Schenguen y la fragilidad de Europa: ser territorio de frontera

No hay duda de que el proyecto europeo se encuentra en una fase muy crítica. Después de décadas de construir aunque de manera incompleta una Unión Europea basada en la concepción alemana del pragmatismo económico más que de la ambición política, los efectos insolidarios de la crisis económica, la recuperación de los particularismos, la falta de una noción de ciudadanía compartida, la debilidad de los instrumentos políticos, el predominio de la noción de austeridad, el resurgimiento de los populismos y la crisis de los refugiados está haciendo tambalear las bases de la europeidad. Las prisas para incorporar la Europa del Este aprovechando la debilidad rusa y sin procesos de convergencia económicos y de profundización democrática en estos antiguos estados del bloque soviético, tampoco han ayudado al fortalecimiento de la Unión Europea, y en cambio sí a su dispersión y debilitamiento. No deberíamos confundirnos, Europa siempre ha sido más un concepto, una noción de civilidad, que un espacio geográfico que abarque todo el continente. Esta pretensión, justamente ha situado en un segundo plano lo que era clave: diversidad, cohesión, modelo social integrador, tolerancia, pluralidad, progreso económico y bienestar social, equidad, pulcritud democrática, compromiso irreductible con las libertades…

Las múltiples inseguridades que castigan las sociedades europeas (económicas, sociales, culturales), están provocando tendencias notorias hacia el retroceso en los valores políticos democráticos, así como en las nociones de solidaridad y de asilo. Hay quien cree que el Tratado de Schenguen tiene los días contados, ya que la libre circulación de personas acentúa la vulnerabilidad de Europa ante la avalancha de refugiados y ante los peligros del terrorismo islamista. Ciertamente su suspensión parcial y temporal ha puesto en evidencia la fragilidad de Europa y la crisis de la noción europeísta. De todos modos, resulta poco probable que se dé marcha atrás en la libre circulación de mercancías como significaría volver al control fronterizo sistemático del transporte por carretera, recuperando viejas imágenes de concentración de camiones en las zonas aduaneras, con los efectos demoledores que esto tendría en el economía y en la competitividad de todos los países afectados.

Aunque los efectos inmediatos en los territorios de frontera podría resultar más bien beneficioso para el sector de los servicios, y también para la economía informal vinculada al contrabando, no parece que esto de manera agregada y en el medio plazo compensara los notorios efectos negativos para conjunto de las economías. Ser tierra de paso, aunque requiere de más imaginación para sacarle partido, sigue siendo más interesante que no convertirse en territorio de trinchera, papel el cual siempre genera efectos colaterales poco deseables. Es bastante probable que Schenguen sea revisado para introducir factores de limitación y control al tráfico de personas. Parece inexorable, como lo es la posibilidad de suspensiones de manera puntual cuando se crea conveniente. Difícilmente, sin embargo, se pondrá en cuestión una libertad de movimiento elemental sobre la que pivota la constitución de un espacio económico único.

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