlo. Inmersos en el absurdo conflicto de banderas en los campos de fútbol, las idas y venidas de Venezuela de los políticos hispánicos y de todo tipo de salidas de tono habituales de las precampañas electorales, han pasado muy desapercibidos los resultados de la Encuesta de Condiciones de Vida que se han publicado estos días. Un retrato demoledor sobre la pobreza enorme y creciente de una parte significativa de la sociedad española y que, contra toda lógica, no ocupará ni cinco minutos en el debate político y que nadie -o casi- situará en el centro de sus propuestas de futuro. Quedará como un lamento. Pareciera como si la pobreza, en la medida en que afecta a gente excluida o en proceso de hacerlo y que tiene poca incidencia electoral, fuera un tema menor que se puede pasar por alto, o bien para tomarla de referencia sólo de tarde en tarde, cuando se quiere apelar al lloriqueo del televidente.

El 22,1% de los ciudadanos españoles están en lo que técnicamente se denomina Riesgo de Pobreza, esto quiere decir que tienen ingresos por debajo del umbral de la pobreza. Si para hacer el cálculo se utilizan los indicadores europeos que consideran además las carencias materiales y la intensidad del empleo, la cifra de la pobreza llega hasta el 29% de los ciudadanos, que es como decir a casi 1 de cada 3. El 10% de los hogares tiene que soportar retrasos en el pago de alquileres y facturas, el mismo porcentaje de hogares que no pueden permitirse económicamente de mantener una temperatura adecuada en su casa. El riesgo de pobreza aumenta, ya que los ingresos de las familias siguen bajando. La media familiar de ingresos es ahora de 26.000 Euros anuales, pero la «flexibilidad» del mercado laboral y la creciente precariedad seguro que la irán disminuyendo en los próximos años. Con un desempleo de larga duración y con escasas posibilidades de reincorporación -aún menos en condiciones dignas-, la mitad de las personas desempleadas está ya dentro del llamado riesgo de pobreza. A día de hoy, el 11% de las personas pobres lo son a pesar de tener trabajo, consolidándose la tendencia a que tener trabajo y alcanzar mínimos de bienestar ha dejado de estar vinculado. La pobreza también es más penetrante entre los jóvenes, las familias monoparentales y los inmigrantes, colectivo éste que se ve afectado por carencias notorias en un 55% de sus ciudadanos. Territorialmente, los efectos son más perversos en los territorios del Sur de la Península que no ala Norte. Nada nuevo. Cabe decir que estos datos no los proporciona ninguna organización interesada en dar un sesgo negativo a la situación social en España, sino el muy gubernamental Instituto Nacional de Estadística.

Resulta sorprendente que un retrato como este no induzca a la movilización ya la acción política, convirtiéndose en el elemento central del debate no sólo el qué hacer para salir de tal proceso de degradación económica y social, sino sobre si es éste u otro el modelo de sociedad al que aspiramos. Si se tiene una visión inclusiva del mundo, si se aspira a una sociedad más articulada y con menos sufrimiento, esta parecería la más importante de las «banderas» a enarbolar. Las batallas por los símbolos pueden ser muy distraídas, pero suelen ser eso, una distracción en relación a lo que es fundamental. Recuperar un cierto camino de cordura, ir hacia un sistema económico y social menos injusto y más equitativo no se alcanzará con debates y posicionamientos políticos que tienen que ver sólo con el mayor o menor glamour de los candidatos. Con trifulcas con la policía y quemando mobiliario urbano como en el barrio de Gracia de Barcelona, tampoco.

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