Los medios y buena parte de la ciudadanía de Cataluña intenta pasar de largo tanto como puede en relación al primer plano que ha recuperado la familia Pujol y sus negocios varios al declarar en la Audiencia Nacional de Madrid. La pretensión de no querer recordar Pujol -los Pujol- no es tanto por la aversión que provoca que alguien que ha sido seguido y santificado no haya resultado ser quien pensábamos, sino justamente porque su liderazgo y su comportamiento real estaban suficientemente bien asociados y eran tiempos en los que se daba por bueno que las cosas fueran y se hicieran así. El ostracismo, el «yo no los conozco» con que actúa una parte de la ciudadanía de Cataluña que les había idolatrado hasta el paroxismo y que se había beneficiado de su «sistema» a más no poder, me hace pensar con la reacción de franquistas fervientes que, a finales de los setenta, borraron su pasado reciente de brazo levantado en la Diagonal al paso del dictador, para inventarse una biografía de «demócratas de toda la vida», muchos de ellos redimidos justamente por un pujolismo que los convertía entonces en fervientes nacionalistas, además de darles ocasión de hacer buenos negocios al amparo del poder o de acceder cargos en la nueva administración que se construía a base de acólitos.
Con Pujol y con el pujolismo, Cataluña no se equivocó, como se nos quiere dar entender, como si nos hubiera fallado el depositario de nuestra confianza. Justamente por eso se le hizo confianza. La vergüenza que pasan ahora Jordi Pujol y Marta Ferrusola al entrar, notoriamente solos y envejecidos, en la Audiencia Nacional, es también una vergüenza del país, de una buena parte de la sociedad catalana que era conocedora y partícipe, aunque ahora nadie lo quisiera reconocer. Interesa ahora mucho remarcar la «soledad» de los Pujol, como si lo que pasó no tuviera nada de sistémico, como si se tratara tan sólo de las debilidades que pudieron con la honorabilidad de un Muy Honorable, tal vez víctima de tener alguna «manzana podrida» en la cesta familiar. Todo ello, conteniendo enriquecimientos personales y familiares, fortunas depositadas en paraísos fiscales, cobros sistemáticos por adjudicación de obras, financiación del partido y la red de entidades y organizaciones de alrededor…. Todo esto era un método, un sistema establecido y ampliamente compartido, participado y conocido, que como se ha visto en documentos de algunos empresarios hechos y acostumbrados a pagar «la mordida del 3%», se continuaba haciendo de la misma manera aun el año pasado. Todo sostenido por un silencio cómplice de una gran parte de la sociedad catalana y de los medios de comunicación que lo conocían sobradamente y que lo comentaban «off the record».
La hegemonía política del Cataluña autónoma, la construcción de su Administración se hizo de esta manera y con estos valores, con una «omertá» interesada. Cuando estalló el caso Banca Catalana -que de allí viene todo- un Pujol indignado bramó notoriamente aclamado «ahora de ética y de moral seremos nosotros quienes hablaremos». Y ciertamente, durante treinta años esta ha sido la ética y la moral predominante, con una oposición política asustada, una intelectualidad sumisa por cargos y encargos y unos medios de comunicación que, en nombre de las subvenciones y las inserciones publicitarias, estaban dispuestos a reír todas las gracias al nuevo mandarín del país, al que incluso le construyeron una biografía de luchador nacional y le dibujaron dotes y características de gran estadista. El primer «gran astuto» de los que vendrían después, pero que no calculó que llegaría el día en que dejaría de ser útil para la «gobernabilidad de España» y dejarían de taparle tan notorias vergüenzas.