Esta es una magnífica novela en sí misma, pero también lo es por su significación y por su carga simbólica. Una historia de amor llena de complicidades de una pareja alemana de vacaciones en Suecia, en un entorno tranquilo e idílico, que esconde situaciones de sometimiento y violencia extremas. Detrás del lirismo y la naturaleza exuberante hay prácticas amargas que exhiben el instinto de barbarie y la tendencia a la irracionalidad de la condición humana. Escrita en 1931, la novela es una parábola de lo que el autor intuye que está sucediendo en una Alemania donde la tentación totalitaria del nazismo todavía no se ha hecho con el poder, pero todo parece indicar que acabará por conseguirlo, viendo las crecientes complicidades políticas y ciudadanas con este movimiento brutal, que practica un auténtico culto al uso de la fuerza. Kurt Tucholsky escribe este libro desde el refugio sueco donde ha tenido que confinarse debido a la persecución que sufre en la Alemania pre-nazi, un refugio que se acabará convirtiendo en su exilio y donde se suicidará en 1935, cuando los sus peores pesadillas en relación a Alemania se han cumplido del todo. Intelectual y periodista muy destacado en los años veinte, era notoriamente seguido como opinador político de la prensa alemana. Demócrata de izquierdas, pacifista y antimilitarista, fue un gran defensor de la débil República de Weimar que se instaló en el país después de la Primera Guerra Mundial. Denunciaba la acometida que la derecha alemana practicaba en relación al sistema político y veía con preocupación el avance imparable del totalitarismo y de cómo sus actitudes intolerantes iban haciendo con la sociedad alemana, a la que miraba cada vez con más pesimismo.
En El castillo de Gripsholm. Una historia veraniega (Acantilado, 2016), Kurt Tucholsky refleja esta contraposición entre vida y barbarie que se está apoderando no sólo de Alemania sino de buena parte de la ciudadanía europea. Lo hace en forma de novela, en su única incursión en este género, a fin de hacer más evidente el drama que la irracionalidad humana llevaba a condenar buena parte de Europa. De hecho, fue su último libro. Condenado al exilio a partir de 1932, con su obra prohibida en Alemania y donde sus argumentos eran cada vez menos escuchados, se refugió en un mutismo que ya no abandonaría hasta el grito de desesperación que significa su muerte voluntaria. El nazismo además de proscribir sus libros, hizo una quema pública para evidenciar como de enemigo consideraban este autor y su obra. No pudieron impedir, sin embargo, que con el paso del tiempo esta novela se convirtiera en un clásico de la literatura alemana y que su autor, además de un gran intelectual, fuera recordado como alguien que defendió la libertad incluso cuando sus coetáneos no lo hacían. Vale la pena su lectura.