La socialdemocracia en su laberinto

Desde que Toni Blair apostó por las terceras vías allá por los años noventa y desconcertó a todos, especialmente a los votantes de izquierdas, asumiendo las políticas y el marco conceptual de Margaret Thatcher y dando por superado el keynesianismo económico y la vocación integradora del Estado del bienestar, la socialdemocracia corre desnortada. No logra formular un relato diferenciado al del conservadurismo en relación a la crisis económica ya las políticas que se necesitan para hacerle frente, invirtiendo una tendencia a la desigualdad económica y social que está acabando con la cohesión social e incluso debilitando los consensos básicos sobre los que se sostiene el sistema democrático. Resulta paradójico que la doctrina política que ha facilitado la mejor época de bienestar económico en Europa y los mayores niveles de igualdad y de integración social haya terminado tan perdida. Nadie podía sospechar que la caída del muro de Berlín y del régimen soviético acabaría llevando a la quiebra también a aquella opción política que ya en los años veinte, había cortado cualquier vinculación con el sueño revolucionario que había de engendrar tantos monstruos, y que había vinculado su proyecto transformador y su futuro a la libertad y la democracia.

A partir del «nuevo laborismo» de Blair y las «terceras vías» de Schroeder y Zapatero, lo que debía ser una actualización de las formulaciones políticas y doctrinarias, su puesta al día liberándose de lenguajes desfasados, se convirtió en una asunción del marco conceptual económico más liberal -idolatría del mercado, desregulaciones, globalización, individualismo, «desigualdad creativa», desindustrialización, pasión por el sector financiero …-, la asunción de los postulados más socialmente conservadores especialmente en cuanto a la agresividad en la política internacional, manteniendo como único rasgo diferenciador en relación al liberal-conservadurismo dominante algunas cuestiones relativas al reconocimiento y ejercicio de las libertades individuales. Poca diferencia política y conceptual para que los sectores populares y las clases subalternas no se sintieran confundidas y finalmente traicionadas y abandonadas, especialmente cuando en debilidades humanas y corrupción política tampoco se diferenciaron. La socialdemocracia abandonó el carácter de alternativa clara y reconocible, para convertirse en componente de una alternancia de partidos con pocas diferencias y matices. No es que la sociedad postmoderna se hubiera convertido líquida en relación a los vínculos políticos, es que las formulaciones de la izquierda se habían convertido vaporosas y poco identificables.

La última mutación del socialismo francés que llegó al poder reivindicando sus raíces históricas hacia la asunción de postulados neoliberales que ni siquiera Sarkozy habría osado de abrazar de manera tan contundente, vuelve a buena parte del socialismo europeo en la casilla de partida de su necesaria reformulación, de su salida del laberinto. Manuel Valls puede convertirse en un auténtico enterrador de la izquierda tradicional francesa y por extensión europea. En el PSOE, aunque estar en la oposición permite mayores veleidades de radicalidad, no parece que hayan ido más allá de un cambio de maquillaje y evidencian no haber entendido nada de lo que les ha sucedido los últimos años. El precio pagado en las sociedades europeas a causa de estos años de confusión de la izquierda ha sido muy grande. Perdida la capacidad de intimidación de las clases populares organizadas, el capitalismo ha desarrollado su cara más dura y descarnada de lo que la desigualdad extrema y las sociedades fracturadas son su evidencia. Hay un problema de discurso, de proyecto, pero también de falta de confianza y de credibilidad de la socialdemocracia actual que el giro hecho en Francia no contribuye precisamente a recuperar. No deja de ser cruel y sintomático para el socialismo democrático europeo que aquellas opciones radicales de la nueva política que los pueden destronar, lo harán justamente con los programas que defendía la socialdemocracia europea en los años ochenta. Vivir para ver.

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