Es innegable que una parte de la sociedad catalana está ilusionada con un Proceso que creen les llevará a otra dimensión. Los juegos de artificio continuados de sus líderes como la propuesta de resolución del Parlamento que nos debe conducir a una independencia-Express, no ha hecho sino subir algunos grados la tensión emocional, y dar unos pasos más en el alejamiento progresivo de la realidad en que algunos se han instalado hasta haber convertido la levitación en el estado natural del país. Otra parte de la sociedad catalana, entre la que me cuento, no parece participar de tanta euforia y más bien vive con perplejidad estos huida adelante continua hacia el precipicio, donde a menudo parece que no se les ocurrirá ir más allá, pero que el instinto de supervivencia y de continuar agarrados al poder los induce a encontrar renovados gestos que, a pesar de no llevar a ninguna parte más allá de hacernos daño, les permite ir surfeando y aumentar la temperatura en la escalada de la tensión. Esta parte del país, descreída, quizás un poco más realista, desconfiada con los nuevos revolucionarios que han guardado la corbata en el armario, escéptica con tanta profusión de símbolos y eslóganes, somos los que realmente hemos desconectado. Quizás no lo hemos hecho con una España con la que nunca hemos sentido tener demasiados vínculos emocionales, pero sí con la irrealidad de la política catalana de los últimos tiempos. Puede que la naturaleza nos haya negado un sentido épico que parece ahora adornar ciudadanos que hasta hace poco eran gente de orden, personas conservadores que no habían arriesgado nada y mucho menos habían tenido preocupaciones colectivas. Puede que formados en el racionalismo y las ideas ilustradas a algunos nos sea difícil de entrar en lógicas que requieren de vocación religiosa, de predisposición a la fe o que no nos atraen los estados alterados de conciencia.
Que cuando no se tiene la capacidad o la fuerza para obtener cambios modestos se vaya doblando la apuesta, en una lógica más de casino que de la política o de la vida, ya que lo que asegura es un fracaso de grandes dimensiones. Esta es la lógica de Artur Mas para salvarse a sí mismo, con un numeroso grupo de corifeos de derecha e izquierda que la aplauden, mientras el escándalo del 3% se va tornando mayúsculo y generalizado y el putiferio de la familia Pujol evidencia que las bases sobre las que se asentó este país durante muchos años y hasta llegar a hoy, han sido absolutamente débiles e inaceptables. El Proceso, sin embargo, parece que se ha convertido en un inhibidor moral absoluto que permite justificar lo injustificable, o atribuirlo todo a una conspiración orquestada por parte de España. Todo muy saludable. Podría ser que aquellos que estupefactos no participamos de los ardores de esta carrera hacia la nada, por edad no se estuvo a tiempo de inculcarnos algunas verdades rebeladas o bien no se nos narcotizó educativamente hablando. Formados aún en los valores de la prudencia, la búsqueda de la sensatez, la lógica, el bienestar colectivo, nos resulta difícil admirar el transformismo cínico de algunos dirigentes políticos, que con su comportamiento mesiánico intentan vestir lo que sólo son intereses muy particulares de perpetuarse en el poder a cualquier precio, no sea que terminaran por tener que rendir cuentas de su impostada chulería. En busca del martirologio que los justifique ante la sociedad y la historia, nos están entregando a todos nosotros en el altar del sacrificio. No nos engañemos, en esta apuesta desaforada, los que constituimos la apuesta somos todos nosotros.