Las industrias farmacéuticas suelen formar parte del listado de inversiones más rentables. Si se repasan los indicadores bursátiles, las empresas biotecnológicas suelen tener un gran papel, en la medida que sean capaces de concretar patentes de medicamentos que afecten a enfermedades de carácter masivo y que se den en países ricos, donde los pacientes se lo puedan pagar. No sería el caso del Ébola, el cual no tiene tratamiento porque es una enfermedad de pobres e investigar para encontrar un remedio químico, reportaría pocos retornos económicos. Porqué el mundo de la farmaindustria no es un mundo que se conforme con tasas de beneficios lógicas y normales, aquí las expectativas son de máximos; la especulación no es excepción sino norma. Más que una actividad relacionada con la salud, gran parte de la industria farmacéutica lo que hace es especular con la muerte, con el inmenso precio que, quien puede, está dispuesto a pagar para seguir viviendo. Casi nadie discutirá que las corporaciones farmacéuticas deben poder recuperar los costes que les representan las investigaciones y que, además, deben poder realizar un nivel razonable de beneficios sobre su actividad. Lo que es económico, social y moralmente inaceptable es que cuando encuentran remedios a enfermedades letales, acaben fijando un precio desorbitado que nada tiene que ver ni con los costes ni el valor del medicamento. Supongo que en estos casos, que los estados dejen de respetar la patente y la abran a la producción de genéricos estaría del todo justificado, pero no es lo que se suele hacer.
Un ejemplo de estos es el del medicamento comercializado como Sovaldi, que se ha mostrado extraordinariamente eficaz en el tratamiento de la hepatitis C, inhibiendo la replicación del virus. Con 12 semanas de tratamiento se curan más del 90% de los casos tratados y que habían desarrollado una enfermedad que se mantiene asintomática durante años y que de repente se manifiesta en el hígado, provocando fibrosis que degenera en cirrosis. Un virus que afecta a 170 millones de personas en el mundo. En España, se calcula que hay unos 800.000 portadores del virus, con cerca de medio millón de infectados y unos 50.000 que lo han desarrollado y están diagnosticados. Su problema, para lo cual algunos enfermos se movilizan, es que el fabricante del Sovaldi ha fijado un precio para el tratamiento de 60.000 euros, es decir, que cada pastilla de 400 miligramos la cobran a 1.000 dólares. El Ministerio de Sanidad, ha negociado con la empresa comprarles dosis importantes, logrando hacerlo a un precio todavía desorbitado de 25.000 euros. El problema es que sólo hay dedicado 125 millones de euros y ha comprado 4.900 tratamientos, cuando se necesitan al menos 30.000 de manera urgente. Esta no es la vía.
Y es que las industrias farmacéuticas tienen mucha capacidad para hacer respetar sus mórbidos intereses. Gilead Sciences es la corporación que hay detrás el medicamento. Compró la empresa que había desarrollado la patente del Sovaldi por 11.000 millones de dólares, la cual reconoce que el coste de desarrollarlo sólo había sido de 176 millones. Gilead ya ha facturado sólo en 2014 11.000 millones con este medicamento; lo que pagó por él. Ahora todo es un beneficio grandioso e impúdico. Su cotización al selectivo Nasdaq sube como la espuma. Su consejero-delegado, John C.Martin, cobró en 2013 por todos los conceptos remunerativos que tiene en la empresa, la módica cantidad de 170 millones de dólares. En 2005, esta empresa se hizo de oro con la psicosis creada con la gripe aviar, colocando exorbitantes cantidades de su caro tratamiento Tamiflu a los gobiernos de todo el mundo y que acabaron en la basura. Entre los accionistas de referencia de la corporación está Donald Rumsfeld, Secretario de Defensa de Estados Unidos con George Bush, y uno de los halcones más belicistas que ha tenido la administración norteamericana. Hay gente que provoca daños allí por donde pasa.