Grecia somos todos

 

El establishment europeo está tratando a Grecia con una dureza inusitada e innecesaria, con el objetivo de recordar a todos los países que forman parte de la Unión Europea y a todos los ciudadanos, cuáles son los principios y valores sobre los que se sustenta la actual fase del capitalismo neoliberal desencadenado y cuáles son las reglas a aplicar a todos aquellos que protesten u osen poner en cuestión unas reglas del juego tan onerosas. Con Grecia, se ha apostado por dar un ejemplo público de sometimiento y de humillación hacia aquellos que han apostado por enarbolar la bandera de la dignidad nacional y social. Como suele ocurrir habitualmente, el tema en pugna no es ni estricta ni especialmente económico, sino ideológico y político. Ni la población griega es «culpable» de las decisiones más o menos acertadas que pudieran tomar sus dirigentes en los últimos veinte años, ni el gobierno griego actual de Alexis Tsipras y de Syritza son justamente los que facilitaron durante años el endeudamiento privado y público, ni los que aumentaron el nivel de la deuda soberana a fin de salvar los bancos alemanes como se les exigió en su momento, ni los que falsearon las cuentas públicas durante años y años asesorados por Goldman Sachs.

La dimensión de Grecia, con un PIB similar al de Cataluña (250.000 millones de €) y una deuda pública global no demasiado más por encima de lo que le corresponde en nuestro país (300.000 millones de €), podría facilitar la generosidad de la Troika y los dirigentes de la Unión Europea o al menos la compasión en relación al sufrimiento de los 11 millones de griegos afectados por medidas de austeridad que ya les resultan del todo insoportables. La realidad es que Grecia no puede devolver la deuda en las condiciones actuales y lo que aquí hay y se plantea no es una condonación de su conjunto, sino una reestructuración de plazos y condiciones, así como una quita, que convierta una deuda de retorno imposible en pagos plausibles y sin condenar a la población griega a la miseria y a su Estado al desmantelamiento; como de hecho la propia Grecia hizo con Alemania en los años cincuenta, con las indemnizaciones de la Segunda Guerra Mundial. Ya no hay memoria, y lo importante aquí es el mensaje que las deudas son más sagradas que el bienestar de los ciudadanos, que los acreedores son portadores de verdad y derechos absolutos. Es irónico que en alemán «deuda» y «culpa» se expresen de la misma manera (Schuld), aunque el sentido de un concepto y del otro en realidad tenga tan poco que ver.

No es sólo Angela Merkel, hija de pastor protestante e imbuida de la cultura del castigo y de la infracción de dolor para purgar las penas, quien ha sobresalido en la condena a Grecia y especialmente de los actuales dirigentes que, con más o menos acierto, intentan mantener una posición negociadora sólida para evitar que les practiquen el austericidio y la subyugación. Muchos son los mandatarios europeos interesados ​​en el fracaso de la «nueva izquierda» griega, ya que esto les permitiría contener las opciones políticas homólogas en sus países. Los efectos sobre Podemos en España provocan salivación compartida a Mariano Rajoy y los socialistas que, una vez más, han optado por equivocarse de bando. En Cataluña, donde como dijo el presidente Mas, «el sí podemos» se considera el gran enemigo del «sí sí», los opinadores y economistas oficiales se han apresurado a condenar los actuales dirigentes griegos en nombre de que «las deudas se tienen que pagar», asumiendo de lleno los postulados oficiales de la Unión Europea. Curiosamente en quien dice defender el concepto del «derecho a decidir», el referéndum del domingo le parece una inconveniencia.

 

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