Hubo un tiempo en el que la culminación del contrasentido, el absurdo y la vergüenza ajena era «la indemnización en diferido» que balbuceó más que pronunciar María Dolores de Cospedal, para intentar justificar la injustificable relación del PP con un pícaro como Luis Bárcenas. Vinieron después unos meses en el que el espacio mediático y el estado de ánimo de la ciudadanía quedó atrapado por las expresiones hiperrealistas y por los vacíos mentales del presidente del Gobierno. Lo de «un vaso es un vaso…» o «¿… y las Europeas?». El PP se esforzó en convertir estos lapsus y desconexiones de la realidad de su dirigente como muestras de autenticidad y de campechanía, aunque inmersos en multitud de grandes problemas por resolver, a la mayoría de los ciudadanos lo que nos genera son más bien temores y perplejidad, así como un renovado interés en que Dios pueda hacer más que la condición humana. Pero las urnas a veces son puñeteras en forma de resultados electorales alambicados. Y sin duda en las últimas elecciones generales lo han sido, evidenciando problemas de liderazgo político bastante notorios en España, pero también un sistema constitucional que no había previsto lo que se haría cuando se combinaran resultados de bloqueo y políticos especialmente negados. Los meses perdidos desde el 15D -que lo son y mucho- han permitido a Mariano Rajoy parodiarse a él mismo, en una versión extrema del «Código Mariano» basada en el «laissez faire, laissez passer». Ganó las elecciones, pero no iba con él llamar a nadie para intentar hacer una mayoría de gobierno. Por lo que se ve, había que entregárselo amablemente.
Mientras el dejación de funciones de Rajoy era extraordinaria, instalándose cómodamente «en funciones», Pedro Sánchez nos distraía intentando con ejercicios de funambulismo erigir un gobierno alternativo imposible, toda vez que los barones de su propio partido le marcaron las cartas negando la posibilidad de configurar un acuerdo de izquierdas con la bestia negra de Podemos. Crónica de un fracaso anunciado, donde lo único que estaba en juego era presentarse ante la opinión pública como responsable y dinámico mientras se procuraba endosar la culpa del no-gobierno de PSOE y Ciudadanos a la no colaboración de los Pablo Iglesias con su abstención y haciéndose invisibles. Mientras tanto, Sánchez gesticulaba y ganaba tiempo, intentado hacerse perdonar la debilidad interna en su partido y poder sobrevivir como candidato. Más que probablemente habrá nuevas elecciones en junio -después de seis meses de exhibir impotencias diversas- y en el mejor de los casos, podría haber nuevo gobierno el mes de octubre. Digo en el mejor de los casos, ya que nada parece indicar grandes cambios en el comportamiento electoral y, por tanto, se podrían repetir unos resultados de bloqueo, ya que el centro-derecha podría quedar estancado y la izquierda podría vivir cambios de hegemonía que en nada facilitarían la predisposición del PSOE a un acuerdo. Si no quisieron acuerdo siendo la primera fuerza de izquierdas, difícilmente harán la apuesta si son descabalgados. Sus varones, El País y el Ibex-35 no lo permitirían. Quizás es que hemos entrado en un bucle de imposible salida y tendremos que aceptar un interinaje perpetuo de Mariano Rajoy, inventando de paso un nuevo concepto de derecho político que sea el de tener un Presidente «indefinidamente en funciones» que, en su caso, sería lo mismo que «en funciones indefinidas».