Aunque la crítica cinematográfica no se pone de acuerdo sobre esta película, oscilando entre valorar la sutileza de su relato o el considerarla más bien aburrida, lo cierto que es una gran película. Probablemente lo mejor que habrá entrado y entrará en la cartelera este 2015. Una película radicalmente de corte europeo, por no decir francés, que retrata las múltiples capas de la condición humana, a partir de los efectos del paso del tiempo, de la transición de la vitalidad y el atrevimiento juvenil en la reflexividad y la salida de foco que supone la madurez. Un filme hecho con extraordinario buen gusto, con diálogos de calado profundo y una reflexión sobre el tránsito vital y la dificultad que tiene todo el mundo para adecuarse a él. El protagonismo de una magnífica Juliette Binoche, que en el fondo no deja de representarse a sí misma, tiene una buena réplica con una secundaria que no lo es tanto y que hace una interpretación llena de matices, como es la joven Kristen Stewart. En unas montañas donde la naturaleza conforma un prodigio maravilloso e insólito, Assayas construye una pieza magistral, un filme de pliegues y de recovecos, donde describe con precisión los principales temores del ser humano: la muerte, la soledad, el amor y el desamor, la juventud, la vejez, el sexo, la traición o el poder.
El director francés Olivier Assayas, penetra en el universo íntimo y profesional de una actriz madura, con unas dosis de realismo y de autenticidad muy considerables, facilitando que el espectador conozca el entramado personal de una mujer que se encuentra en este período de la vida en el que aparecen los primeros pero elocuentes signos de decadencia física, pero sobre todo de decadencia en relación a la función social, en un mundo que ensalza y parece estar pensado sólo para la juventud. Aunque a primera vista el planteamiento argumental puede hacer pensar que estamos ante un remake de Eva al desnudo, Viaje en Sils María no es una historia de ambición depredadora como el film de Joseph Mankiewicz, sino una meditación poética y enigmática sobre el cine, una reflexión sobre la cultura de la celebridad y una melancólica evocación sobre la juventud y su pérdida. Si con alguna filmografía hace pensar, es con la de Ingmar Bergman o Antonioni. Una película llena de sutilezas y de múltiples niveles de lectura. El resultado fascina por su detalle y conmueve por su respeto al dolor existencial. Una delicia para los sentidos sus imágenes y fotografía potentes, así como de una música evocadora y de unas interpretaciones precisas. Hay que verla, y sobre todo disfrutarla.