Los diarios de un poeta suelen ser una lectura especialmente recomendada para aquellos que quieran conocer el itinerario intelectual y los esfuerzos y el contexto que dan lugar a las composiciones de los escritores que, de alguna manera, forman parte de nuestra vida.
Aunque fragmentarias en el tiempo que abarcan, estas memorias de Gil de Biedma nos permiten conocer los aspectos personales y literarios -si es que estos ámbitos se pueden deslindar-, el que ha sido probablemente el mejor poeta en lengua castellana de la segunda mitad del siglo XX, y uno de los mayores poetas europeos contemporáneos. De obra relativamente corta y concentrada en el tiempo, pero de mayúscula significación poética y literaria. Aunque la parte del libro que contiene Retrato de artista en 1956, ya se había publicado anteriormente, ahora se ve magníficamente prologada y anotada por Andreu Jaume, y se incorporan además otros periódicos posteriores. Si en el primero asistimos al despertar de la vocación literaria de Gil de Biedma, la definición de sus influencias literarias y la conformación del grupo de jóvenes barceloneses que en tierra culturalmente tan yerma decidieron levantar ambiciosos proyectos de escritura, o como también el importante viaje que a nivel sentimental y poético hizo a Filipinas. En esta edición se ha añadido un importante diario escrito entre 1959 y 1965, que es su época decisiva, de madurez, en la construcción de su arsenal poético, de cómo es lenta y laboriosa -dolorosa- la emergencia de cada uno de los versos y la escultura definitiva de un poema. Hay también un diario de 1978, cuando Gil de Biedma pesar de considerar agotada su vena lírica, intenta volver a escribir. Finalmente, contiene un emotivo dietario de octubre de 1985, cuando en París recibe un tratamiento clínico de carácter experimental para hacer frente al SIDA, con un avistamiento de la muerte que se produciría cinco años después.
Diarios 1956-1985 (Lumen, 2015) es un libro más que recomendable, imprescindible para los adictos a la obra de este extraordinario poeta, una obra que puede ser leída y releída cada cierto tiempo, dado que plantea e intenta encontrar alguna respuesta, aunque sea provisional, a todo aquello que la vida nos interpela de la condición humana. Desde la conciencia de lo azaroso pero condicionante que es el medio personal y social -«Yo nací (perdonadme) en la edad de la pérgola y el tenis»-, el carácter efímero de la juventud, el amor, la pasión y el deseo, la implacabilidad del paso del tiempo, el miedo por la proximidad de la muerte… Pocos poemas han descrito de forma tan contundente el cambio de la fuerza vital con el paso de los años como el titulado No volveré a ser joven:
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
Como difícilmente se puede explicar de manera más completa la tensión nunca resuelta entre la necesidad del amor-pasión con el amor-estima que emana de un poema inmenso como es Pandémica y Celeste. De lo mejor que desde el punto de vista literario ha dado de sí Barcelona, aunque se le destinan efemérides y exposiciones menores -la que actualmente hay en Arts Santa Mónica, es indigno por el nivel de escritor de lo que estamos hablando- ya que su lengua poética y sus valores intelectuales y literarios no coinciden con los del mainstream dominante. Vale decir, que a pesar de ser poco justo, no le hace ninguna falta, pues sobrevivirá a la no-poética actual.