En la carrera de mínimos en que está instalada nuestra sociedad y nuestra economía, la presión sobre la cadena de producción y de suministro para que nuestros supermercados tengan los productos extremadamente baratos, es brutal. No hay milagros. En un mundo donde la distribución de la renta es cada vez más desigual, sólo la abundancia de crédito y la disminución de los costes de producción hasta el absurdo, hace posible mantener un cierto nivel de consumo masivo en el mundo occidental. No hay ningún tipo de miramiento en el momento de presionar el eslabón más débil de la cadena, que son los trabajadores de los campos o los talleres del sudor de los países atrasados. El secreto es que no sepamos, que no seamos conscientes de las condiciones en que se producen muchos de los productos de consumo cotidiano en nuestro mundo. Si lo viéramos, quizá se nos pasarían las ganas de comprar algunas cosas y nos volveríamos un poco más exigentes.
Porque no nos ocultemos en el desconocimiento sobre el origen y las condiciones de cómo se fabrican y nos llegan determinados productos, trabajan estas dos jóvenes periodistas que acaban de publicar este interesantísimo y documentado libro. En Carro de combate. Consumir es un acto político (Clave intelectual, 2014), se analizan una serie de productos y se establece el origen y la trazabilidad hasta llegar a nosotros, poniendo al descubierto justamente todo aquello que las grandes corporaciones nos pretenden mantener en el anonimato. Se explican los impactos laborales, sociales y ambientales de su producción, ya sean productos alimenticios, textiles o cosméticos, poniendo en evidencia las múltiples vías de contaminación y de impacto ambiental desde la extracción de las materias primas hasta el embalaje o el transporte. Las autoras, tienen un blog con el mismo título del libro donde van aportando información sobre estos temas, mientras ejercen sus corresponsalías periodísticas una en Extremo Oriente (Laura Villadiego) o bien en América Latina (Nazaret Castro). Con su trabajo, realizan una gran función de cara a desmontar el gran engaño sobre el que se sostiene el consumo compulsivo de nuestra sociedad actual, sobre la explotación brutal de los trabajadores en la nueva división internacional de la producción que ha impuesto el modelo neoliberal, sobre la no sostenibilidad medioambiental de una economía basada en el despilfarro y sobre nuestra renuncia a ejercer de ciudadanos, mientras se nos compensa de manera pueril con un consumismo continuado que no genera más que insatisfacción. Efectivamente, queramos ser conscientes de ello o no, consumir se ha convertido en una acto eminentemente político.